Tras la premiación del Nobel de Economía se generó un debate interesante entre especialistas que señalaban las carencias del relato liberal/institucionalista. Algunos voceros de la derecha de Guatemala ni siquiera entendieron la crítica que estaba dirigida hacia ellos (más precisamente, hacia sus jefes) y se centraron en pequeños detalles, mientras el mundo entero leía el caso de Guatemala como ejemplo «sociedad sin Estado» y élites extractivas. La tesis sostiene que la diferencia entre los países exitosos y fracasados radica en sus instituciones (extractivas/inclusivas); sin embargo, sus críticos arguyen, entre otras limitaciones, que no se explica cómo se construyen esas instituciones inclusivas.
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Pocos días después de la premiación, se celebró como nunca el espíritu de la Revolución de octubre, pobremente encarnado aún por sus herederos actuales. Pensé entonces en el relato que pudo ser: en la Guatemala que interrumpieron con el golpe del 54. Joe Studwell, en How Asia Works, narra un relato distinto, alternativo al relato liberal y, a lo mejor, una Guatemala que pudo ser. Empieza donde termina nuestra primavera democrática: con la tierra y la reforma agraria, el fundamento de lo que más adelante se conocería como «el milagro asiático». Los países exitosos de Asia —léase Taiwán, Japón, Corea y, en alguna medida, China— se diferencian de los países fracasados —como Filipinas, Indonesia, Tailandia—, en primer lugar, porque llevaron a cabo reformas agrarias radicales y exitosas, algunas incluso empujadas por Estados Unidos (aunque a regañadientes).
Al contrario de lo que se suele pensar, parte del éxito fue haber distribuido la tierra de manera radical y en estructurar la agricultura en pequeñas unidades, en lugar de aprovechar los supuestos beneficios de las economías de escala que generan las grandes concentraciones de tierra. En ese escenario, se incentiva y resulta rentable invertir para aumentar la productividad, en lugar de depender de las rentas generadas a través de deuda y préstamos, como sucedió en Filipinas. Studwell afirma que, en ningún caso, la desigualdad en la distribución de la tierra contribuye al crecimiento y prosperidad económica.
El relato económico de la década de los 80 y 90 —mayormente repetido en Guatemala aún hoy— sostenía que el desarrollo en esa región era el resultado de políticas de laissez-faire en las que el gobierno tenía una mínima participación. Ni los premiados del Nobel ni sus críticos estarían de acuerdo con esta visión. «El milagro asiático» demuestra que los países que lograron desarrollarse lo hicieron en virtud de intervenciones gubernamentales que incentivaron el desarrollo de la agricultura de subsistencia mucho antes de promover el sector de manufacturas y la industrialización del país. El sector de manufacturas es crítico en esta etapa inicial por dos razones: requiere una mano de obra «poco sofisticada» y sus productos son mucho más comercializables que los servicios. Además, permite a los países acercarse a la «frontera tecnológica»; es decir, aprender habilidades y conocimientos, y adoptar tecnologías que puedan utilizar. Sin olvidar la apuesta que hicieron para incrementar la inversión en capital humano.
El rol del gobierno es crucial, sin embargo, resulta imprescindible que esos programas no sean capturados por los acaparadores de rentas, por lo que tienen que ir amarrados a resultados concretos para que sean verdaderamente competitivos. Mientras algunos exportadores (concentrados) buscaban protección y subsidios estatales a través de acuerdos o pactos (¿suena conocido?), otros estaban obligados a presentar resultados específicos a cambio de los subsidios, sujetos a la competencia internacional con verdaderas posibilidades de quiebra. Otro mito que desmiente este ejemplo es el del proteccionismo, que además no es para nada exclusivo de países asiáticos, sino también de todos los países desarrollados. Esto no se debe a su eficiencia, sino a que brindó la oportunidad de lograr cambios estructurales en la economía de un país y aumentar el nivel de valor en la producción. A lo lejos suenan algunas lecciones de La economía atrapada de Juan Alberto Fuentes Knight.
Me parece atractiva la aproximación de Mazzucato a la hora de proponer que el Estado recupere su rol preponderante para el desarrollo, sobre todo como coordinador de distintos actores para establecer una ruta y sobreponerse a los enormes retos colectivos que enfrentamos. Por supuesto que no podremos hacer nada de esto mientras tengamos una élite depredadora coludida con un grupo criminal, sumada al discurso dominante netamente antipolítico. ¿Cómo hacemos para construir instituciones inclusivas, propias de un Estado moderno y fuerte, que no sean capturables ni por grupos criminales ni por los grandes empresarios?
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