Las familias importan, pero más que la familia singular e institucional, importan las particulares; es decir, las plurales y diversas. Familias que se enfrentan a un mundo complejo —qué decir en Guatemala— y que requieren esfuerzos colectivos y comunitarios para salir adelante. Necesitan condiciones materiales, espirituales y cognitivas para prosperar. Por ello, más que una idea o institución cuya función apunta a establecer un orden (y dar órdenes), excluyendo el desorden (lo diferente, desviado, inmoral, monstruoso), me importan las familias concretas. Muchas viven en condiciones miserables, sin futuro, rotas por la migración y la falta de oportunidades. Algunas enfrentan hambre, son disfuncionales o violentas. Y dado que las familias importan, también importan los discursos normativos y las relaciones de poder que se tejen en torno a ellas.
Hace unos días, la Asociación la Familia Importa, una «plataforma» defensora de los «valores tradicionales», publicó un comunicado rechazando un reportaje periodístico que, curiosamente, aún no existe; un reportaje no-nacido. La asociación, cuya defensa de la «tradición» a menudo se traduce en esfuerzos de desinformación para alimentar el miedo, lanza en dicho comunicado una retahíla de insensateces y ataques hacia lo que perciben como una amenaza: léase «progresismo». Afirman ser una asociación apolítica y abierta al diálogo, pero, como dice el refrán, «veremos, dijo el ciego».
En su comunicado, refieren al «reportaje» (las comillas son suyas) supuestamente financiado por Soros, y, por lo tanto, de «ideología» «opuesta». Así de simple, lo rechazan sin siquiera conocerlo. Si de transparencia se tratara, como ellos arguyen, parece evidente quiénes son los transparentes con el financiamiento y quiénes no (y quiénes parecen querer esconder algo y quiénes no). Además, resulta revelador porque expone los propios límites de la asociación, su idea del periodismo y, quizá, su relación de dependencia y control con sus propios financistas.
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En su tercer párrafo, afirman que, sin conocer el material, consideran que su propósito es «distorsionar la verdad», «generar escándalo» y «desprestigiarlos». Proceden, sin rubor alguno, a hablar de periodismo ético, que para ellos está ligado a una «defensa de la verdad» (y yo pensé que informaba). Como si no fuera suficiente, «denuncian» que ese «tipo de publicaciones financiadas», como el reportaje no-nacido, busca «difamar, propagar rumores» y desacreditarlos. Para más inri, invitan a los medios independientes (léase, conservadores), que, además de independientes, son éticos y «objetivos» (qué dicha). No sé si hay mejor ejemplo del maniqueísmo simplista que opera en sus cabezas.
Wendy Brown escribió en Las ruinas del neoliberalismo que estas organizaciones conservadoras profundizan el nihilismo en el que vivimos porque contribuyen al vacío moral al instrumentalizar sus valores y creencias como armas de una agenda política, pese a sus declaraciones de ser «apolíticos». La tradición, en este caso, no es tanto un proyecto moral como una herramienta para un proyecto político y, lo que es peor, autoritario. Si no, pregúntense ustedes de qué lado están la mayoría de los políticos conservadores y cuestionables que firmaron su última declaración a favor de la vida.
Pero es lógico: su propia concepción de la verdad, que les lleva a rechazar reportajes no-nacidos, es autoritaria. Una verdad —ausente en muchas de sus publicaciones, por otra parte— que creen poseer e imponen por doquier como lo «natural» o «esencial». Esa verdad autoritaria, de origen platónico, choca frontalmente con las verdades políticas, que son múltiples, distintas y contingentes, jamás poseídas, sino producidas en su constante búsqueda colectiva, mucho más cercanas al proceso de deliberación y diálogo. ¿Qué diálogo podría existir con quien no escucha porque no le hace falta? No podría ser más que el monólogo del tirano que, abrazando lo sagrado de la autoridad que le confiere la tradición (irónicamente también producida por diálogos e interpretaciones precedentes), impone una verdad que es más tiránica cuanto más «objetiva» y «natural» se presente.
Hasta que no digan adiós a sus verdades, Vattimo dixit, nos será muy difícil vivir en pluralidad y entre la diferencia, vivir democráticamente con libertad. Pues, así como escribió Emil Cioran, «El diablo palidece junto a quien dispone de una verdad, de su verdad». AFI dispone de una y está dispuesta a defenderla (claro, porque está infundamentada). Vattimo, cristiano y posmoderno, nos invita a decir adiós para incorporar nociones más «débiles», rechazar la violencia que impone el proyecto moderno como un único camino para todos. Una transición de la veritas a la caritas. No olvidemos que solo a través del diálogo abierto y constructivo podremos avanzar hacia una convivencia más armónica y solidaria, donde todas las voces sean escuchadas y valoradas.
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