Se habla de feminismos porque las demandas son múltiples y se han presentado luchas de diversas mujeres a nivel global. Individual y colectivamente, las mujeres han posicionado problemáticas diferenciadas, pero en todos los casos siempre hay un factor común: la discriminación y las violencias que se genera por razones de género hacia las personas nacidas como mujeres o todo aquello que se relacione con lo femenino.
Sabemos de la lucha de las mujeres durante la Revolución Francesa para ser reconocidas como ciudadanas en el siglo XVIII, de las mujeres que alzaron la voz en siglo XIX por el derecho al trabajo y de todas aquellas luchas del siglo XX por tener derecho al voto, a la participación política, a la planificación familiar, al divorcio y muchos otros que se nos negaban por ser mujeres.
Se habla de feminismos porque es de reconocer la organización de las mujeres blancas, negras, indígenas, del Medio Oriente, latinas, migrantes... Todas y cada una de ellas con múltiples discriminaciones, pero con una visión común: igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.
Esa visión de igualdad se transformó y amplió con el tiempo, al identificar que surgen muchas necesidades por atender y que deben ser cuestionadas, analizadas y debatidas. Necesidades acordes al sexo biológico y, dentro de él, el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos al tener la posibilidad de gestar, el derecho a una seguridad social y un empleador que tome en consideración la menstruación, la importancia y el valor de la lactancia materna, el impacto positivo de la maternidad presente y responsable, etc.
Cada mujer feminista ha hecho propia la lucha colectiva y gracias a ellas tenemos un legado de sororidad. Muchas de nosotras nacimos con el derecho a ser consideradas ciudadanas, a poder tener educación, participación política, un empleo, derecho a la propiedad, a decidir sobre nuestro propio cuerpo, sobre nuestro estado civil, al uso de métodos anticonceptivos, entre muchos otros que damos por «obvios» a la fecha. La lucha aún continúa. ¿Por qué? Porque estos derechos tan básicos no han llegado a todas, y porque las desigualdades y las violencias aún continúan hacia nosotras por el hecho de ser mujeres.
Gracias a las feministas que nos antecedieron tenemos el derecho tan básico y tan naturalizado en la actualidad de poder leer esta columna. Y gracias a las feministas vigentes vamos a dejar un legado de sororidad a las que nos seguirán.
No está de más reflexionar sobre tan atinada frase: «Nuestras abuelas nos dieron el voto, nuestras madres el divorcio. Y nosotras le daremos a nuestras hijas el derecho a decidir».
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Hoy nos enfrentamos a una ofensiva inmersa en políticas regresivas como las que han implementado los presidentes de El Salvador y Argentina. Los cambios ameritan luchas y esas se dan paralelamente entre las calles, alzando la voz y gestionando conocimiento, debatiendo a nivel académico. Los feminismos nos permiten conocer las experiencias de otras mujeres en contextos, espacios y tiempos diferentes; analizar las causas de las desigualdades y de las violencias y accionar para ser visibilizadas y reconocidas.
«Las feministas solo dañan las paredes», «ridículas, enseñando las chiches no logran nada», «como son feas, son resentidas», «feminazis» son frases y argumentos laxos que solo muestran el machismo, el patriarcado, la misoginia y el androcentrismo imperante aún en la cultura de violencia que trata de sobrevivir a los cambios tan necesarios para una sociedad más justa y equitativa.
Puede que alguna de las ramas del feminismo no te represente, pero expresar tajantemente la frase: «El feminismo no me representa» es caer en una falacia ad populum si solo repites lo que escuchas sin informarte realmente qué significa el feminismo y cuáles son sus variantes.
Tengo claro que uno de esos feminismos ha sido el que te ha otorgado aquello que conoces como «derechos» en la actualidad.
¿Sigues considerando que el feminismo no te representa?
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