Para Aristóteles, la felicidad no es un estado mental, sino el resultado de la realización creativa de las facultades humanas. Ahora podríamos hablar de bienestar o de salud mental. Hay diversas derivaciones en esta definición aristotélica, pero es una idea muy interesante.
La felicidad como realización no es únicamente cuestión de voluntad. Es difícil imaginar a alguien feliz en una situación política de opresión y una situación económica de miseria: no es el caso de un exiliado político que ha perdido a un hijo, por ejemplo. Esto quiere decir que esta realización requiere de ciertas condiciones políticas y sociales. Incluyendo algunas materiales, como tener qué comer, dónde cobijarse, cierta seguridad, etc.[1] Incluso se necesita cierta libertad de acción, reconocimiento y otros aspectos que tampoco se pueden dar por descontado para sectores amplios de la humanidad.
La ética y la política tienen nexos. La ética que busca la virtud (que podría ser otra forma de llamar a la felicidad o el bienestar) no se puede conseguir de manera estrictamente aislada. Se necesita también de la política.
De aquí se podría seguir que una situación política como la que vivimos en Guatemala no sea precisamente una fuente de goce y felicidad sin límite. Basta pensar la zozobra, angustia e indignación que tuvimos que vivir en 2023 desde que se buscó impedir la toma de posesión de Bernardo Arévalo y Karin Herrera, negando los votos de millones de personas y sus correspondientes expectativas.
Hecho necesario de señalar: las viles maniobras de un grupo de gentuza golpista (funcionarios del gobierno, MP, empresarios y políticos), provocó la respuesta organizada y digna de autoridades indígenas, sectores populares, capas medias, etc.
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Lo mismo pasó con el fraude que llevó a Walter Mazariegos como rector espurio: mantiene el poder, pero ha generado una resistencia organizada de docentes, estudiantes y trabajadores. Incluso el infame caso «Toma de la Usac: botín político», que llevó a la captura momentánea de Eduardo Velásquez, Alfredo Beber, Rodolfo Chang, Javier de León, Martín Macario y Marcela Blanco, lo que les supuso una cuota de sufrimiento y angustia, también generó acciones de solidaridad.
Lo que quiero señalar es que la toma de posesión de Bernardo Arévalo y Karin Herrera supone la posibilidad de sentar las bases para una política que no sea una fuente de infelicidad tan grave. Esto no significa lo contrario: que su gobierno vaya a ser la fuente de felicidad anhelada de millones de guatemaltecos. No. Simplemente puede poner las bases para la existencia de una institucionalidad política legítima y funcional y un nuevo pacto político, que permita que las personas tengamos ciertas bases políticas y sociales para encontrar la felicidad.
La felicidad de ningún modo está garantizada. Miles de años de una búsqueda que parece bastante elusiva para la mayoría, dan cuenta de ello. Así que tampoco es de poner todas las esperanzas en un gobierno que llega con muchas limitaciones institucionales, económicas, sociales y que se encuentra en una situación mundial como la que vivimos.
No obstante, y esto es algo que sí podemos esperar, es que se pueden crear algunas condiciones políticas, sociales y materiales para que la búsqueda de la felicidad, como realización personal y colectiva, no sea algo tan elusivo.
[1] Para Victor Frankl, psicólogo que pasó por los campos de exterminio nazis, es posible encontrar un sentido aún en las condiciones de sufrimiento más deplorables. Su testimonio es prueba de ello. No obstante, sentido y felicidad no son lo mismo.
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