Tiene 82 años y tan solo el mes pasado terminó y presentó ante una editorial de aquel país su libro más reciente, se llama Voces de la literatura hondureña. En 2023 publicó allá cinco títulos más, dos de los cuales se habían retrasado debido a la pandemia. Investigadora prolífica, que desde el momento de su infancia en que se dio cuenta de que había aprendido a leer, nunca se detuvo.
Nació en el departamento de Ocotepeque, un lugar que tiene frontera con Guatemala y con El Salvador. Tenía dos años cuando cruzó junto a sus padres, su abuela y otra hermana recién nacida, con rumbo a Guatemala, huyendo de la dictadura de Tiburcio Carías, quien finalmente iba a estar 17 años en el poder. Dos hermanos de su padre tomaron la ruta hacia El Salvador. Ellos volvieron a Honduras seis años después, cuando la dictadura había terminado. Su padre, sin embargo, no quiso regresar. Se asentó en Esquipulas, en donde se dedicó a los negocios y en donde la familia creció. Siete hermanos de Helen Umaña son guatemaltecos, una aseveración que ella hará propia, porque creció en Guatemala, estudió en este país y no se sintió de otro lugar.
El haber crecido escuchando las historias que su padre les contaba por las noches, a ella y sus hermanos, reunidos en una gran cama matrimonial, historias que resultaron ser parte de la literatura popular hondureña; el acceso a los libros de cuentos que de vez en cuando les llevaba y el haber podido vivir de cerca la experiencia de que su padre fuera el propietario de un cine, que le permitía ver hasta tres veces algunas de las películas que proyectaba en el municipio, hizo que su sensibilidad fuera proclive a las historias, la familiarizó con la literatura.
Empezó estudiando magisterio, un espíritu que la ha acompañado toda la vida, no solo en las aulas, sino también por escrito. Para formarse, fue enviada a la capital como interna en la Casa Central de las Hermanas de la Caridad. Allí se graduó de maestra e inmediatamente entró a estudiar Letras a la Facultad de Humanidades de la Usac, en donde se encontró con maestros de la talla de Ricardo Estrada, Hugo Cerezo, Francisco Albizúrez Palma, el Dr. Aguado, Margarita Carrera y Luz Méndez de la Vega. Fue Luz quien, sin previo aviso, le publicó, en la página literaria que tenía en uno de los periódicos de la época, un texto sobre Lorca que Umaña había escrito para el curso de Teoría del Teatro, un texto que se convirtió en su primera publicación. Sin embargo, sus estudios universitarios se extendieron. Primero, porque, sin obligarla, su padre la hizo volver a Esquipulas durante dos años, para alejarla de un novio que a él no le agradaba. Luego, porque tras haber vuelto a sus estudios, tres años después, se casó con Francisco Aguilar, un abogado con quien conformó una familia de cuatro hijos. Y cuando los dos primeros eran pequeños, debió volver a retirarse de la universidad para atenderlos. Por último, porque la tesis que hizo sobre Ernesto Sábato, no fue tarea fácil.
Inmediatamente después de graduarse, empezó a trabajar en el área social humanística de la Universidad. Trabajó en Farmacia, Ingeniería y en Ciencias de la Comunicación. Una labor que desempeñó durante 8 años, hasta que la persecución que se enardeció en contra de los humanistas durante la década de los 80, la hizo atestiguar la manera en que las sillas de sus compañeros de trabajo empezaban a quedarse vacías, y cómo sus nombres engrosaban las estadísticas de secuestros y muertes violentas. Fue entonces cuando su padre, ya muy enfermo, le pidió que se fuera para Honduras, y así se propuso desandar el camino que había emprendido junto a su familia, cuando apenas tenía dos años, y volver, ahora en soledad, para salvar su vida. Se asentó en San Pedro Sula por su cercanía con Guatemala. La frontera se convirtió en un punto de encuentro familiar. Recuerda que después de cada breve reunión con sus hijos, regresaba llorando. La literatura fue la que le ayudó a sobrellevar los días y el dolor del exilio.
Ya ubicada en Honduras, visitó con su currículo las facultades universitarias, y como había carencia de gente de Letras, no le costó empezar a trabajar. Seis meses después de haber llegado empezó a impartir el curso de literatura hondureña en el Centro Universitario Regional del Norte de San Pedro Sula, una experiencia que se convirtió, para sí misma, en todo un descubrimiento de libros y autores de una calidad que la dejaba asombrada, entonces se propuso escribir acerca de ellos.
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Durante años publicó muchos de esos textos en la revista del poeta Roberto Sosa, que se llamaba El ciempiés cojo. Luego, fueron reunidos y publicados por la editorial Letra Negra. Así apareció un tomo dedicado al cuento hondureño, que ganó el Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I, de la Embajada de España en Honduras, en 1998. Después de ese libro, hizo el de novela, y, por último, el de poesía. De esa manera han ido apareciendo una veintena de títulos que exploran la literatura hondureña desde diversas perspectivas y desde la voz de diversos autores. Una tarea de difusión que la ha hecho acreedora, también, de numerosos reconocimientos.
Fue así como Honduras, ese país, que nunca había sentido suyo, empezó a vincularse con ella de manera afectiva a través de su literatura. Al punto en que hoy ha llegado a sentir que agrandó el concepto de Patria y que se convirtió en «honduroguatemalteca». Una reflexión que hace desde su actual vida en Guatemala, luego de haber tenido que salir, en un tercer exilio, desde Honduras hacia el país, tras el golpe de estado al expresidente Manuel Zelaya en 2009. Un hecho contra el que se manifestó a través de varias columnas en el Diario Tiempo, en donde también había tenido un suplemento literario que alimentaba todos los jueves y que se llamó Cronopios. Esas columnas de carácter político provocaron que, durante uno de sus viajes a Guatemala, sus compañeros de labores universitarias le aconsejaran que no volviera, debido a que gente extraña había estado llegando al campus para preguntar directamente por ella.
Helen Umaña se sintió amenazada. El dolor se volvió a repetir, ahora con respecto a los amigos hondureños que tenía que dejar y a la readaptación permanente en Guatemala, un espacio en donde muchos de los amigos que había dejado años atrás ya no estaban. Así regresó. Y el trabajo con la literatura hondureña que alguna vez le había servido para atenuar el dolor del segundo exilio, ahora se había convertido en vicio, un vicio de lectura y escritura al que le sigue dedicando sus días guatemaltecos, con el objetivo de que la literatura hondureña deje de ser la gran desconocida de Centroamérica.
Breve panorama de la literatura hondureña
¿Pero, a qué se debe ese desconocimiento que aún hoy perdura? Helen Umaña cree que a una mala política de proyección hacia el exterior, a la mala imagen que Honduras ha mantenido a través de años en los que ha gobernado la corrupción.
Yo misma conozco poco acerca de Honduras y de sus letras. Entonces, le pregunté por los nombres que he escuchado mencionar, por los poetas que de una u otra manera me han impactado: Clementina Suárez, Juana Pavón, Rigoberto Paredes. A los tres los conoció, con los tres tuvo relaciones de amistad. Los tres fueron rebeldes en el mejor de los sentidos, me dice. Suárez, una mujer polémica, porque fue como aquellas que después llamaron «liberadas». Cuando leía su poesía en público se vestía con ropa transparente; se atrevió a usar shorts, compartía con otros poetas en tertulias; vivía con su compañero sin estar casados. Escribió poemas de corte liberador para la mujer y también escribió defendiendo ideas de libertad, me cuenta. Pavón, por su parte, usaba un lenguaje muy desenvuelto y sincero, no se andaba con eufemismos. También fue teatrista. Paredes fue un poeta sumamente cuidadoso en el manejo del lenguaje, pero no tenía reservas para usar palabras que la gente considera agresivas, me comenta. Fue un gran impulsor de la cultura a través de Paradiso, un café-librería-sala de exposiciones, que todavía permanece abierto en Tegucigalpa.
Y junto con esos nombres, el panorama de la literatura hondureña al que se ha dedicado, se va extendiendo hacia otros nombres, como los de: Rafael Heliodoro Valle, quien se consagró en varios géneros literarios, y como los poetas: Roberto Sosa / Sergio Marrén / José Adán Castelar / Óscar Acosta / Pompeyo del Valle / Leonel Alvarado / Livio Ramírez / José Luis Quesada / Galel Cárdenas / Yolany Martínez / Mayra Oyuela / José González / Salvador Madrid / Marco A. Madrid / Juan Ramón Saravia / José Antonio Funes / Samuel Trigueros / Heber Sorto / Ana María Alemán / Melissa Merlo / Venus Ixchell Mejía / Dennis Ávila / Néstor Ulloa / Martín Cálix / Fabricio Estrada y Rolando Kattan, entre muchos más.
Con relación a la narrativa, me señala que el primer nombre que hay que tomar en cuenta es el de Lucila Gamero de Medina, quien con la novela Blanca Olmedo (1908) despertó el entusiasmo de los jóvenes y desató la furia de los moralistas por presentar a un sacerdote libidinoso. Froylán Turcios, por otro lado, escribió, entre otras novelas, El fantasma blanco (1911) en donde realiza una lograda estampa de La Antigua Guatemala. Mientras que, de Ramón Amaya Amador, Umaña me indica que la novela digna de ser leída en Guatemala es Amanecer (1953), una de las primeras manifestaciones literarias que surgieron como consecuencia de la Revolución de Octubre de 1944.
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En el campo de la cuentística, destaca que Arturo Martínez Galindo (1900-1940) se adelantó a su tiempo y abordó, con mirada incisiva, el aspecto psicológico de sus personajes, especialmente en situaciones fuera de la norma social, y no duda en mencionar a Julio Escoto (1944) quien tiene varios libros de cuentos y de novelas. Una de ellas (El árbol de los pañuelos) mereció un comentario sumamente favorable de Juan Rulfo. Ha elaborado también ágiles cuentos en donde —como en toda su obra, inclusive ensayística— toma muy en cuenta los contextos históricos y sociales del país. De similar importancia es el trabajo de Eduardo Bähr (1940-2023), explica. Ambos le dieron un giro modernizador a la narrativa del país que tiene excelentes trabajos firmados por Roberto Castillo / León Leiva Gallardo / Galel Cárdenas / Ernesto Bondy / Mario Gallardo / Giovanni Rodríguez / Raúl López Lanza / Kalton Harold Bruhl / Jorge Martínez / Melissa Merlo / Marta Susana Prieto / Jorge Medina García / Dennis Arita y J.J. Bueso.
Y a pesar de que afirma que el campo de la dramaturgia ha sido trabajado con menor intensidad, considera importante referirse a los trabajos iniciales del sacerdote José Trinidad Reyes, a principios del siglo XIX. Y, ya en el siglo XX, hace mención del trabajo de Rafael Murillo Selva / Tito Estrada / Felipe Acosta y Francisco Salvador, quien según me comenta fue amigo de Manuel José Arce y de Hugo Carrillo.
Hay, además, dentro de la historia de la literatura hondureña, algunos escritores que nacieron o tuvieron contacto con Guatemala, me sigue contando Umaña antes de mencionar a Antonio de Paz y Salgado / José Trinidad Reyes / José Cecilio del Valle / Ramón Rosa (quien llegó a ser rector de la Universidad de San Carlos de Borromeo) / Marco Aurelio Soto / Argentina Díaz Lozano / el mismo Augusto Monterroso y Medardo Mejía. Este último, autor de El movimiento obrero en la Revolución de Octubre (1949) y Juan José Arévalo o el humanismo en la presidencia (1951).
A esta misma lista de escritores pertenece Helen Umaña, unida a Guatemala no solo por las idas y vueltas a que la obligaron sus tres exilios, por sus estudios, por su historia temprana y familiar, sino, además, por un libro, el único, que tiene relación con Guatemala por su carácter testimonial. Un libro de poesía que se llama Península del viento, que fue escribiendo a lo largo de esos primeros años de violencias y exilio. El mismo, que, tras creerlo perdido, fue finalmente publicado en el año 2000 con Letra Negra y que da testimonio del dolor y de las posibilidades que le arrebató la distancia; del miedo, de la memoria de los conocidos que arrebató la violencia de Estado (los que se recuerdan y los que nadie nombra) de la soledad del exilio y de las ausencias. Un libro ante el cual la escritora aclara que no es poeta y, sin embargo, su palabra se encarga de demostrar todo lo contrario.
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