El nombre de Simón Pedroza está unido a una parte de la historia reciente del arte en el país, esa que empezó en la recta final hacia la firma de los Acuerdos de Paz y que se caracterizó por convertirse en un movimiento cultural multidisciplinario, surgido a partir de la toma de las calles del Centro Histórico por parte de una generación que quería salir, quería crear, quería romper esquemas y estéticas conocidas, quería decir a través de todas las formas posibles. De esa manera fueron coincidiendo, mientras hacían música, pintaban con yeso sobre las paredes o las banquetas, o se reunían en los toques de la Bodeguita del Centro o en las cafeterías para hablar de discos, de libros y para conspirar creativamente en colectivo.
El nombre de Simón Pedroza está ligado a un escalofrío, a ese que se activa cuando se le da play al video, que todavía ronda por Youtube[1], en el que Giovanni Pinzón lee el fragmento de un poema en medio del mosh pit del legendario concierto Libertad de expresión ¡ya!, que se encargó de hacer confluir al movimiento de rock que estaba en efervescencia a mediados de los años 90.
El nombre de Simón Pedroza sigue unido al espíritu de creación experimental y convivencia de artes y artistas en las casas colectivas, una experiencia que empezó junto a Pinzón y el músico Josué Eleazar, entre otros, en Panajachel, y que luego se trasladó a una casona ubicada a inmediaciones de la Cruz Roja, en la zona 1 de la capital y que se llamó Casa Bizarra. Un espacio de convivencia de los artistas y de las artes, un espacio de formación, de creación y de exposición que no duró mucho antes de retomar las calles a través de dos festivales: Arte Urbano[2] y Octubre azul, que marcaron la reapropiación del espacio público a través de expresiones artísticas que apostaban por la libertad de los creadores y por el asombro y la confusión del transeúnte que nunca va a entrar a una sala de exposición de arte o a un museo. Dos movimientos que marcaron el camino de escritores, artistas visuales y músicos, muchos de los cuales han seguido creando hasta hoy.
En fin, uno dice Simón Pedroza y surge mentalmente la imagen del poeta que se viste de negro, que recorre en bicicleta las calles del centro y que con los años ha adquirido un aura de chamán, de personaje. Su nombre está unido a una manera de leer, de enunciar, de interpretar, a un lenguaje alebrestado que convive de manera impresa con la imagen, el tachón, la herida, la palabra mecanografiada o manuscrita. Una palabra que no sabe de márgenes y apuesta la comodidad a cambio de la experiencia. Un poeta que es también un editor que sabe de juntar las páginas, de hilos y agujas, de trabajar con paciencia de artesano y de guía, no solo las palabras, sino el objeto que las contiene. Un artista esencialmente punk, desde el hecho primigenio de crear con lo que está a mano, de hacer suyo el espacio urbano, de apostarle desde siempre a la comunidad, esa lección que, como guatemaltecos mestizos, aún estamos aprendiendo y que sigue siendo fundamental en medio de la necesidad de todas las rupturas.
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Hace 25 años, el 13 de mayo de 1998, unos días antes de que Casa Bizarra decidiera finalmente cerrar sus puertas, nació Ediciones del Mundo Bizarro. La imagen que me viene a la cabeza es la del poeta haciendo maletas para continuar, como todos los demás artistas, con su camino. El suyo, sin embargo, no sería en solitario. Partiendo de su experiencia en la autopublicación de tres libros, que conformaban uno solo, y del «Yo caja, yo soledad mundo, yo teatro ectoplásmico» decidió terminar el poema en el que estaba trabajando, buscarle un formato amable y presentarlo durante una lectura. Así apareció el poema[3] «Bizarro» y se inauguró un nuevo ciclo al que pronto se unirían otros artistas.
El siguiente libro fue de Javier Payeras y luego trabajó con Alejandro Marré, Pablo Bromo y Antonio Jueves. Las referencias inmediatas de los libros que querían trabajar, me cuenta, se encontraban en una colección de plaquettes que sacó la UNAM en los años 70 y 80, que habían llegado, junto a otras publicaciones artesanales de México y Brasil, a las estanterías de la Librería Luna y Sol que estaba en la Bodeguita y que Pedroza atendía. En Guatemala, acababa de salir la colección del estuche, los poemarios en hojas sueltas que dirigió el poeta Enrique Noriega y muy pronto el escritor Francisco Nájera les llevaría el primer libro objeto que les abriría el camino mental hacia otras publicaciones como el Terrorismo moral y ético, Automática 9 milímetros, ese libro atravesado por una bala y Grietas que recuerda página por página el filo de un hacha[4].
Portadas hechas a mano con cartón chip pintado, hojas de papel craft con collages, textos a máquina, encuadernación artesanal. El nombre de Simón Pedroza está ligado a talleres para armar los libros propios y a festivales que fueron parte del proyecto Folio 114, un espacio que, junto a Dorian Bedoya, de Caja Lúdica, agrupó a jóvenes que querían escribir alrededor de una serie de talleres de lectura, de escritura, de creación de personajes y de conexión con otras artes, de experimentación, en los que participaron muchos jóvenes que luego hicieron de la poesía su camino, como Rosa Chávez, Alejandra Solórzano y Manuel Tzoc, entre otros. Talleres que también llegaron a cárceles e instituciones, y que al final del proyecto dieron paso a un nuevo ciclo: Ediciones Bizarras, que, a la fecha, cuenta con un centenar de publicaciones en las que sus autores también estuvieron involucrados en el proceso de armar sus libros.
El nombre de Simón Pedroza únicamente desapareció detrás de un manifiesto de anonimato que surgió como parte del proyecto S.o.P.a., un colectivo de música, video experimental y poesía performática con el que logró un diálogo estético que ha acompañado durante algún tiempo. Tanto sus integrantes, como otros muchos artistas que han sido testigos y parte de estos 25 años de trabajo con la cultura, ahora aparecen en una antología con la que se conmemora este aniversario, el de la publicación de un poema solitario de largo aliento que se multiplicó en voces, rostros y estéticas. Una labor poética que este año es reconocida por el Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, que le dedica su edición de 2023. Estamos frente a un nuevo cierre de ciclo bizarro, estamos frente a un nuevo comienzo.
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