La colonización española terminó por ceder a Francia la parte de la isla que fue poblada, luego del genocidio de la población taína, con personas esclavizadas traídas del África. La rebelión que liberó a quienes los tratantes de esclavitud secuestraron de sus tierras natales significó la derrota de la tropas francesas en la isla. Contrario a lo que representa ser un ejército derrotado, el francés utilizó el poder de su flota mercante para amenazar la incipiente nación liberada. Impuso un trato usurero y leonino que comprometió por más de un siglo el presupuesto de la libre nación isleña.
Los recursos necesarios para sentar las bases del desarrollo se destinaron al pago de la extorsión impuesta por Francia, la cual empleó en su icono universal. Con cada onza de oro pagada en la extorsión, Haití dejaba de invertir en su infraestructura y su desarrollo. Década tras década, el acumulado de no inversión fue caldo de cultivo para grupos criminales que se han asegurado de impedir la consolidación democrática.
El terremoto que asoló al país en 2010 redujo a escombros la gran mayoría de la infraestructura, misma que sufrió nuevos embates en 2021 con otro sismo y una tormenta tropical. Las ruinas de la ciudad capital ponen en tercera dimensión, palpable, la realidad de la institucionalidad democrática. El Estado haitiano prácticamente no existe o no es capaz de funcionar. En 2021, el magnicidio del presidente Jovenel Moïse inició la nueva oleada que llega hasta ahora con la violencia de nuevo en las calles y el asalto al poder por una banda criminal.
En medio de la violencia armada, la población permanece sin acceso a los insumos básicos para sobrevivir y sin disfrutar de una vida digna. Mientras tanto, los medios occidentales y las redes sociales se inundan con el sofisma del canibalismo. Extrapolan a toda la población una práctica que, como en otros países donde hay presencia de criminales violentos (México, Guatemala y Colombia, por ejemplo) se torna mediática.
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Sin embargo, el noble pueblo haitiano como tal, en realidad lo que termina por consumir ante la falta de insumos y recursos es tierra. Pese a que el país fue expoliado hasta el tuétano para pagar la extorsión por haberse liberado de la esclavitud, paga con hambre su coraje. En 2023, el Programa Mundial de Alimentos (PMA), que ofrecía un paliativo alimenticio, redujo sensiblemente su aporte ante el recorte de fondos para funcionar.
En ese momento, la agencia internacional registraba 4.9 millones de personas sin recursos para subsistir. A mediados de mes, el PMA advirtió que un millón de personas estaban a un paso del hambre crónica. Anunciaba, además, que sus recursos le alcanzarían apenas para el final de la Semana Santa. De no contar con más fondos, la entidad habla de paralizar sus labores. El PMA declaró que «Haití depende en un 50 % de las importaciones de alimentos y estamos viendo que el coste de la cesta de la compra en Puerto Príncipe está subiendo; también está subiendo en otras partes de Haití. Esto es un gran problema para la población. Las encuestas que hemos hecho muestran que los ingresos de los hogares están bajando, porque la gente no puede ir a trabajar, la gente se está resguardando».
Y a pesar del empobrecimiento al que se ha sometido al pueblo haitiano, las sonrisas brillan en el rostro de la gente. Con una dignidad arrancada de la tierra y la memoria, marchan al ritmo y la cadencia de sus corazones para protestar cada vez que ha sido necesario. Por más de dos siglos han pagado con su vida el derecho a vivir libres de la esclavitud.
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