La salud mental no se puede reducir a una visión de carácter químico-fisiológico desde la cual se elabora un diagnóstico. La salud mental repercute en nuestras emociones y se ve relacionada con todo aquello que sea parte de nuestro entorno social, es decir, involucra todo aquello que recibimos del exterior en cada una de nuestras etapas de desarrollo.
Por ejemplo, si se piensa en una niña del área rural quien no tuvo acceso a una vivienda digna, a una alimentación básica, a una educación, a servicios de salud; cuyo desarrollo fue enmarcado en patrones «tradicionales», siendo estos machistas, misóginos, androcéntricos y, por ende, totalmente violentos; cuya infancia la vivió en las calles de la ciudad, acompañando a uno de sus progenitores todas las mañanas junto a un semáforo para poder obtener un poco de ingreso al no tener condiciones socio-económicas ni educativas para optar a un empleo digno es probable que esta niña no tenga mayor conciencia de la desigualdad que vive en ese escenario, será la joven o adulta quien, al percatarse de la desigualdad, note la fragmentación social en la que le tocó vivir.
¿Qué puede experimentar un ser humano en esas condiciones? ¿Qué condiciones favorables tiene para un bienestar psicológico general?
Trasladémonos al hogar de clase media, cuyo ritmo laborar no puede detenerse a compartir tiempo de calidad con la familia ante la constante amenaza de ausencia de sustento en el hogar. Sin capacidad de convivencia, de recreación, de comunicación. Trabajar, trabajar y trabajar. ¿Qué puede experimentar un ser humano en esas condiciones? ¿Qué condiciones favorables tiene para un bienestar psicológico general?
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O piénsese en una situación típica de inseguridad cotidiana en la ciudad: una adolescente que sube a un transporte público, va rumbo a su centro educativo y en la siguiente parada sube un sujeto a despojar de sus pertenecías a los usuarios del bus. El sujeto se acerca a la joven, le pide su mochila y la agrede sexualmente (la «toca») ante los ojos del resto de usuarios, ella no se mueve por el miedo que experimenta, quiere llorar y gritar, pero nadie hace contacto visual con ella. Todos saben que eso no está bien, pero nadie se entromete porque experimentan su propio miedo. El sujeto baja del bus y tanto los del bus como él siguen su rumbo, pareciese que nada pasó y nada pasará.
Pregunto una vez más: ¿qué puede experimentar un ser humano en esas condiciones? ¿Qué condiciones favorables tiene para un bienestar psicológico general?
Estos solo son algunos ejemplos, vagos si se quiere, de la diversidad de condiciones que cada sujeto pueda experimentar en una sociedad donde constantemente se violentan los derechos.
No se debe obviar que el hablar de salud mental lleva inmerso el cuidado consciente de sí misma y la colectividad, con una mirada de acciones preventivas como: mejorar las condiciones de vida, tener espacios recreativos, tiempo libre, calidad de sueño, transporte público eficiente, servicios de salud de calidad, educación, alimentación, condiciones laborales dignas, espacios seguros, entre muchos otros aspectos.
Es cuestión de una reflexión personal para quienes tenemos el privilegio de leer esta columna de opinión el poder analizar qué he podido experimentar como ser humano en mis condiciones de vida y qué condiciones favorables tuve para un bienestar psicológico general. En esas dos interrogantes es donde surge mi niña interior, la que recuerda todas aquellas experiencias de violencia en la infancia que no comprendíamos, pero que repercuten en nuestro desarrollo y persisten en nuestra vida adulta. Es allí donde he considerado la importancia de hablar de salud mental.
Las violencias y los tipos de victimización experimentados, nos acompañan hasta que se deciden abordar a través de un acompañamiento profesional que se constituye la excepción a la regla del silencio y la autorepresión.
La salud mental no debería ser un privilegio, es un derecho, la importancia y el imperativo de trabajarla no discrimina a nadie.
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