Producto de la sumisión y/o la alianza, el colonizador garantiza la dominación creando grupos armados en el nuevo ordenamiento jurídico, cuya estructura es simple: los que están en la cúpula son los invasores, en el intermedio los nativos permitidos (¿aliados?), ladino-mestizos y los que no representan peligro al sistema –al contrario, lo sustentan y defienden– y, en la base, los encargados de ejercer la violencia legal e ilegal, la gran masa que cae en la sumisión y que es obligada a defender el nuevo sistema, so pena de castigos. La tropa, en la actualidad.
Por eso los ejércitos en los países colonizados se nutren de las poblaciones dominadas, especialmente de los más vulnerables económica, social y territorialmente.
Los tlaxcaltecas, mejicanos y otros grupos que acompañaban a Pedro de Alvarado, lo guiaban y apoyaban en la guerra, no era la población entera, eran sectores minoritarios que defendían o la vida o sus intereses y prestigio; una elite que vio un espacio para no ser masacrados e incluso sacar alguna ventaja. Ante la promesa de beneficiarse del botín de guerra, no vacilaron en dejar a su pueblo abandonado a su suerte ante los invasores que imponían allá el nuevo orden. Lo que no pudieron entender era que, lograda la invasión a Guatemala, los esperaba la traición de los españoles que los sometieron al vasallaje, igual que al resto.
En sus tierras, surgieron nuevas autoridades que tuvieron que mediar permanentemente con un sistema ajeno, racista y extractivista. Así nacen muchas de las actuales autoridades ancestrales que representan, defienden y orientan a las comunidades en su compleja relación con el Estado. Hablar de alianzas es simplificar la complejidad de la guerra. El terror y la muerte generaron estrategias de sobrevivencia, de resistencia o de sumisión. Por ello, lo que algunos científicos mexicanos, de clase media –a diferencia de científicos extranjeros que han estudiado objetivamente el proceso de invasión– repiten de un tiempo para acá es que los verdaderos «conquistadores» fueron los indígenas, liberando de culpa a los españoles de tanto dolor y muerte que dejaron en el proceso.
[frasepzp1]
No cabe duda que, ideológicamente, algunos nuevos cientistas sociales hacen alianza con la leyenda rosa, traicionando o repudiando sus orígenes indígenas, común a la mayoría. En un foro al respecto se atrevieron a decir que Tenochtitlán no fue arrasada, ni que la población fue masacrada y que el libro «La Visión de los vencidos», al igual que lo escrito por Bartolomé de las Casas, son mentiras, producto de su imaginación. O sea, para ellos, la memoria indígena es falsa y, por tanto, las resistencias y luchas anticoloniales no deberían ser.
Si fue conquista o invasión, es un debate que nunca terminará. Lo que no escapa a la realidad es la cantidad de profesionales, políticos, dirigentes, que quitan todo derecho a los pueblos originarios de tener su propia visión de la historia. Son los que apoyan la historia que imponen a los pueblos «sin historia», según ellos.
Actualmente en Guatemala, los sectores minoritarios «aliados» (indígenas permitidos por el sistema, víctimas del vasallaje y tutela moderna) son aquellos que individual o colectivamente están tratando de que el nuevo gobierno guatemalteco los tome en cuenta, asumiendo la voz de los pueblos, lo cual no es así, haciendo propuestas maximalistas que al final no concretan nada, salvo que los empleen en el Estado o les den algún otro privilegio en organizaciones indígenas internacionales o en asociaciones proclives al sistema.
El convenio que hizo el presidente Arévalo con autoridades Ixiles debería ser la norma para llegar con otras autoridades ancestrales que defendieron la democracia y el voto en el reciente levantamiento, sin pedir nada para ellos, donde no se vio a los «aliados» intelectuales indígenas.
Y escuchar la verdadera voz de los pueblos y no discursos nacidos en hoteles de cinco estrellas, en recepciones de embajadas, en asociaciones de cartón creadas para visibilizarlos en todos los gobiernos y ser permitidos en el Estado o en instituciones indígenas internacionales, sin resultados concretos para los verdaderos protagonistas: los pueblos.
Más de este autor