«No es decir nomás»

Frases como «la utopía tiene para nosotras un carácter urgente, porque queremos gozar de nuestras vidas», «el proyecto de despatriarcalización no se plantea en relación con el Estado, sino de cara a la sociedad. Se trata de una nueva comprensión y ubicación de nosotras como mujeres» y «este lugar peculiar que no es solo una sujeción, en la medida en que, al mismo tiempo que se nos sujeta, somos soporte del sistema que nos oprime», han quedado resonando en mi mente y forman parte de mi reflexión cotidiana.

Es cierto, lo comparto y se los comparto: nosotras merecemos gozar de nuestras vidas. Nuestras ancestras tuvieron sus propias utopías, de las cuales muchas de nosotras vivimos algunas realidades palpables: nuestro derecho a la participación política, al voto, a la ciudadanía, al acceso a un trabajo digno, a un ingreso económico, a la propiedad, a la educación, entre otras cosas. Aunque estos derechos están normativamente establecidos y algunas de nosotras podemos ejercerlos, no debemos olvidar que, para muchas otras mujeres en la misma época, ubicación geográfica y edad, estos derechos aún siguen siendo una utopía en su cotidianidad.

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Soy consciente de que esta columna no llega ni llegará a todas, pero, como parte de la segunda frase en reflexión, sé que el aporte de las mujeres en el día a día busca no solo cambios normativos, sino también una transformación cultural en la interpretación de lo simbólico. Esta transformación es crucial para superar las diferencias absurdas basadas principalmente en prejuicios centrados en aspectos biológicos. No me refiero únicamente a las mujeres en términos biológicos, sino a toda aquella interseccionalidad que la humanidad ha utilizado como factor de vulnerabilidad para la violación del derecho a una vida digna de muchas personas.

La tercera reflexión me lleva a la idea de que no podemos seguir pidiendo integración en un sistema que, desde sus orígenes, ha estado intrínsecamente desintegrado. No podemos continuar siendo parte de un sistema que nos sujeta y limita; de alguna manera, seguimos siendo «soporte de este sistema». Necesitamos cambios radicales en la estructura, desde la base. No se trata de adecuarnos a un concepto de «igualdad» dentro de un sistema social que está organizado y sedimentado en la desigualdad, la exclusión, la discriminación y la recurrente idea de «otrariedad» entre sujetos.

Como bien se señala en la segunda parte del texto citado, «no es decir nomás». Esta reflexión, en sus distintas colaboraciones, aborda de manera profunda lo dialéctico y crítico de nuestro rol como garantes de derechos. La lucha debe centrarse en un debate que surja de las experiencias individuales.

Las experiencias pueden ser múltiples, pero lo fundamental es saber desde qué sujeto las analizamos y desde qué posición nos estamos ubicando para hacerlo. Es crucial interiorizar cuáles han sido nuestros privilegios y cuáles nuestras vulnerabilidades generadas por este proceso verticalizado. «Nuestra consigna es el buen vivir. No es decir nomás».