Hablar de Estados Unidos innegablemente es hablar de intervencionismo económico, político y cultural. Su intención de asegurar su dominio sobre territorios extranjeros implica provocar y financiar guerras, conflictos, seguimiento y persecución; con lo cual, además de lucrar, buscan perpetuar su ideología de expansión colonizadora, a través de la coerción y la violencia.
La sociedad estadounidense no es un todo homogéneo que vive en opulencia y bienestar, como el capitalismo falazmente ha querido hacernos ver. Sabemos muy bien que es una sociedad fuertemente marcada por la jerarquización social y racial, en la cual la riqueza se sigue sosteniendo a través de la explotación, el despojo, la segregación; aun así, van por el mundo pregonando democracia, insertándose en territorios donde han contribuido a trasquilarla.
Cada 15 de septiembre, Guatemala se inunda de un fervor patrio que sigue siendo racista, ladinizador, machista y clasista; que abiertamente es falso, porque este país no es independiente y continúa empobrecido y en una constante crisis. Un país que no ha superado el modelo colonial (eminentemente extractivista) y tampoco ha podido liberarse de la intrusión de países como Estados Unidos, cuyos intereses están completamente vinculados a la dominación económica y el intervencionismo militar y político.
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Recientemente se anunció la llegada a Guatemala de 135 nicaragüenses, quienes son parte del programa denominado «Movilidad segura». Los medios de comunicación férreamente han hecho énfasis en que es un acto «humanitario» de parte de este país al recibirlas y recibirlos mientras tramitan su traslado y estadía en Estados Unidos. Con este tipo de narrativa lo que se pretende es limpiar la imagen de Estados Unidos, que hasta hoy mantiene prácticas colonizadoras en países de todo el mundo: Ucrania, México, Irak, Irán, China, Venezuela, Cuba, Afganistán, Arabia Saudita, Honduras y la lista continúa.
Los diversos programas implementados por el gobierno estadounidense dirigidos a refugiados políticos han estado vinculados a intereses abiertamente políticos y no humanitarios. Bajo este estatus han buscado desestabilizar gobiernos que no son afines a su ideología o en los cuales no han podido inferir para beneficiarse.
No es sorpresa que Estados Unidos invierta tanto en materia de «derechos humanos» y «justicia» en Guatemala; metafóricamente, es como si nos dieran la enfermedad al mismo tiempo que la medicina. Un efecto de la colonización es que por momentos olvidamos que el control significa niveles permanentes de dominación, que se manifiestan subjetiva y materialmente, de forma continuada y abrumadora, pero también tiende muchas veces a ser imperceptible.
Uno de los problemas del nacionalismo racista-colonial es que se fundamenta no solo en el desconocimiento de la historia, sino, principalmente, en la intención de deformarla e imponer una versión oficial que degrada nuestro origen y nos despoja de nuestra agencia política. De esta forma hemos perdido la memoria sobre el papel que Estados Unidos ha tenido en diferentes momentos de nuestra historia.
El gobierno de Guatemala más que una acción humanitaria lo que está haciendo en este caso es (nuevamente) alinearse a los requerimientos de Estados Unidos, como ya lo ha hecho en otras ocasiones, por ejemplo, al mantenerse en silencio frente al genocidio que Israel está cometiendo contra Palestina o al pronunciarse para desconocer las recientes elecciones presidenciales en Venezuela.
Una característica de la independencia es la soberanía, algo que Guatemala aún no tiene.
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