Ha sido un asunto central en estas olimpiadas, la transfobia y el racismo contra mujeres no hegemónicas o, dicho de otra forma, contra mujeres que no encajan en los estándares de belleza orientados por la blancura. En este caso, el concepto de blancura no se refiere a la simple ausencia de pigmentos, sino a una aspiración de movilidad que involucra ejes de clase, sexualidad, género, edad, etnia, religión, cultura y hasta intereses geopolíticos. Pero el asunto no se queda allí. El racismo contra deportistas chinos ya no tiene forma de ser ocultado por quienes afirman que, un chino no puede ser tan veloz, tan fuerte, tan ágil como sus contrapartes blancas que han dominado históricamente determinadas competiciones.
En ese orden de ideas, uno podría pensar que la sensatez la han puesto de manifiesto las autoridades del Comité Olímpico Internacional (COI), pero no, nada más alejado de la realidad. El acto racista más grave de estas olimpiadas es el doble estándar para excluir a los deportistas rusos, como un gesto de solidaridad con el pueblo ucraniano. Doble estándar porque los deportistas que representan a Israel no han tenido obstáculos para participar mientras que el Estado Sionista perpetra el genocidio contemporáneo más salvaje y mejor documentado de la historia. Solo desde los graderíos y en otros espacios, ha habido muestras de reivindicación para el pueblo palestino que, sistemáticamente son censuradas por medios cómplices que por fortuna no controlan totalmente las redes sociales.
En ese sentido, el COI es otra burocracia eurocéntrica, permeable a los intereses corporativos y atenta, como es de esperarse, al poder económico y a los vientos de la geopolítica ¿Se salva el deporte como actividad insignia de nuestra civilización? Tal vez. De pronto desde los podios hemos observado lo que queda del cacareado espíritu olímpico, cuando tres mujeres afrodescendientes celebran la victoria de la brasileña Rebeca Andrade, quien ganó el oro, pero también es un símbolo de los programas sociales de Lula sin los cuales no hubiera podido acceder a ese nivel de excelencia. Pequeños gestos, pero colmados de sororidad.
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También ha sido alentador observar a los medallistas olímpicos de ping pong de China, Corea del Sur y Corea del Norte haciéndose una selfie desde el podio y desafiando décadas de guerra fría y conflicto geopolítico que, definitivamente, no puede ser ignorado. Además, permite recordar qué países cuentan con estructuras que promueven el deporte, insertas en sociedades donde la alimentación, la educación y la salud son accesibles al menos para un buen sector de la población.
Imposible no mencionar la medalla de oro ganada por Andrea Ruano y la medalla de bronce ganada por Jean Pierre Brol. Más allá de los esencialismos criollos y sin negar el mérito de quienes alcanzaron las preseas, es indiscutible que Guatemala sigue siendo un país disfuncional, mal nutrido, peor educado, productor de migrantes y de allí se desprende en buena medida la ausencia de medallas salvo la presea de plata que ganó Erik Barrondo en 2012.
Si el deporte internacional está atravesado por el racismo, el deporte nacional no se salva porque además está controlado por estructuras corruptas. Así las cosas, no perdamos de vista que los centros hegemónicos invierten enormes sumas de dinero en acceder a medallas porque las olimpiadas suelen ser un escaparate del poder. En esa ecuación son pocos los países pequeños como Cuba que, con una población bien alimentada y educada, obtienen medallas y disputan con frecuencia los primeros lugares en determinadas disciplinas. Es decir, no deberíamos preocuparnos por el número de medallas para Guatemala; primero deberíamos preocuparnos porque diariamente se acuestan sin cenar unos dos millones de niños y niñas.
Las olimpiadas 2024 terminarán y el racismo seguirá existiendo junto a las disputas geopolíticas, el odio contra lo diferente y todo aquello que interpele el poder económico, cultural y religioso. Pero de eso se trata la vida, de ser irreverentes ante el poder sin perder de vista que, la raíz de nuestros problemas se expresa en pobreza y pobreza extrema con tufo neoliberal, que deberían ser una vergüenza nacional y no solo un rumor detrás del paisaje.
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