Se le acusa injustamente de la muerte por paro cardiaco de uno de los policías que lo agredía cuando este se resistía a un arresto a todas luces injustificado. Aquí pueden ver el video de los seis minutos y 20 segundos de terror, tortura y violencia policial de al menos tres policías blancos contra el joven guatemalteco. Virgilio les explica que no habla inglés y se le oye gemir de dolor exclamando «familia» varias veces, cuando le aplican electrochoques. En vez de reducir la tensión, los policías la escalan.
El joven de 18 años es un trabajador agrícola y su idioma natal no es el español sino el mam, tampoco habla inglés. Incluso con un español o un inglés rudimentarios, es claro que cualquiera tendría dificultades en comprender a policías violentos, no digamos en entender acusaciones en su contra en un sistema de justicia tan complicado y punitivo como puede ser el estadounidense, especialmente cuando se trata de defender a un policía.
Virgilio es un trabajador indocumentado. Sin embargo, esto no debiera ser un factor en el trato inhumano de los oficiales, o un sesgo en el sistema de justicia. Estoy segura de que, aunque tuviese una autorización de trabajo, esto tampoco le habría protegido del racismo que enfrenta cualquier inmigrante en ese país, incluso aquellos nacidos en EE. UU. de origen latinoamericano.
Las condiciones de pobreza, falta de oportunidades e inequidades que todavía expulsan a tantos jóvenes de Guatemala, provocan que en su lugar de acogida, los inmigrantes sean vulnerables y estén expuestos a revivir experiencias de racismo. Muchos de nuestros conciudadanos indígenas experimentan un doble trauma: racismo en sus lugares de origen y racismo en sus lugares de arribo.
[frasepzp1]
En Estados Unidos encuentran otra patria del criollo tan o más arraigada que la que apuntaba Severo Martínez; a los prejuicios de haragán, vicioso y conformista se añaden los de aprovechados (viven de los servicios del gobierno), criminales y peligrosos (traen drogas, crímenes y enfermedades). Prejuicios que, en la actual contienda presidencial, el expresidente y candidato republicano Donald Trump ha elevado de tono expresando que los inmigrantes envenenamos la sangre del país, aludiendo máximas hitlerianas y fascistas para azuzar la crisis migratoria, que es, en sí, la crisis del sistema migratorio que ya no funciona para atender las necesidades apremiantes de las nuevas migraciones del siglo XXI y que ningún gobierno, en los últimos 37 años, ha tenido la voluntad política de resolver.
De allí que la causa de Virgilio Aguilar sea la causa de Guatemala: eliminar de raíz el racismo estructural que le roba las oportunidades a millones de jóvenes y que incidiría para atender e integrar mejor a los jóvenes, ante todo indígenas, para detener la inmigración irregular. Un reporte reciente de The New York Times indica que, en los últimos años, el número de menores guatemaltecos en la frontera ha ido creciendo después de que mermara durante la pandemia, y es el mayor en toda la región.
La semana entrante, cuando después de tanta intentona golpista finalmente se inaugure un nuevo gobierno que en mucho le debe su asunción al liderazgo y apego democrático de los pueblos originarios, es crucial que la nueva administración Arévalo-Herrera tome en consideración políticas sociales que acaben con el cáncer de la exclusión histórica de las poblaciones indígenas. Sanear el Estado de las prácticas corruptas está a la orden del día, así como continuar entretejiendo relacionamientos y apoyos internacionales. Pero esto no puede ser un pretexto permanente para no atender lo vital.
Es urgente que, de forma transversal, en toda la agenda de gobierno se ponga a la niñez y juventud como la prioridad número uno en educación, salud, nutrición, ataque a la pobreza e inserción laboral, entre otros. Invertir en la gente es cimentar la ciudadanía, la innovación, la creación de mejores oportunidades para todos y todas.
Virgilio no debiera estar trabajando ni estar en una cárcel de Florida. Él, así como otros niños y niñas indígenas, deberían poder alcanzar a ver germinar la primavera prometida en su propio país.
Más de este autor