Pero el próximo martes ya se cumple un año de aquellas primeras manifestaciones celebradas a nivel nacional que supusieron el surgimiento del 15M, el movimiento eminentemente de izquierdas y burgués de protesta civil español más interesante y relevante de la última década, y uno de los más importantes desde la etapa de la transición democrática.
Una vez disuelta la icónica acampada de la Puerta del Sol de Madrid y difuminado EN PARTE el enorme fervor inicial de las calles, durante este año se han ido sucediendo un importante número de protestas más o menos intensas en todo el país, incluida una huelga general y varias sectoriales. Porque, evidentemente, motivos para continuar indignándonos no nos han faltado. Si bien el 15M no ha sido ajeno en todo este tiempo a la dispersión conceptual o ideológica, la propaganda, las luchas internas, el cansancio o el abandono, la desacreditación o la dejadez y la decepción.
En cualquier caso, un día como hoy parecen haberse renovado todos los ánimos, demostrando que el espíritu del 15M se nutre de la fuente inagotable de utopía y desencanto. Y teniendo en cuenta que en este año las cosas han empeorado tanto como lo que el ciudadano de a pie podía esperar o más, el movimiento no ha perdido ni un ápice de vigencia ni razón de ser, aunque sí un poco de fulgor.
En este punto, parece obvio que reeditar las manifestaciones, tal y como se está haciendo hoy, resulta fundamental para que el 15M no se diluya en el tiempo e, incluso, quien sabe, logre consolidarse. Pero quizá es el momento de reflexionar en torno a la necesidad de dar un paso adelante y transformar este movimiento lleno de matices en algo que no solo tome las calles y denuncie el statu quo. Sino que sea capaz en alguna medida, cuanto mayor mejor, de incidir positivamente en el desarrollo de los acontecimientos que han servido como sus detonantes.
Ciertamente, el 15M no ha logrado acabar por el momento con el bipartidismo con el que tanta fijación muestra, ni con la infinidad de atroces inercias y malos modos que ha ido adquiriendo el sistema político. Y no se atisban señales de que vaya a hacerlo en un futuro cercano. Pero eso no ha significado nada parecido a una derrota.
Porque su mera existencia ya es en sí misma un hito. Y la única forma de lograr tales honorables objetivos no es otra que seguir recorriendo este largo y abrupto camino que la crisis y la necedad han ido perfilando para la ciudadanía, con el fin de llegar a buen puerto. Pero, sobre todo, aunque puedan ir cambiando los eslóganes, los portavoces y el sustento social, queda patente que este movimiento ya se ha hecho un hueco relevante en el imaginario colectivo, ha marcado un precedente y ha implantado una marca intachable perdurable en el tiempo.
A la espera de lo que Hollande sea capaz de hacer como contrapoder de Alemania, quizá sea cierto que la izquierda española en general y la europea en gran medida estén desarboladas y ese sea uno de los motivos de que estemos como estamos. Pero fuera de la clase política, los gobiernos y los partidos socialdemócratas, existe una ciudadanía que aún es capaz de reunirse en torno a un ideal de justicia social mucho mas cierto del que dicen defender los políticos.
Por eso, en adelante, la sociedad española no tendrá más que recurrir a él cuando sienta la desolación y el desamparo ante la mezquindad cruel del poder. Porque con todas sus imperfecciones, el 15M es y será un símbolo válido para seguir intentando hacer de España un país mejor, más justo y avanzado.
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