Desde niña empecé a sentir el hecho de ser mujer y las consecuencias que trae el género, y desde algo tan mínimo como caminar en la calle o, por qué no, desde las ideas que se promueven en mi comunidad, casa o centro de estudios.
Hoy se conmemora una fecha más, un día en el que se promueve la eliminación de la violencia contra la mujer, y en mi cabeza pasan varias imágenes y recuerdos que me hacen reflexionar acerca de qué tan factible es que todas las campañas que se impulsen en esta época hagan conciencia en la población y la lleven a comprender el nivel del problema. Hoy soy esa campaña que impulsa el lema de «ni una menos» porque no quiero más muertes de mujeres en mi comunidad. Hoy soy «mi compromiso es…» porque quiero comprometerme a que la información llegue a la conciencia de las personas. Hoy soy «no se puede ser mujer» porque soy mujer y tengo el derecho de ser como quiero ser en cualquier parte de mi país.
En mi memoria guardo el recuerdo de una niña de 13 años saliendo a la calle a hacer un mandado de su mamá y llamando por un teléfono público a la orilla de la 12 avenida, donde pasan camionetas, por ahí por el 2007. Recuerdo escuchar la camioneta y los gritos del brocha. Recuerdo sentir un manotazo en la parte de atrás, colgar ese teléfono y salir corriendo.
Pero también recuerdo a esas niñas de las aldeas de Quiché cargando un bebé, asumiendo su papel de madres y jefas de hogar con tan solo 15 años de edad, lo que las obliga a comportarse como si tuvieran una edad que no tienen. Como dirían por ahí, a ser mujeres al fin.
Recuerdo caminar por la calle con sudadero, jeans y el cabello por un lado y escuchar chiflidos o comentarios que no he pedido escuchar de hombres diciendo «cuñado», «suegra» u otras palabras que solo hacían que yo me sintiera mal, a veces incluso sucia, con ganas de cambiarme totalmente de atuendo por creer que tal vez por como andaba vestida es que ellos (o a veces incluso ellas) estaban diciéndome esas palabras o viéndome de aquella manera.
Hoy en día se pide que se apruebe una ley que castigue el acoso callejero, pero me pongo a pensar que deben ser las autoridades las que castiguen a las personas que promueven dicha acción. Sin embargo, desde mi punto de vista, lo veo un tanto difícil. Este es un problema estructural, de cultura, de educación. No se arreglará solo con la aprobación de una ley, pues, cuando una camina en la calle, son los mismos policías los que promueven el acoso callejero. En este país estamos acostumbrados a crear una y otra ley para solventar la cantidad de problemas que tenemos, aun siendo un país tan pequeño. No digo que no funcione esta ley, pero sí creo que hay otras soluciones que deben tomarse en cuenta desde nuestro diario vivir.
Me gradué de maestra de preprimaria y veo la importancia de que la educación que se les da a los niños de cuatro, cinco y seis años sea integral, de que se les enseñe cómo se valora no solo a las mujeres, sino a cualquier ser humano. A una persona se la respeta, no se la ataca. Es deber no solo de los maestros en la escuela, sino también, y en mayor medida, de los padres de familia, ya que desde la casa deben promoverse esos valores para convivir en sociedad.
La violencia contra la mujer no son solo las grandes cantidades de femicidios y el acoso callejero. También es esa falta de respeto a los derechos de cualquier persona, en especial de las mujeres. Es el incumplimiento de leyes. Es la imposición de cómo una mujer debe vestirse o no, comportarse o ser. Y también es ignorar el tema y hacernos ajenos a lo que les pasa a nuestra mamá, a nuestra hermana, a nuestra novia y a nuestra amiga en el día a día.
Más de este autor