¿Qué es Ap? ¿Existe en Guatemala un lugar con ese nombre? Estamos en el municipio de Concepción Huista, Huehuetenango. Nuestro destino es la aldea Ap. Somos seis compañeros con la mejor de las actitudes para ir a hacer el trabajo de campo. Vamos por un camino que nunca creímos ver. Se siente el calor de las ocho de la mañana. Estamos rodeados de plantaciones. Todo es verde. Se ven algunas flores, pocas, pero de colores muy vistosos.
El camino baja y sube. A la distancia se percibe como que partiera dos montañas. Hay neblina. Pareciera que estamos en otro lugar del mundo. Esta no es la Guatemala que vemos todos los días. Pasa un campesino con un machete en mano y sobre su espalda carga varios trozos de madera. Se le nota el cansancio, pero seguramente ha de estar acostumbrado a ese trajín de todos los días, con el cual vive. Metros atrás nos topamos con una madre de familia con una carga sobre su espalda que se ve muy pesada. Sostiene el morral con su cabeza. Atrás de ella viene la hija siguiendo el ejemplo de la madre, con una carga igual de pesada sobre su espalda. Seguramente será el mismo ejemplo que ella les dé a sus hijas. Ya ha pasado bastante tiempo y aún no llegamos a Ap.
Nos encontramos con otros campesinos y decidimos volver a preguntar. «Buenos días», les dice el conductor. «Para llegar a Ap, ¿vamos bien?». «Buenos días. Correcto. Sigan el camino. Y ese camino que se ve allá, hasta arriba, es Ap», contesta el señor. Tendríamos que bajar la montaña que ya habíamos subido, luego subir la que está a la par y llegar hasta arriba de ese camino lleno de ganchos, como los llaman.
Lo que encontramos más adelante cambió nuestra forma de pensar. En un basurero abandonado hay tres niños. Dos están escarbando la basura. Tienen entre seis y ocho años. Nos ven con miedo. Del lado opuesto está el otro, que tiene unos cuatro años. Sus semblantes muestran hambre. No apetito, hambre, esa desgarradora necesidad que cruje en las entrañas. De inmediato buscamos qué darles de comer. Lo más cercano es agua pura, jugos y algunas galletas. Ellos no quieren acercarse a nosotros. Les damos el agua pura, y el primero en tomarla rápidamente es el más pequeño. Luego de unos minutos ya les inspiramos confianza y comen. Tres indefensos niños se sienten agradecidos con lo poco que les hemos dado.
Ya vamos subiendo la segunda montaña. No tenemos nada a los lados: los árboles se han escondido y no hay señal telefónica. Solo está el camino de tierra y piedras. El conductor para, bajamos del carro y observamos un paisaje aún más increíble que el de la primera vez. Estamos a 2 500 metros de altura aproximadamente y aún falta para llegar a Ap. Después de varios kilómetros vemos un letrero que dice «Ap». Luego de casi dos horas y media de camino estamos listos para empezar nuestro trabajo de campo.
¿Dónde está el Estado de Guatemala velando por la protección y la seguridad de estas familias? ¿Dónde están los derechos constitucionales de los niños, los hombres y las mujeres que viven allí? Lamentablemente, en el camino se ven algunas pintas de propaganda electoral de algunos partidos políticos que en época de campaña sí se aparecen, pero que en definitiva, al llegar al poder, se olvidan por completo de estos ciudadanos, que como cualquier otro tienen derecho a una vida digna.
El Estado de Guatemala tiene una deuda con el pueblo. Su territorio es pequeño, pero la incomunicación, la poca presencia y el abandono lo hacen parecer mucho más grande. Quien crea saber cuáles son los niveles de pobreza en Guatemala sin conocer las comunidades más lejanas no sabe nada. Ningún gobierno se ha preocupado por el bienestar de estas familias, que están a lejanos kilómetros de los centros urbanos de sus municipios. Estos niños y estas niñas, estos hombres y estas mujeres se merecen una vida mejor. Por eso, cuando digan «allá donde la Llorona dejó olvidados a sus hijos», tengan en cuenta que ese lugar tan lejano y que nadie imagina sí existe.
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