El Ministerio Público pide que se entreviste a una de ellas. Una de las mujeres se acerca a mí y me da su nombre y su edad. Dice que tiene 13 años y carga un bebé. Le pregunto la edad del niño, y ella me dice que tiene 11 meses. Golpe bajo. La seriedad del trabajo debe prevalecer mientras la conciencia me hace mil preguntas sobre lo que ha de estar pasando esa niña.
En Mesoamérica hay una gran cantidad de comunidades con una mayoría de población indígena, la cual vive de manera desigual respecto al resto de la población. Esa desigualdad se hace evidente a pocos kilómetros de los centros urbanos, particularmente en Guatemala, y mucho más en los lugares más recónditos del país. Estas familias, que carecen de los insumos más importantes para su subsistencia, también son las más vulnerables en cuanto a educación, y más aún en cuanto a educación sexual. Son altos los índices de fecundidad que existe en esta parte de la población que por mucho el Estado ha olvidado.
Pero ¿de quién es la culpa? No se puede culpar a los pueblos indígenas por tener varios hijos solo porque sí, cuando en realidad el problema radica en que no se le da seguimiento a uno de los principales derechos de cualquier persona: la educación. No se puede aconsejar a las niñas que, cuando un hombre las quiera tomar a la fuerza, se resistan y digan: «Usted no se deje, mija». No se le puede pedir a una niña: «Cásese para que el marido le traiga dinero a la casa». No se les puede pedir a las niñas que se queden en casa cocinando en lugar de ir a la escuela a estudiar. Pero ocurre.
Hace poco asistí a un foro sobre embarazos forzados en mujeres menores de edad. Coincidía con ellos en que se les llama embarazos forzados porque son muchos los casos en los que las niñas han sido violadas, razón por la cual ya llevan un bebé en brazos. Ellas jamás decidieron tener un bebé a temprana edad, un bebé que les quitara el derecho a disfrutar de su niñez, pero también es una vida que viene a este mundo con los mismos derechos que ellas. Los limitados derechos. El círculo vicioso.
Aquella niña de 13 años, sentada frente a mí, no se identifica como jefa de hogar porque vive con su suegra, pero tampoco puede identificarse como una niña porque ya es madre. Mi cerebro me manda señales. Se confunde. No sé cómo dirigirme a ella: si con el respeto a una madre luchadora, que seguro lo es, o con la ternura para con una niña que tiene un largo camino por recorrer.
Si se evaluara a Guatemala respecto a educación sexual, reprobaría lamentablemente. Y es que la educación sexual no es solo para las mujeres. Es también para los hombres, para recordarles que a las mujeres (y a cualquier ser humano) se las respeta, que a las mujeres no se las toma a la fuerza, no se las acosa y no se les prohíbe ir a estudiar, pues también tienen derechos que se deben respetar.
Es nuestro deber exigirle al Gobierno que se cubran las áreas rurales del país con escuelas y que los maestros cumplan con lo prescrito en el Currículum Nacional Base en cuanto a inculcar tanto valores como educación sexual y reproductiva. De esta manera, los niños y las niñas se preocuparán más por aprender en los libros y por forjarse un futuro diferente.
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