“Al atardecer de la vida te examinarán del amor”. Este verso de San Juan de la Cruz inspira el título de la colección Al atardecer de la vida… ópera monumental que reúne los escritos inéditos del antropólogo jesuita Ricardo Falla. El cuarto volumen, Ixcán: Masacres y sobrevivencia. Guatemala 1982, recién publicado, reconstruye los hechos sangrientos sufridos por la población del Ixcán a lo largo del año más trágico de la historia reciente del país a través de una atenta y detallada recopilación de testimonios de los sobrevivientes de las barbaries cometidas por el Ejército guatemalteco.
El Ixcán, “tierra prometida”, cuya colonización fue inaugurada en 1966 por un puñado de pioneros provenientes de Todos Santos, Huehuetenango, guiados por el padre Maryknoll Eduardo Doheny, simbolizó el ideal de liberación y rescate del campesinado indígena en Guatemala: en poco más de una década, pobladores del altiplano huehueteco de las etnias Mam, Kanjobal y Chuj, lograron bonificar una selva tropical hostil y crear un modelo de comunidades organizadas por cooperativas donde cada familia se volvió dueña de una parcela de tierra, bajo un título de tenencia colectiva, rescatando sus destinos de la histórica condición de pobreza que las obligaba al trabajo esclavista en las fincas de la costa.
El fenómeno migratorio que se originó en Ixcán dio vida a una experiencia inédita en el panorama nacional: el nuevo mosaico de trajes, lenguas y subetnias que se iba generando en la selva facilitó la creación de una identidad de clase que sobrepasaba los límites territoriales de los pueblos de proveniencia de cada persona. El castellano se volvió la lengua franca que abrió los canales de comunicación entre indígenas de diferentes idiomas y los elevó a una condición de equidad hacia los ladinos presentes.
De esta forma, junto con la colonización de la selva y a lo largo de un complejo proceso no exente de conflictos por la gestión de la tierra, se iba concretando el sueño de una nueva sociedad de campesinos libres que, conscientemente, habían tomado la ardua decisión de abandonar sus lugares de origen para construir un futuro distinto para las nuevas generaciones. Este fenómeno viene descrito por Falla como una “semilla revolucionaria” que en poco tiempo pegó en gran parte del altiplano, de manera que, en el trascurso de los años, “volvería la oleada desde los Cuchumatanes a bañar con más fuerza la planta que iba creciendo”[1].
Las vicisitudes del proyecto poblacional se entrecruzaron casi de inmediato con los acontecimientos bélicos e ideológicos de aquella época: a principio de 1972, los primeros 15 guerrilleros del futuro Ejército Guatemalteco de los Pobres (EGP), hicieron sus ingreso al área. La ubicación estratégica de este territorio, que por un lado permitía el acceso directo al altiplano, y por el otro, constituía un puente natural con México, fue una de las razones principales para que el Ixcán se convirtiera pronto en uno de los escenarios más atormentado por el enfrentamiento armado, que se intensificó paulatinamente hasta degenerar en el clima de terror de Estado de la década de los 80.
Sin embargo, la interminable secuela de masacres cometidas por el Ejército en 1982, objeto de estudio de la obra de Falla, fue directa a la población civil por una precisa estrategia de carácter nacional de derrocamiento de la organización del campesinado indígena, en línea con la trayectoria histórica racista, excluyente y oligarca del país. Evidentemente, el Ixcán y su “revolucionario” proyecto social en construcción no hubieran podido mantenerse al amparo de la represión del Estado.
El volumen Ixcán: Masacres y sobrevivencia. Guatemala 1982, es el segundo libro de la trilogía dedicada al Ixcán, dentro de la colección Al atardecer de la vida... Antes de profundizar los acontecimientos trágicos de 1982, el volumen precedente exploraba el fenómeno del levantamiento del campesinado indígena desde 1966. El próximo libro será dedicado enteramente a la experiencia de resistencia en la selva de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR).
Se trata de una investigación profunda que, tal como las poblaciones que salieron a la luz pública a principio de los 90, tras una década de sobrevivencia y clandestinidad en la montaña, “sale al claro” 30 años después de haberse escrito y mantenerse ocultada. Masacres de la Selva, el precedente escrito de Falla dedicado al Ixcán, fue publicado en 1992 como un intento puntual de denuncia de las masacres cometidas por el Ejército: en aquel momento histórico, revelar la tragedia vivida por miles de personas inocentes fue una obligación, pero llevar la investigación a un nivel más complejo no era recomendable ni seguro para las muchas personas implicadas en los eventos narrados. En Masacres y sobrevivencia, en cambio, el análisis de los acontecimientos se vuelve más completo, contando con testimonios más extensos, reportados en su totalidad y sin filtros literarios. Además, como sugiere el título, la reflexión va más allá del hecho mortífero, elevando la voz del campesino sobreviviente a testigo de una nueva vida fortalecida en la resistencia. Finalmente, el nuevo estudio abarca las redes de organización revolucionaria que se produjeron en el medio de tanto sufrimiento como un elemento de comprensión de la propia organización social que nunca dejó de existir, sobrevivir y luchar por la vida en el medio del pánico y del terror de Estado.
Masacres y sobrevivencia fue presentado entre el 10 y el 15 de marzo de este año, en las comunidades de Cantabal, Santa María Tzejá, Primavera del Ixcán, Pueblo Nuevo, Xalbal, Mayalán y Cuarto Pueblo, en un recorrido de la memoria, a través de algunos de los pueblos más emblemáticos de las tragedias vividas en 1982. Fue un viaje de rencuentro entre los sobrevivientes, sus hijos y nietos, y el viejo jesuita, que justo en estos lugares compartió seis años de su vida, encontrando el “gran amor” de su experiencia pastoral.
Casi en cada lugar, la presentación del libro fue acompañada por una misa: estos dos momentos de comunión comunitaria representaron la síntesis de la relación entre el hombre de fe y de ciencia con su gente. Como el propio autor lo admite en la introducción general a la obra, siempre hubo dos perspectivas contrapuestas en el acercamiento a su gente, que no se anularon mutuamente, sino que se fortalecieron, se “iluminaron”. “Una es la del antropólogo (científico social) y otra es la del hombre de fe. Según la primera, el hecho social y religioso se contempla como algo autónomo, como si Dios no existiera. Según la segunda, todo el mundo, no sólo las expresiones de creencias, ritos y prácticas impulsadas por motivos trascendentes, está transido de una presencia activa que le da el sentido de un más allá a la vida”[2]. Así fue como el padre jesuita interpretó su experiencia de acompañamiento a las comunidades en resistencia, en un primer momento, entre septiembre de 1983 y febrero de 1984, y en un segundo período, desde 1987 hasta 1992: por un lado, desarrollaba su obra antropológica tomando nota a los testigos de las masacres y apuntando lo que veía en la selva; por el otro, consolidaba su fe y su misión pastoral teniendo la certeza de estar donde tenía que estar, con lo últimos, los que sufrían aguantando hambre, sustos, lutos, calor y lluvia y que, a la vez, a través de su lucha para la sobrevivencia, enseñaban al padre el valor de la vida.
Bajo esta perspectiva, se entiende cómo para la gente del Ixcán y para el propio autor, la obra antropológica redactada a través de cientos de testigos tenga un valor que trasciende el simple acto de dignificar la memoria de los caídos y la resistencia de los supervivientes. Como recordaba el sacerdote durante las homilías, los testimonios de las personas dieron vida a su propio evangelio, un texto generado de la sangre de los muertos para restituir vida y esperanza.
Retomando el verso que inspira la colección de Falla, el autor, desde lo alto de sus 83 años y con la serenidad de un hombre que ve el atardecer de su propia vida con extrema lucidez, nos advierte que “al atardecer de la vida no te examinarán de cuántos libros hayas escrito, diría el místico, ni de cuántos edificios hayas levantado, ni de cuántos cargos has desempeñado, ni incluso, de cuántos enfermos has podido salvar de la muerte, sino de cuánto has amado. Cuánto amor has puesto en todo lo que has hecho”[3]. Y anima a encontrar en la obra, “más que mucha información y más que un análisis muy acertado, ese fuego que mueve al mundo para transformarse”[4].
Tal vez fuera del Ixcán sea más difícil sentir el fuego que impulsó la fuerza para sobrevivir, resistir y recordar las atrocidades del pasado. En cambio, durante la gira de presentación del libro, repetidas veces, el padre Falla fue homenajeado con la lectura de escritos que los propios supervivientes, sus hijos o nietos, habían elaborado en memoria de sus mártires, no porque el viejo sacerdote llegara de visita, sino como parte de su compromiso para dignificar y no olvidar su pasado.
En la aldea Mayalán, Carlos Armando Pérez, de 21 años, dedicó al padre Falla una poesía escrita tres años antes para el aniversario de la masacre de Cuarto Pueblo y en honor a su abuela.
… “Lo que cuenta mi abuela”…
Mientras ella me contaba, un dolor comencé a sentir;
pero alguien me aconsejaba, mejor ponte a escribir.
Y escribí esta historia, que es como una poesía;
para hacer memoria, en especial a este día.
En la década de los 80, según mi abuela me cuenta
abandonaron sus tierra, por causa de la guerra.
Corrieron por salvar su vida, entre la selva buscaban salida
algunos fueron resistiendo, pero muchos fueron muriendo.
Otros alcanzaban la frontera mexicana,
que parecía una nueva mañana;
donde nos esperaban buenos hermanos,
que nos tendieron la mano.
Aunque habían pasado sufrimiento,
volvieron después de tanto tiempo.
Algunas familias habían perdido
padres, hijos y más seres queridos;
también mi abuelo y mi tía murieron ese día.
Mi abuela recuerda aquellos momentos,
y yo le digo – abuela… de veras que lo siento.
A veces me dan ganas de llorar
cuando ella se pone a contar.
Y por eso he venido, no a celebrar
sino a los 32 aniversarios… a conmemorar!
[1] Falla, Ricardo. (2015) Ixcán: el campesino indígena se levanta. Guatemala 1966-1982. Página 58.
[2] Ricardo Falla, 2016, Ixcán: Masacres y sobrevivencia. Guatemala 1982, página XVII