Copérnico, combinando razón con evidencia, llegó a la conclusión correcta: la Tierra no es el centro. Incluso el Sol, especuló, no es sino un actor menor en la trama universal. Galileo lo constató con su telescopio al ver lunas que giraban en torno a otros planetas.
Tanto Ptolomeo como Copérnico podían predecir cuándo se alinearían los astros. Ambos entendían que no era simplemente que los planetas y las estrellas se pusieran en un mismo plano. Pero solo uno dilucidó lo que pasaba en realidad.
Hoy vemos alinearse otros fenómenos, esta vez sociales, que exigen entender su dinámica subyacente. En el ciclo largo, esta semana llega a audiencia el caso contra un grupo de militares por la desaparición, hace más de tres décadas, de Marco Antonio Molina Theissen, un chico que en ese momento aún no cumplía 15 años.
En un ciclo más corto celebramos este mes el primer aniversario del 25A, la fecha en que la ciudadanía guatemalteca masivamente y por fin se animó a gritar ¡renuncia ya! Finalmente, el ciclo brevísimo, la denuncia de hace apenas cuatro días: un grupo de artistas y activistas que tras un concierto en Santo Domingo Xenacoj fueron amedrentados por un centenar de hombres armados, paramilitares de una supuesta junta de seguridad ciudadana, descaradamente y frente a las narices de las autoridades.
El ingenuo, el incauto y el malicioso podrán unir voces con epiciclos queriendo explicar estos tres eventos. «Hace falta olvidar la guerra y pensar en el futuro». «Es la corrupción lo más importante». «Los bochincheros de los derechos humanos se buscan los problemas ellos mismos».
Sin embargo, el Ptolomeo de la amnesia, esa burbuja donde nuestra vida clasemediera urbana sigue estática en el centro y los hechos sociales no son sino lejanos globos de vidrio que giran alrededor, esa explicación no alcanza. Peor aún —porque aquí termina el símil astronómico—, mientras ni Ptolomeo ni Copérnico podían cambiar un ápice las órbitas celestes por más correctas o incorrectas que fueran sus explicaciones, de nuestro entender de la dinámica social sí depende que la movamos para bien.
Debemos reconocer que la injustísima desaparición de Marco Antonio Molina Theissen y el largamente retrasado juicio de sus victimarios son el eco lejano pero real de las injusticias que aún hoy se siguen repitiendo en nombre del interés particular, en contra de quienes se atreven a levantar la voz para denunciar. Debemos entender que el latrocinio de Pérez Molina y de Baldetti no es un accidental haber dejado entrar a los bribones a la casa del tesoro. Más bien, esta es la forma en que los pícaros cobran hacer gobierno en favor de los injustos. Mientras no condenemos la injusticia, no dejaremos de tener gobiernos corruptos.
Debemos entender que dejar impune la violencia de Estado es garantizar que se reproduzca. Que haya sido hace 35 años o que apenas el sábado pasado se esconda su mano tras un grupo paramilitar es irrelevante, pues el problema es pensar que el atropello sirve para resolver las diferencias en la sociedad.
La consecuencia copernicana de todo esto es que, si queremos acabar con la corrupción en el Gobierno, el antiguo insulto a la dignidad humana o el abuso del poder impune —escoja el tema que más le importe—, igual tenemos que luchar contra los otros, igual tenemos que levantar la voz contra los otros dos. Quien dice abogar por la justicia no puede desentenderse de la corrupción. Quien hoy hace causa señalando diputados ladrones se engaña si piensa que su agenda no debe incluir la denuncia, que no le toca solidarizarse con otro que es victimizado por vocear sus convicciones. Y nadie, absolutamente nadie, puede asumir nunca como natural y razonable que un Ejército, jurado a defender a la patria, mate ciudadanos, ¡niños!, y quede sin castigo.
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