Cómo funciona el comercio en el altiplano suroccidental y por qué es importante tenerlo en cuenta ahora
Cómo funciona el comercio en el altiplano suroccidental y por qué es importante tenerlo en cuenta ahora
María Victoria García Vettorazzi ha estudiado algunas rutas y relaciones comerciales en el altiplano, y ha visto con preocupación las noticias sobre cierres de carreteras. En este ensayo explica cómo el comercio interregional, clave para buena parte de la población, se ha movido ajeno a las grandes ciudades. Si las autoridades obvian sus dinámicas comerciales, como parecen hacer, fracasarán, pondrán en riesgo a la gente, y empedrarán la ruta hacia el conflicto social.
A primera hora del 15 de mayo me llamó Luis, comerciante en uno de los mercados cercanos a mi casa en Ciudad Guatemala, y me dijo que nos traería lo que pudiera para no dejarnos desabastecidos. Era viernes. Por sorpresa, el presidente había anunciado la noche anterior que mercados y supermercados estarían cerrados por tres días, y que solo podríamos movilizarnos a pie a las tiendas y abarroterías de barrio en un horario restringido.
Esa misma mañana, pasadas las 10, Luis volvió a llamar para decirme que no le permitieron entrar a su local contiguo al mercado y por ello no podría traernos la fruta y la verdura hasta el lunes siguiente. Mientras tanto el supermercado al que habíamos hecho un pedido el jueves, nos entregó en menos de 24 horas lo solicitado, cuando en las ocasiones anteriores se habían tardado por lo menos dos días. Si bien agradecí el empeño puesto para agilizar esta vez los pedidos, los diferentes márgenes de acción de uno y otro comerciante reiteraron la enorme desigualdad de oportunidades y condiciones con que uno y otro trabaja, a pesar de ser ambos esenciales, con o sin pandemia, para abastecer a la población.
Durante los siguientes tres días, las noticias mostraron las protestas de productores y comerciantes indígenas de Sololá, Quiché y Totonicapán por no haber podido transportar sus productos, mientras que los camiones de grandes empresas circulaban sin restricciones, distribuyendo productos no esenciales. El lunes 18 vimos las fotografías que mostraron la gran cantidad de producto que se perdió y tuvo que ser desechado. Desde las primeras jornadas de la semana pasada, los consumidores sentimos aún más de golpe el aumento de precios.
Las plazas de mercado y los comerciantes de algunos municipios del altiplano occidental han desempeñado históricamente un papel crucial en el abastecimiento y redistribución de múltiples bienes de consumo básico hacia las distintas regiones del país. A través de los circuitos comerciales forjados desde estos municipios se han movilizado productos agrícolas, manufacturas, abarrotes y algunas mercancías de origen industrial. Su papel ha sido fundamental para abastecer áreas rurales donde no suelen estar presentes las grandes cadenas comerciales, pero también mercados y tiendas de consumo básico de ciudades y áreas urbanas.
Entre los municipios de mayor dinamismo comercial destacan San Pedro Sacatepéquez, en San Marcos, San Francisco el Alto y Totonicapán, en Totonicapán, Almolonga, en Quetzaltenango, Santa Cruz del Quiché, en Quiché, y Sololá y Chimaltenango, en los departamentos homónimos. En algunos de ellos se desarrollan importantes plazas de mercado que han funcionado como centros de acopio y redistribución comercial de carácter regional e interregional. Además los comerciantes de estos municipios suelen distribuir productos del altiplano en otras regiones del país y a la vez surtir las tierras altas con lo producido en los territorios donde comercian.
Al menos desde los años treinta del siglo pasado, según observó el geógrafo Webster McBryde, el mayor mercado indígena en el suroccidente del país era el de la ciudad de Quetzaltenango. Sin embargo, a pesar de encontrarse a muy pocos kilómetros, el mercado de San Francisco el Alto, localidad mayoritariamente k’iche’, constituía el principal centro de ventas al por mayor de una gran variedad de productos. A él acudían comerciantes ambulantes de las distintas regiones del país. En este mercado y en el de Quetzaltenango, distintos tipos de intermediarios acopiaban productos para comercializarlos en las plazas de mercado del altiplano, bocacosta y costa. En estos nodos comerciales altiplánicos se reunían tanto la gran variedad de artesanías y manufacturas fabricada en el área circundante (tejidos, textiles, muebles de madera, calzado, alfarería), como los productos de otras regiones ecológicamente diversas.
En el departamento de San Marcos, fueron los mam de San Pedro Sacatepéquez, quienes forjaron y coparon las redes de comercio rural que abastecen a las poblaciones indígenas y campesinas del interior del altiplano marquense y de la zona de fincas en la bocacosta y costa. Los sampedranos han también puesto en marcha un fluido intercambio comercial con la zona fronteriza mexicana. En Quetzaltenango, los comerciantes k’iche’ de Almolonga, desde las primeras décadas del siglo pasado, alquilaban camiones para transportar grandes cantidades de verduras y flores producidas en su municipio hacia los mercados de la costa, de los cuales regresaban cargados de los productos de esa región (café, sal, fruta, hoja de maxán, maíz costero). La producción de Almolonga llegaba hasta Ayutla desde donde la trasladaban hacia la ciudad de Tapachula en Chiapas, México.
A lo largo del siglo XX y las primeras décadas de este siglo, las plazas de mercado de estos municipios crecieron de manera significativa, por ejemplo, desde los años 1990, la plaza de mercado de San Francisco el Alto dura tres días seguidos, se ha densificado y los puestos de venta se extienden desde lo alto del centro del pueblo hasta la carretera panamericana, ocupando las principales avenidas y calles. A mercados como este y el de San Pedro Sacatepéquez suelen acudir compradores al por mayor del sur de México, Honduras y El Salvador, además de comerciantes de distintas partes del país.
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La única investigación que abordó de manera comparativa las dimensiones de los mercados en el occidente del país, así como las características de los flujos comerciales entre estos, la elaboró la antropóloga Carol Smith en la década de 1970. En la actualidad, investigaciones desarrolladas en municipios específicos, así como los administradores de los principales mercados, y a veces los archivos municipales, pueden dar cuenta de la creciente y densa afluencia de productos y comerciantes en las últimas décadas. Sin embargo, no contamos con una caracterización y registro cuantitativo actualizado de estos flujos comerciales.
Los municipios del altiplano suroccidental en los que se desarrollan estas grandes plazas de mercado, así como algunas de las localidades aledañas, se especializaron en determinadas ramas de producción. Almolonga, Sololá y varios municipios de Chimaltenango son productores de hortalizas, Totonicapán junto con Salcajá, San Andrés Xecul y San Cristóbal Totonicapán fabrican textiles y tejidos mayas, San Francisco el Alto confecciona prendas de vestir de consumo generalizado y popular, San Pedro Sacatepéquez elaboraba tejidos mayas anteriormente y en la actualidad distinto tipo de textiles.
De igual manera, en estos municipios con grandes plazas de mercado, así como en las localidades vecinas a ellos, un porcentaje importante de la población económicamente activa tiene el comercio como principal rama de ocupación económica. Son comerciantes de “larga distancia” que circulan por distintas partes del país y áreas de frontera, o que se instalan por un tiempo en otras regiones e incluso en Ciudad Guatemala. Por ejemplo, una comerciante mam de Tajumulco (San Marcos) que encabeza un negocio en el que participa su familia extendida, solía viajar tres veces a la semana entre Tapachula y San Pedro Sacatepéquez. En este último pueblo se abastecía de verduras y hortalizas cultivadas en Almolonga, Zunil y Ostuncalco, que vendía en uno de los principales mercados de Tapachula en el que contaba con varios puestos y una red de vendedores itinerantes[1].
Veamos también el ejemplo de los circuitos desarrollados por una familia de comerciantes de Totonicapán, en este caso el jefe de familia, un varón, era propietario de un camión que utilizaba para distribuir tejidos en municipios del departamento de Quiché, de donde volvía cargado de fríjol que vendía al por mayor en el mercado Minerva en la Ciudad de Quetzaltenango. La mujer, por su parte, compraba en Totonicapán servilletas tejidas y elaboraba delantales que comercializaba en las ciudades de la costa sur (Retalhuleu, Mazatenango y Coatepeque). Ella viajaba en camioneta y entregaba la mercancía a los comerciantes que tenían un puesto de venta en los mercados de estas ciudades. Asimismo ella poseía una venta los viernes en el mercado de San Francisco el Alto.
El último ejemplo es el de un comerciante de San Francisco el Alto que durante muchos años distribuyó telas y ropa, así como verduras cultivadas en Ostuncalco y Concepción Chiquirichapa en aldeas y centros urbanos de Petén. Así como iba a los mercados de Santa Elena, Flores y San Benito, este comerciante recorría distintas aldeas e incluso atravesaba a Frontera Corosal del lado mexicano. En las aldeas peteneras solía entregar el producto a otros totonicapenses, en su mayoría de San Bartolo Aguascalientes y Momostenango, que tenían tiendas o puestos en los mercados. De Petén este comerciante regresaba con ganado, maíz y fríjol para vender en el altiplano y la costa.
Estos ejemplos muestran el carácter reticular de los circuitos de comercio indígena, que ya Carol Smith había identificado. Es decir, las redes comerciales no necesariamente usan las principales ciudades como centros de acopio y redistribución regional. La trama de rutas y relaciones comerciales es diversa, puede ocurrir entre ciudades y centros urbanos de menor tamaño, o de un centro rural a otro. Probablemente esta característica es uno de los factores que ha dado fluidez al abastecimiento de áreas rurales alejadas o populares urbanas.
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El conjunto de comerciantes que conforma los circuitos del comercio indígena es diverso y desigual. La gran mayoría desarrolla sus actividades mercantiles a pequeña escala, incluso micro, depende del transporte colectivo para movilizarse y acceder a las distintas regiones del país. Esta mayoría se vincula principalmente con las plazas de mercado y mercados permanentes, ya sea que tengan un “tramo” o “piso” de plaza en ellos o que surtan a los comerciantes que lo tienen. Un número reducido posee locales comerciales y vehículo propio. Un número aún menor dispone de camiones. Sin duda este último sector ha contado con mayores herramientas para hacer frente a la situación derivada de la pandemia y las restricciones a la movilidad, necesarias para contener la expansión de los contagios por el coronavirus. Sin embargo, la gran mayoría de pequeños comerciantes ha visto seriamente afectadas sus actividades, es un sector que trabaja en condiciones precarias y de informalidad, que está engrosando el número de población desempleada y vulnerable.
En marzo los principales mercados y plazas del altiplano suroccidental (Totonicapán, San Francisco el Alto, San Pedro Sacatepéquez) comenzaron a ser cerrados y reorganizados en pequeños mercados cantonales y aldeanos cuya función es básicamente el abastecimiento local. La semana pasada se cerraron temporalmente los mercados de la ciudad de Quetzaltenango con el fin de reorganizarlos y establecer algunas plazas cantonales, después de identificar un comerciante contagiado de COVID19 en el mercado de La Democracia.
Salta la duda sobre cómo se está llevando a cabo la función de abastecimiento a mayor escala que se realizaba desde estos lugares y a partir de las redes de comercio indígena. La revisión de las noticias locales disponibles en la red muestra que los alcaldes están actuando en solitario y a nivel municipal, a pesar de las interconexiones regionales e interregionales que supone la circulación comercial tan vital para garantizar el abastecimiento de las distintas poblaciones. Me pregunto cómo se están cuidando estos circuitos comerciales, en el sentido de continuar con funciones cruciales de distribución y abastecimiento de bienes básicos, sin poner en riesgo a la vez la salud de comerciantes y compradores. A la par de las medidas sanitarias y de confinamiento, es un desafío cuidar y garantizar los circuitos de comercio que han abastecido de insumos esenciales a territorios y poblaciones desiguales entre sí, y que también han permitido circular lo que se produce en distintas comunidades y regiones.
El comercio interregional, sobre todo el que abastece a las familias campesinas y populares urbanas, en buena medida se ha movido en redes que no pasan necesariamente por las grandes ciudades, pero que constituyen los canales de distribución de una gran parte de territorios. Si las estrategias de mitigación no toman en cuenta estas dinámicas históricas de comercio y abastecimiento, no sólo estarán condenadas al fracaso sino que terminarán exponiendo aún más a estas poblaciones tanto a la propagación del COVID19 como a la paulatina erosión de los flujos comerciales y crisis en el abastecimiento de las poblaciones rurales, además de crear condiciones de conflictividad social.
Una política pública en esta crisis sanitaria debe considerar cómo aprovechar las actuales cadenas territoriales de distribución permitiendo, por un lado, que alimentos y otros productos esenciales lleguen a quienes los necesiten y, por otro, que los agricultores y comerciantes puedan vender y circular sus productos.
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