Allí, en una casa con dos torres de vigilancia, un muro reforzado y una rutina doméstica de quemar la basura en lugar de tirarla, el jefe de Al Qaeda podría haber pasado desapercibido y anónimo —en Mixco, tal vez—.
Pero vivía con su círculo íntimo de apoyo a 50 metros de una mansión construida por un oficial activo en el ejército paquistaní, en una ciudad llena de militares jubilados, cerca del principal colegio de formación de grados superiores militares y a una hora de viaje de la capital del país. A pesar de las proclamaciones de honor herido y sorpresa atónita hechas por los dirigentes políticos en Islamabad, el ejército nacional hasta ahora no ha hecho ninguna declaración. Los servicios de inteligencia, el notorio ISI, han supuestamente retratado el acontecido como un “fracaso de inteligencia.”
Expertos en el tema tienen otras interpretaciones. “Puedo decir con total confianza que es inconcebible que pudiera vivir allí sin el conocimiento de por lo menos algunos miembros de las fuerzas de seguridad,” declara un experto sobre el extremismo islamista en el país, citado por Financial Times.
Esta opinión parece ser compartida en Washington, donde se está ponderando las consecuencias de la ‘traición’ paquistaní sobre un abultado paquete de ayuda. No es mi intención, sin embargo, entrar en este remolino de relaciones bilaterales, plagado de sombras y dependencias secretas. Pero sí es interesante llevar a la atención general otra noticia, casi universalmente ignorada por el mundo, al contrario del asesinato de Abbotabad, pero extrañamente cercana al tema de la apacible vida del jefe terrorista en el medio de una zona militar.
Se trata de Ciudad Juárez, conocida por todos no solamente como la capital de homicidio de las Américas, sino del mundo. Pero según un informe extraordinario publicado por la web de Al Jazeera, la marea de violencia homicida en la ciudad fronteriza —3,000 muertos en 2010, equivalente a una zona de guerra— no ha mermado el poder atractivo atrás de la expansión demográfica de la ciudad en los años 90, la industria maquila. Más aún: esa industria creció cinco por ciento en 2010. China, todopoderosa y omnipresente, está invirtiendo fuertemente en las fábricas del la frontera; después de todo, los trabajadores son más baratos que en China.
A la primera lectura, hay elementos sumamente contraintuitivos en esta información. Sabemos, por ejemplo, que la capital empresarial de México, Monterrey, ha sufrido un derrame económico a causa de los divertidos pasatiempos de los carteles: narcobloqueos, decapitaciones y tiroteos. En Guatemala, las investigaciones apuntan a una pérdida de alrededor de siete por ciento del PIB debido a la inseguridad. Entonces, ¿cómo es posible que la ciudad más violenta del hemisferio, llena de restaurantes y comercios vacíos, crezca y absorba un flujo de inversión asiática?
No hay otra respuesta que volver a la casa blindada de Bin Laden. Parece obvio, según muchos expertos, que él gozaba de la complicidad de los militares y de su inteligencia, que le trataron como una pieza de ajedrez estratégica. Pero la extrema fragmentación del Estado paquistaní significa que el archivo reservado no llegaba a los despachos de las autoridades políticas. No hay nada nuevo en eso. En 1999, el jefe del ejército, y posteriormente presidente del país, Pervez Musharraf, incitó un conflicto con la India en la región de Kargil para desacreditar el Gobierno civil, que sabía nada de la operación.
En otras palabras, los cómplices, quizás un grupo muy reducido de operadores de inteligencia y jefes militares, forjado en la oscuridad, aprovecharon la desorganización del Estado para sus propios fines e intereses, al mejor estilo del antiguo Estado Mayor Presidencial de Guatemala. Al otro extremo hay la forma de complicidad más universal y abierta, típica del mundo globalizado, donde muchos de nosotros tenemos un grano de responsabilidad para una enorme tragedia humana o planetaria —calentamiento global, o burbujas financieras— porque cada uno busca proteger sus intereses y comodidades.
En el medio, tenemos a la industria maquila de Ciudad Juárez. Sería exagerado acusar a las fábricas de apoyar a la guerra fratricida de los carteles a favor de sus ingresos, o de proteger a los sicarios (aunque es posible). Y no es verdad que todos compramos productos de las maquilas mexicanas, y que todos tenemos culpa por eso (aunque algunos sí la tienen). Pero allí, en las grietas de la frontera mexicana, donde la capital social está destruida y el miedo sopla por las calles desiertas, siempre habrá alguien que ve la oportunidad en la desgracia, y quiere salvar la economía local siendo cómplice inconsciente del horror.
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