Al leer los comentarios en las alertas, es increíble la cantidad de personas que aparecen culpando a la madre especialmente. Claro que en la vida se debe aprender a lidiar con toda clase de personas, pero encuentro sumamente cruel e inhumano que en un momento tan difícil, las personas no puedan mostrar siquiera un poco de prudencia.
Quienes tenemos hijos sabemos que en un segundo puede suceder un accidente fatal. Estoy convencida de que todos hemos llevado más de algún susto. Por eso me parece tan perverso que en caso de un dolor tan fuerte, saquemos la peor parte de nuestra personalidad. De madre primeriza, una tía me aconsejó que cuidara cualquier oportunidad en la que podía ocurrir una tragedia: «algunas veces, el hecho de cruzar la calle es suficiente para que pase algo».
A pesar de la sabiduría de su consejo, recuerdo que una vez, estaba trabajando una liquidación financiera que debía enviar a mi trabajo por servicio de paquetería. El piloto me estaba haciendo tiempo para que terminara antes de salir de viaje a la ciudad, era mi última oportunidad. Mi hijo, de 7 años, abrió la puerta para avisarle que yo salía en un momento. Subió al segundo nivel a avisarme. Yo estaba cerrando el sobre, bajé las gradas y entregué el paquete. De pronto, mi hijo ya no estaba. Escuché su grito débil de auxilio y corrí a verlo. Estaba colgando del balcón del segundo nivel, únicamente agarrado por el ruedo de su pantalón. No tengo en la memoria como logré rescatarlo del vacío. Lo que si tengo bien claro es que la situación me provocó pánico y sentido de culpabilidad.
En el caso de niños neurodivergentes, el tema es muchísimo más delicado, porque se conducen de formas diferentes a lo que conocemos. Según estudios, los niños y niñas con TEA pueden sufrir de una condición denominada «deambular», que hace referencia a que los niños pueden perderse en cualquier lado: en un parque de diversiones, en una tienda, en una multitud y, a veces, en su propio vecindario. Los estudios arrojan que al menos la mitad de los niños que participaron en el estudio, se habían alejado de casa al menos una vez después de los 4 años. Las causas que disparan este deambular, son variadas; pueden perderse sin darse cuenta, caminando detrás de algo que les llama la atención o pueden buscar un lugar apartado de algún sitio muy ruidoso o con muchas personas.
Nosotras, mi hija y yo, somos voluntarias en un programa de atención preescolar para niñas y niños cuyas madres trabajan en ventas ambulantes en el mercado municipal. Hemos arrullado en nuestros brazos a un par de docenas de bebés de todas edades y diverso tipo de condiciones. El tema de las capacidades diferentes es más común de lo que se cree, solo nosotras atendemos a cuatro niñas que convulsionan con regularidad. Salta a la vista que en general, no estamos capacitados para reconocerlo. En comunidades rurales los niños y niñas con la condición de mi nieta, son considerados niños malcriados y recomiendan componerlos a golpes.
El tener acceso a Internet no implica que todos se informen mejor. Las personas prejuiciosas que en redes sociales juzgan y culpan a los padres por la tragedia de la pequeña Elli, desnudan su mezquindad e ignorancia, porque tienen recursos para informarse pero deciden sentenciar y señalar. Basta que usted lea los comentarios de cualquier medio para notarlo.
Nada podemos hacer usted o yo, por que estas situaciones dejen de ocurrir, lo que si es bueno anotar es que, dentro de la infinita lista de carencias y deficiencias del Estado, en los últimos lugares de importancia se tiene la atención hacia la salud mental y la divulgación de ciertas condiciones que podrían hacer que más personas sepan qué sucede a sus niños o cómo atender determinados casos.
Nuestro abrazo y solidaridad con la madre y familia de la pequeña Ellie Samara Batres Barrientos.
Descanse en paz y resignación a su corazón.
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