No podemos encender la hoguera
Mojado está el bosque
podridos están los troncos
No podemos quebrar los colmillos del frío
Arrancar
Y recobrar nuestros huesos entumecidos
En la humedad en el agua
nos ha tocado prender la hoguera.
Roberto Obregón
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–No puedo situar en una fecha exacta mi primer encuentro con su nombre. Probablemente haya sido en sus libros, libros que aún no leía pero que encontré durante mis sesiones silenciosas frente a la librera de mi casa. Uno tras otro leía los títulos del mismo autor: Colonialismo y revolución, Donde enmudecen las conciencias, Guatemala: una interpretación histórico-social. Mi padre lo mencionaba siempre que decía las palabras ‘identidad’, ‘ladino’, ‘construcción’, ‘pensamiento’.
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–Escuela de Historia, USAC, febrero de 2005. Recién entraba en la universidad para estudiar la licenciatura en Arqueología. Ahí escuché su nombre por primera vez. Durante los próximos cinco años ese nombre sería una presencia constante, aunque nunca leímos sus libros. Se le mencionaba siempre como contrapunto de la visión hegemónica que se instaló desde los años 70 para explicar el país. Sin darme cuenta, llegué a sus textos: librerías de viejo, ejemplares piratas de volúmenes editados hace más de 40 años, lecturas de las que fue imposible salir ileso.
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La primera vez que lo vimos fue a través de la pantalla del Cine Capitol. Imagen en blanco y negro, hombre joven con lentes gruesos paseándose en el patio central de la antigua Facultad de Derecho y explicando la realidad guatemalteca en un documental filmado a finales de los años 60. Luego de la proyección, apareció el Guzmán Böckler de carne y hueso: con muchos más años encima, pero con la misma lucidez.
Estrechamos su mano por primera vez en La Antigua Guatemala, durante un homenaje que la universidad le hizo, junto al Sordo Barnoya y Carlos Navarrete. Con cierta inseguridad y nerviosismo, nos acercamos a él para hacerle una propuesta. Sin pensarlo dos veces nos dijo que aceptaba y nos dio su número telefónico. Varios meses después estaríamos trabajando en la primera edición guatemalteca de su libro Donde enmudecen las conciencias.
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La lectura de ese libro fue y seguirá siendo crucial en nuestra vida, en nuestra forma de entender y enfrentar los incontables problemas que tiene el país. Leerlo fue un encuentro radicalmente revelador con las raíces, con los problemas estructurales, con la Guatemala amordazada. Desde entonces sentimos la necesidad de decir, recordar y compartir las cosas que él había escrito hace 30 años, cuando el libro se publicó por primera vez. Durante algunos meses, transcribimos palabra por palabra cada una de sus casi trescientas páginas, y ese ejercicio nos reveló con absoluta claridad una de sus grandes enseñanzas: para pensar este país es necesario ir más allá de cualquier ortodoxia, de cualquier dogmatismo; es necesario acercarse a cada uno de sus síntomas con creatividad, sensibilidad, rigor y empatía.
Además de ser un tipo brillante, era humilde y profundamente generoso. Como a muchos otros amigos, nos abrió las puertas de su casa con una hospitalidad que recordaremos siempre. Entre las montañas de Santiago Sacatepéquez está esa especie de santuario que Guzmán Böckler construyó a lo largo de los años. En su centro hubo siempre una mesa con tazas de café servido y algunas champurradas. Desde uno de sus bellísimos sillones de madera, rodeado de sus libros, sus objetos preciados, sus apuntes, su mesa de trabajo y los amplios ventanales por donde se cuelan infinitos tonos verdes, sus conversaciones –que cruzaban de un lado a otro la frontera entre el drama y la risa– comenzaban invariablemente con algún recuerdo, algún análisis, alguna anécdota sobre la Revolución. Pasado ese umbral, venían las jornadas de trabajo que completábamos en menos de treinta minutos para poder reír a gusto durante un par de horas con las ocurrencias y los extraordinarios testimonios de sus amigos más cercanos: Werner Ovalle López, Adolfo Mijangos, Mario López Larrave, Manuel Colom Argueta. Nos da la impresión de que todo a su alrededor era un portal no sólo a la memoria, sino al pensamiento que lo obsesionó a lo largo de su vida: Guatemala.
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A finales de julio del año pasado, pusimos en sus manos un ejemplar de su libro recién salido de imprenta. Con una sonrisa nos preguntó si los jóvenes se habían interesado en su obra, y fue notoria su alegría cuando le dijimos que sí. Durante septiembre y octubre tuvimos el privilegio de escucharlo contar su historia –y la historia de sus ideas– durante las presentaciones en la librería Sophos y en la Escuela de Ciencia Política de la USAC. En cada una de sus intervenciones fue enfático al resaltar la intención recorre su obra de principio a fin: interpelar a esa historia oficial incapaz de responder preguntas clave sobre el carácter de nuestra formación social; reivindicar la presencia viva y actuante de grupos humanos que casi siempre han sido negados; cuestionar los dogmas centrales de la “ciencia social guatemalteca”, y reconocer la importancia de la identidad histórica y la memoria colectiva en la vida social.
De alguna forma, estas presentaciones fueron una excusa para que don Carlos sintiera muy de cerca el interés que sigue despertando su obra en las nuevas generaciones de guatemaltecos. Con toda la disposición del mundo, firmó cuanto libro le pusieron enfrente y platicó al menos unos minutos con los cientos de lectores que se acercaron a él con admiración y respeto, pues reconocen que su vida y su obra están llenas de gestos imperecederos.
Nos enseñó que las ideas se construyen y se defienden con la vida entera; que, pese al contexto, es posible crear pensamiento propio, y que ese pensamiento justifica su existencia si es en pro de la comunidad, y no del individuo; que hay que atentar siempre contra la mediocridad y la condescendencia.
¿Cuánta angustia habrá poblado sus días y sus noches durante la época más dura de la historia reciente de este país? Sin embargo, él estuvo ahí: pensando, generando preguntas, construyendo explicaciones para ponerlas al servicio de lo colectivo. Ni los múltiples exilios, ni la clandestinidad, ni las tragedias familiares lo apartaron nunca de su vocación intelectual.
Además de ser un escritor de primera –ajeno por completo a la jerigonza académica que se interpone entre la gente y las ideas–, su obra se caracteriza por un manejo impecable de la argumentación y la construcción de un discurso sólido, que surge de una sensibilidad y una capacidad de observación fuera de serie. Muchas de sus ideas se originan en la comunión profunda con los pueblos guatemaltecos, y por ello han sido asimiladas y utilizadas por esos mismos pueblos dentro de sus procesos de lucha y reivindicación histórica.
Guzmán Böckler fue siempre consciente de la dimensión política del conocimiento, y por eso mismo fue incomprendido, invisibilizado y amenazado por unos y por otros. Rara vez un libro había generado tantos –y tan diversos– enemigos como Guatemala: una interpretación histórico-social. Siempre recordaremos con tristeza cuando nos contaba una de las incertidumbres más crueles de su vida: nunca supo si lo iban a matar sus adversarios o sus propios “compañeros”. En una época en que la izquierda explicaba la problemática nacional en términos de clase –a partir del paradigma marxista–, sus planteamientos sobre la cuestión étnica y el papel central del racismo en la dinámica guatemalteca eran casi una herejía. Sin embargo, pese a todas las barreras, sus libros siguen circulando, su llamado a despojarnos del colonialismo mental se impone.
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El viernes 28 de octubre de 2016 tomamos la Interamericana rumbo a Quetzaltenango para la presentación de su libro en Casa No’j. El tráfico de Chimaltenango hizo que nuestra plática se extendiera por más de seis horas. Hablamos de los próximos libros que publicaremos, de la obra y el personaje de Humberto Flores Alvarado, de cómo Chupol surgió como una aldea modelo, de los Jarquín, de sus viajes a Xela en compañía de Jean-Loup Herbert. El desplazamiento del carro por un territorio físico concreto fue también un desplazamiento, un recorrido por nuestra historia, por las experiencias y las preocupaciones de un intelectual que quemó su vida pensando este país.
Pocos minutos después de las 7 de la noche, el recinto principal de Casa No’j estaba repleto. Al verlo venir, el público lo recibió de pie, con estruendoso aplauso. Conmovedora la fotografía que congela ese momento: Carlos Guzmán Böckler camina despacio entre una multitud que le rinde homenaje, hacia un escenario que lo recibe con la imagen de un altar ceremonial maya. El fuego, la ofrenda, la vida. Audelino Sac y Baudilio Sis lo acompañaron en esa noche memorable, la última que pasaría en su querida Xelajú.
Horas después, con un whisky en la mano y la sonrisa más plena, lo escuchamos hablar sobre la importancia que en su momento tuvo el pensamiento crítico para develar algo tan vital para un pueblo, como su espiritualidad.
Por eso, nos resulta ineludible recordarlo como uno de aquellos hombres que enseñan a ver: hombre semilla que germina y que impulsa a los demás a germinar. Podrá estarse de acuerdo con sus planteamientos o no, pero la indiferencia no es una alternativa. La mejor forma de leerlo es cuestionándolo, dialogando con él y con sus ideas, generando los argumentos propios, percibiendo la realidad con la razón y con todos los sentidos. Las bases de su pensamiento se construyeron hace casi 50 años y muchas de sus ideas han permanecido dignamente, pues aún hoy siguen revelándonos nuevas posibilidades, nuevas preguntas. Su ejemplo de compromiso, su coherencia y su entrega absoluta y apasionada a la labor intelectual en uno de los medios más hostiles es algo que no envejecerá nunca: es un gesto que logró sacar del tiempo y que lo mantendrá vigente pese a su ausencia.
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Ya no pudimos contarle que, a pesar de que ciertas autoridades quisieron impedirlo, los trabajadores de la Sepaz le regalaron ejemplares de Donde enmudecen las conciencias a 10 adolescentes que participaron en un taller sobre la historia reciente del país. Tampoco le contamos que acabamos de encontrar la crítica que publicó Edelberto Torres-Rivas en la revista Alero hace exactamente 46 años, en la que debate varios postulados de su Guatemala: una interpretación histórico-social.
Escribimos estas líneas poco después del homenaje y el profundo agradecimiento que se le hizo en el Paraninfo Universitario. En este mismo momento está imprimiéndose la segunda edición de su libro, que preparamos juntos durante los últimos meses del 2016. Acabamos de comprar la botella de etiqueta negra que íbamos a compartir con él una noche de estas, y a través del fuego saldaremos esa deuda.
Siempre estará en nuestra memoria, y a través de él recordaremos también a tantos hombres y mujeres que partieron silenciosamente, con su misma convicción y su misma coherencia. Le agradeceremos su confianza por darnos el privilegio de acompañarlo en el surgimiento de un libro suyo que nunca circuló como debiera en Guatemala y que es esencial para comprendernos; un libro que, en sus propias palabras, fue escrito para “hundir las raíces en el pasado y entender por qué hemos llegado hasta acá”.
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El día 11 Iq’, día del viento y la sabiduría, envolvió el cuerpo de Carlos Guzmán Böckler para llevarlo de regreso a la muerte. Mientras tanto, Guatemala seguirá siendo una pregunta, una especie de dolor que florece, un misterio en el que habita la belleza. Guatemala seguirá siendo el país inconcluso que nos exige rigor, sensibilidad y coherencia; seguirá siendo una posibilidad.
Su muerte nos obliga a celebrar su vida y su obra, y a reafirmar el compromiso de mantener su pensamiento entre nosotros. Sabemos que se cumplirá su anuncio, su profecía: un nuevo ciclo histórico se acerca.
Hoy que su cuerpo se oculta en el fuego, alumbrará aún más su pensamiento.