Parece poco lógico, pero, cuando se trata de huir de la justicia, los narcotraficantes tienen mayor capacidad para sobrevivir las exigencias de la situación, quizá en razón de que la vida ordinaria del narco lo obliga a vivir a salto de mata. Cada noche es una casa de seguridad diferente. Cada noche es un equipo de seguridad distinto (solo hay unos cuantos allegados, que son siempre las mismas caras). Pero cada noche, sin importar el lugar, se puede montar la parranda. Cuando Joaquín Guzmán Loera estuvo prófugo la primera vez (antes de tener que cruzar a Guatemala), si bien tenía que coordinar cada movimiento comunicándose con beepers desechables, no podían faltar el tequila y los corridos norteños por la noche. Esa era la vida que había elegido. Otros narcotraficantes de menos publicidad dan cuenta de lo mismo. No importa si se trata de estar escondido en Centroamérica o en algún pueblo de mala muerte mexicano. Licor y música no pueden faltar. Y al día siguiente, a continuar la vida de nómadas.
Otras mafias son bastante más civilizadas. Así les pasó a varios jefes de la camorra napolitana. Hay que reconocer que han sido más creativos que los capos mexicanos al construir suites subterráneas para no humillarse a vivir en el campo. Los búnkeres de la camorra (literalmente palacios bajo tierra) fueron objeto de un completo documental elaborado por la BBC que se tituló ‘Ndrangheta: Exploring the mafia’s underground world. Muy recomendable. Fue conducido por el profesor británico de etnografía del crimen organizado John Dickie. Entonces, ¿cómo terminaban los camorristas en manos de la autoridad? Por la necesidad de comer marisco fresco o de beber vino de temporada o por la presencia de la amante recurrente. Y por el vicio el pez cae (o más bien sale a la superficie). En otros contextos, la vida de prófugo lleva situaciones únicas. Y de sarcasmo kármico. Está ya en el olvido el caso de un empresario guatemalteco involucrado en un esquema de estafa financiera que para burlar a las autoridades viajaba en taxi acompañado de sexoservidoras. Se refugiaba en autohoteles, pero asegura que, siendo evangélico, solo los usó para pernoctar.
La vida del prófugo de la justicia pasa factura. El exfederativo del futbol guatemalteco Brayan Jiménez fue detenido después de un corto tiempo como prófugo, pero su aspecto ya era otro. Hasta el mismo chapo Guzmán, cuando apareció en los videos grabados solicitados por Sean Penn, mostraba ya las marcas de la cirugía plástica. Narcotraficantes de peso pesado que han vivido por casi medio siglo como prófugos de la ley han pasado al menos dos veces por el quirófano para modificar el rostro. Es el caso del Mayo Zambada. Y si la apariencia física no se modifica por necesidad de la naturaleza o por el bisturí, al menos se improvisa al momento de la detención por razones estéticas. Al ser detenido (luego de varios meses de prófugo), el último de los jefes camorristas del clan Casalesi se aseguró de peinar perfectamente su cabello, de arreglarse y de sonreír a las cámaras de forma siniestra. Ese fue su legado para la posteridad.
El prófugo de la ley se somete, además, a las leyes del mercado. Basta con preguntarle a más de algún expresidente guatemalteco que fue prófugo de la justicia cuánto le cobraban por el plato de comida en el pueblo de turno. La necesidad tiene cara de perro, de hambre o de hereje.
Eso es lo normal. El dinero no dura para siempre. Estar cargando bolsas de dinero y moviendo intermediarios son cuestiones muy complicadas que hacen que tarde o temprano la vida del prófugo llegue a su fin. Así se cometen los errores involuntarios. A veces solo basta que el tiempo pase y que la percepción de ser perseguido disminuya. El prófugo de la justicia intenta volver a la normalidad, empieza a socializar con la comunidad donde se encuentra y, si es posible, retorna al nivel de vida que tuvo antes. Regresan los hábitos y los viejos vicios. Roberto Barreda es un ejemplo de ello. A veces hasta el uso de redes sociales se mantiene activo en algunos prófugos de la justicia con la intención de mostrar cierta normalidad, de que todo está bien. A veces es cierto. Esto lleva a la detención final. Así le sucedió al narcotraficante mexicano apodado el JJ. Su novia, una modelo colombiana, prófuga también, hizo un comentario en redes sociales sobre su nuevo y cómodo domicilio.
Por último hay que apuntar que depende de si una vida miserable como prófugo es más digna que la prisión. O viceversa. El exgobernador del estado mexicano de Tamaulipas, Tomás Yarrington (1999-2004) fue detenido el 9 de abril en la ciudad de Florencia, Italia. Su aspecto, avejentado, decrépito, delgado, dista mucho de la del intocable gobernador que le cedió el control total de su estado al Cartel del Golfo. No así el caso del exgobernador mexicano Javier Duarte de Ochoa, detenido el fin de semana pasado en Guatemala. Ni una cana ni una libra perdida. No hay en su cara signos de la preocupación normal por la situación que vive. Conozco personas que por concluir el último semestre de sus carreras universitarias se han dado el viejazo. Pero Duarte, cuya condición de prófugo de la justicia mexicana escondido en Guatemala desde noviembre pasado se desconocía, podría perfectamente haber sido un turista más recorriendo la ruta maya en perfecta tranquilidad.
Literalmente, parece que su detención es una entrega ya pactada y arreglada en lo oscurito.
¿Qué tan cínico se puede llegar a ser? Es la corrupción marca PRI. Como pocas, orgullosamente hecha en México.
Más de este autor