Mi hija me ha preguntado si me dolió. La verdad es que sin epidural, parir duele. Pero no niego que la respiración y el entrenamiento continuo fueron claves durante esa madrugada. No, lo que más me dolió fue la primera semana de amamantamiento. Con mi hijo mayor fue una experiencia difícil: tres, ¡TRES! mastitis en un año. Y ahí estaba yo de nuevo, en un mes de julio lluvioso, con cólicos de posparto (los famosos “entuertos” de los que hablaban las abuelas), tratando de que la boca de mi hija estuviera lo suficientemente abierta para que abarcara toda el área del pezón y no sólo la punta, como me había explicado un par de años atrás la comadrona escandinava.
Con el mayor tenía dibujos y esquemas enfrente mío, el auricular del teléfono pegado a la oreja con la voz de la comadrona indicándome las diversas técnicas y posiciones. En la mente resonaba el discurso de las mujeres de la Liga de la Leche. En serio, una se siente una mala, MUY mala mujer porque la cuestión no le sale a una tan natural como predican las de la Liga de la Leche. “A ver, Karen, ¿desde cuándo y cómo se construye la noción de lo ‘natural’ en la maternidad? ¿Desde cuándo y cómo amamantar es ‘natural’? Y en última instancia, ¿qué fregados es lo ‘natural’? ¿Qué significa lo ‘natural’ ahora?” Era la voz de la cordura que en este caso estaba personificada en I. Tan lúcido, él…
La filósofa Elizabeth Badinter me ayudó un cacho. Pero la que me desarmó totalmente fue la Butler. “La” Butler: sí, porque en esa parte de mi experiencia maternal llegamos a intimar tanto que le reclamaba un día sí y el otro también, haber escrito su famoso “Gender trouble”. Acabé ‘conflictuada’, porque si algo suponía dado, era mi condición de femineidad.
Lizeth Jiménez tuvo la amabilidad de mencionarme a la historiadora feminista Joan Scott y entonces entre períodos de lactancia, descanso, etc. leía también “Feminists theorize the political” y mandé al carajo a las de la Liga de la Leche. ¡Vieran qué topado se siente decir “Jóvenes, me están cargando con más argumentos de la sexualidad normalizada que tanto critican!” No quiere decir que no amamantara a mis hijos pero sí cuestioné y sigo cuestionando el imaginario maternal basado en la visión bucólica de la madre dando de mamar. En la ciudad de Guatemala, me divierte ver a las madres en su práctica tan natural de amamantar, tapándose los pechos con una especie de trapo confeccionado especialmente para ello.
Y es que no hay que ir muy lejos en la historia de Guatemala para ver cómo la práctica de amamantamiento (sí, esa que decimos “natural”) era algo que las mujeres de bien no podían hacer. No, no hace falta ir muy lejos para rastrear esa historia de las nodrizas indígenas amamantando a hijos ajenos, obligadas a dejar a sus propios hijos al cuidado de otras mujeres de sus comunidades.
Ésas son las experiencias de los cuerpos que le dan vida a las exclusiones históricas. El “género” se explica en y no fuera de los espacios y relaciones sociales. ¿Por qué nos negamos a ver el género en su dimensión histórica y en su lugar nos conformamos con una versión más masticable de los feminismos? La disociación de las luchas feministas de la historia social no es una promoción gratuita y neutral de las banderas más visibles del feminismo. Es verdad que hay que empezar por la “puntita” como bien señala Andrea Tock (elsalmon.org/los-feminismos-me-confunden/); pero dudo que los discursos que se limiten a la imagen de la “acción feminista” nos permitan entender,por ejemplo, que el asesinato de mujeres en Guatemala deja marcas de ultraje que van más allá del mero asesinato, de la anulación de la persona como tal[1]. ¿Por qué lo dudo? Porque al separar la crítica feminista de su relación con el racismo, con la violencia, con la condición de vida y reconocimiento de los y las que cuentan en este país, se invisibiliza y/o banaliza a las resistencias que han sido múltiples y variadas.
Y entonces ¡aguas! porque estaremos allanando el camino a actitudes –paternalistas cuando menos y francamente autoritarias, cuando mucho- que paralizan el cambio. No lo digo yo, lo dicen años de debate feminista en un texto bien calibrado de Joan Scott. Definitivamente, de la mancuerna Butler/Scott, Joan seguirá siendo mi favorita. Tan chula ella: no me hizo llorar.
[1] Hortensia Moreno 2007:90
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