Ese racismo histórico es la base de la que emerge la idea de que, por el hecho de que soy india, tengo que tener una opinión sobre toda la «gente indígena». Sí, como reafirmado su idea de que los indios por indios somos automáticamente lo mismo; sin complejidades, sin contradicciones. Las personas racializadas tenemos que lidiar todo el tiempo con ese tipo de preguntas y si lo decimos, es decir que públicamente emitimos opinión al respecto, nos dicen inmediatamente que nos victimizamos, entonces ahí la discusión simplemente se acaba.
Mi respuesta a esta infaltable pregunta, es que el sistema necesita regularse. Mantenerse en equilibrio es fundamental para sobre-existir o seguir existiendo y los «indios permitidos» cumplen un papel importante en equilibrar este estado de cosas, que podemos resumir en que el proceso colonizador definitivamente provoca una herida, que no está sujeta a la subjetividad, sino a una inminente necesidad de justicia. Esto para el sistema racista es sinónimo de «resentimiento», lo que no deja de ser, una vez más, una forma de evadir responsabilidades en la reproducción y sostenimiento del racismo sistémico.
Para los pueblos originarios ninguna justicia será verdadera si no repara la herida colonial. No se trata de vivir del pasado, se trata de que, si hasta los músculos tiene memoria, por qué no deberíamos tenerla los pueblos, quienes solo aferradas, aferrados, a nuestra historia, es que existimos hoy. Analógicamente es como florecer en medio de la hostilidad de la muerte y la violencia.
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Constantemente nos dicen que somos violentas, violentos, por hablar de lo que «nuestra misma gente» hace, lo que me parece que una vez más, reafirma la idea racista y machista de que no podemos disentir del colonialismo y las prácticas e ideas de servilismo con las que tienen sometida a la mayoría de la población hasta hoy.
Ojalá el pasado fuero solo eso, como algo que se deja atrás y ya está. En el empobrecimiento nuestras armas son las ideas, el pensamiento crítico, la capacidad de discernir, también de diferir. ¿Por qué deberíamos seguir callando después de 500 años de silencio impuesto? ¿Por qué hacer como que no vemos cuando frente a nuestros ojos se ajustan las piezas del sistema para persistir, explotándonos, sometiéndonos?
Para mí, hablar no es una opción, es una necesidad histórica, una forma de resistir ante el genocidio. Quien quiera escuchar le invito a conversar, quien quiera conversar le invito a escuchar. El problema de esta conversación no tendría que radicar en la incomodidad que pueda generar, sino más bien, se trata de una provocación, constante e infaltable, de hablar sobre lo que nos han prohibido.
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