Hace un año decía en este mismo espacio que solo la historia juzgaría el impacto y la eficacia del nuevo movimiento ciudadano surgido en Guatemala contra su sempiterno sistema político clientelista y corrupto. Y si bien un año no es absolutamente nada en términos históricos, obviamente resulta oportuno escribir sobre el significado de la llamada plaza de cara a los retos que sigue atravesando el país.
En mi opinión, en estos cortos 12 meses la plaza ha experimentado dos fases: gradualmente ha pasado de ser un símbolo de encuentro ciudadano a convertirse en uno de organización política. La pregunta es si esta permutación viene acompañada de un proceso para la toma del poder en el mediano o largo plazo.
Un espacio simbólico de desencuentros y encuentros
La protesta social y los espacios de construcción de democracia y de ciudadanía generalmente se asocian con las plazas. Allí está como referente el ágora en la Grecia antigua, donde se llevaban a cabo discusiones públicas más cercanas a un concepto de democracia directa.
Una revisión brevísima de eventos trascendentales más recientes nos remite a la toma de plazas para exigir justicia, democracia, rendición de cuentas y otros modelos de desarrollo económico. No hay nada nuevo en este simbolismo ya entrada la segunda década de este siglo, excepto el uso de las redes sociales y de la tecnología. Ese espacio se amplía gracias a ellas y ofrece el anonimato para vencer el miedo y retomar los espacios públicos de forma real y virtual.
Así, en las movilizaciones de la llamada Primavera Árabe en 2011, las plazas se convierten de nuevo en el referente del cambio político cuando se pasa del miedo a la acción. Les siguen los indignados españoles, que rompen con el monopolio bipartidista tomando las plazas a partir de un ya famoso 15 de mayo. Unos meses después, desde el parque Zuccotti, en Nueva York, se desarrollarían las manifestaciones Ocupemos Wall Street luego del cuasicolapso de la economía mundial por las acciones fraudulentas del sector financiero. Cuatro años después llegaría el hastío de los guatemaltecos.
Un espacio organizativo y varias agendas
El reto ha sido mantener vivas las expectativas y las aspiraciones que los ciudadanos expresaron libremente durante cinco meses consecutivos. Los temas del fortalecimiento de las instituciones político-partidarias, el combate de la impunidad y de la corrupción y la mejora del sistema de justicia han adquirido prioridad en la agenda nacional e internacional.
Dentro de los esfuerzos de organización social merece distinción la Marcha por el Agua, que culminó el pasado viernes. Organizada por comunidades rurales campesinas, luego de 11 días de peregrinaje, miles de hombres y mujeres rurales e indígenas entraron a la capital en cuatro columnas. Cual ríos desembocaron en la plaza, pero no traían piedras, sino peticiones específicas. Y no solo revivieron la plaza, como dicen muchos, sino también llegaron como conciudadanos, habiendo organizado una Asamblea Social y Popular para negociar con el Congreso.
Entusiasma saber que los patojos de #JusticiaYa están reactivando el llamado a la plaza y que el pasado fin de semana se constituyeron en asamblea ciudadana para consensuar líneas de acción hacia una mejor articulación de los distintos movimientos ciudadanos. Para cuando esta columna se publique habrá surgido el Manifiesto 25A. Y con ello esperamos estrategias políticas que amortigüen esta frágil transición provocada por el débil liderazgo del gobierno de turno.
Un espacio para la toma de poder
No se sabe si la compleja problemática alrededor del agua será el pegamento necesario entre las demandas de las poblaciones rurales y las prioridades de las clases urbanas detectadas en las asambleas organizadas el sábado. Esperemos que, dentro de la agenda política que este movimiento de movimientos desea llevar adelante, el tema de la regulación del agua como un derecho y un bien público y el referente al desarrollo rural, a una agenda de equidad y a los compromisos con los Objetivos de Desarrollo Sostenible figuren entre sus prioridades.
El próximo reto será formar las alianzas multisectoriales pendientes para el consenso y la toma del poder con la finalidad de que, desde el despacho, una nueva generación de políticos comprometidos con el Estado suplante la ideología de las élites extractivas por una que responda al bienestar de las mayorías.
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