A la distancia que otorga el tiempo, y con la frialdad de la razón, se puede afirmar que los sucesos que se iniciaron con el destape de La Línea y otros procesos judiciales fueron el motor de la crisis que más ha afectado al sistema político de Guatemala. Ningún otro suceso ha provocado lo que esta crisis ha representado.
Por una parte, vino a terminar de develar un Estado que ha sido construido constitucionalmente bajo principios poco democráticos. Por otro lado, evidenció la existencia de un sistema de partidos que aún continua promoviendo prácticas corruptas, arbitrarias y opacas, que solo buscan saquear los recursos públicos.
Pero también ahora se demostró que el actor político no pervive solo en este sistema, sino que se hace cómplice de una serie de actores privados (el sector económico tradicional, el emergente, el crimen organizado, el narcotráfico, los medios de comunicación y la sociedad civil, entre otros) que entran al juego de la depredación de los fondos públicos mediante la utilización de un sistema que fue creado sobre la base de una legislación que permite el tráfico de influencias y el pago de patrocinios electorales.
El hartazgo de la sociedad llegó a un nivel de excepcionalidad. Y lo novedoso de este fenómeno fue que este se disparó en pleno desarrollo y uso de medios de comunicación digital. Las redes sociales, como en otras latitudes, se convirtieron y continúan siendo el vehículo para manifestar el sentir de la ciudadanía, al menos de la que goza de este privilegio.
Se experimentaron y construyeron nuevas formas de protesta e incluso imaginarios sociales de que con estos sistemas digitales la experiencia de participación sería distinta. Pero la evidencia demuestra que eso no es suficiente. El sistema no se ha transformado.
Si bien no concuerdo con posturas que menosprecian el valor del uso de las redes sociales, pues al menos requieren de la disponibilidad de tiempo para informarse, opinar y manifestarse, sí reconozco que es necesario reflexionar sobre otras formas de participación y de construcción de ciudadanía. Una de ellas, y que es vital, es el empoderamiento de la juventud, pues es el futuro de ellos el que se puede mejorar o finalmente desfigurar. Pero son ellos los que tienen que tratar de encontrar otros caminos y otras sendas que permitan arrinconar al sector político a realizar cambios profundos.
La comodidad de la computadora o del celular no es suficiente para doblegar voluntades, aprobar leyes o meter corruptos en la cárcel. La ciudadanía tiene que seguir informándose desde lo tradicional y lo virtual y promover debates y discusiones serias y profundas, pero es necesario entrarle a lo real. Las protestas, las demandas y las propuestas se cristalizan más en las calles, en donde, bajo el sol, el agua, la sed y el cansancio, quizá se logran cambios que definitivamente un hashtag no haría.
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