Pedro Costa Morata, Premio Nacional de Ambiente de España, fue uno de los invitados a comentar el documento de trabajo preparado para este primer encuentro. Deseo compartir las principales reflexiones del doctor Costa:
«… Empiezo, pues, por hacer observar que un país pobre y desigual, sin esperanzas ni tendencias positivas, es intrínsecamente imposible que pueda ser considerado un país democrático. De la misma manera, un país contaminado, que malgasta y envilece su ambiente y sus recur...
Pedro Costa Morata, Premio Nacional de Ambiente de España, fue uno de los invitados a comentar el documento de trabajo preparado para este primer encuentro. Deseo compartir las principales reflexiones del doctor Costa:
«… Empiezo, pues, por hacer observar que un país pobre y desigual, sin esperanzas ni tendencias positivas, es intrínsecamente imposible que pueda ser considerado un país democrático. De la misma manera, un país contaminado, que malgasta y envilece su ambiente y sus recursos naturales, no debe ser considerado verdaderamente democrático. Una democracia contaminada, así como una democracia injusta, no pueden ser verdaderas democracias, sino falsas, equívocas, espurias democracias». Continúa diciendo:
«… Por otra parte, no constituye desarrollo cualquier proceso de la actividad económica que meramente aporte crecimiento económico, incremento de cifras, riqueza nacional. Si ese desarrollo no repercute directa y prioritariamente en la sociedad en cuyo seno tiene lugar, contribuyendo a su mejora generalizada, es decir, distribuida, no es verdadero desarrollo. Y si no es endógeno, tampoco. Porque el desarrollo o es social o no lo es, o extiende las mejoras ampliando siempre su alcance o no es digno de su nombre. No podemos, pues, seriamente, científicamente, aludir a democracia o desarrollo como si nos refiriéramos a conceptos instalados genuinamente, realidades funcionales y eficaces en el país. La base de toda discusión sobre democracia y desarrollo debe iniciarse por desenmascarar sus apariencias, trampas e ignominias y reconocer, como es forzoso, que estamos ante una imagen degradada, es decir, irreal y lamentable, de democracia y de desarrollo».
En fin, y más allá de proponer claramente que ni es democracia una institución con elecciones ni es desarrollo un proceso que genera millonarios al tiempo que miseria, una de las principales conclusiones de este encuentro es que la construcción de un nuevo modelo de democracia y de desarrollo, así como una propuesta general de convivencia progresiva, requiere la alianza de las mayorías sociales, la creación de contrapesos sólidos y activos frente a lo político y lo económico, la lucha por las prioridades consensuadas y el fortalecimiento, en definitiva, de la sociedad civil.
Queda mucho por hacer para poder ofrecer una verdadera alternativa política que genere un Estado efectivo, fuerte y justo, es decir, democrático: un Estado que sea creación y refundación de esa sociedad civil consolidada; un Estado al que se unan las fuerzas políticas más genuinas y menos comprometidas con este largo proceso de degradación; un Estado renovado, digno, en el que confluyan todas las fuerzas creativas del país, que sea resultado de este proceso —lento, constante, profundo— y que asegure los cambios sustanciales que la nación merece y exige; una verdadera Segunda República, que reasuma y rehaga cuanto ha sido imposible de conseguir desde la independencia o antes.
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