Mientras se buscaba implantar un régimen de conservación estricta en las zonas núcleo y se adelantaban acciones para legalizar las tierras en la zona de amortiguamiento, la zona de uso múltiple finalmente albergó el prometedor mecanismo de gestión de recursos naturales bajo el régimen de concesión de tierras. Aunque la primera concesión se concretó en 1994, el proceso tuvo una escalada a partir de 1999. Culminó con la concesión de 14 unidades de manejo que abarcaron más de medio millón de hectáreas hacia 2002. Esta escalada también marcaría el futuro de la reserva.
Estudios de 2016 indican que el país tiene una cobertura forestal de poco más de 3.5 millones de hectáreas (33 % del territorio nacional). Petén contiene 1.6 millones de hectáreas, el 46 % de la cobertura forestal del país. La RBM alberga casi el 80 % del total de los bosques de Petén. La cobertura forestal bajo el régimen de concesiones corresponde al 37 % de los bosques en la RBM (equivale al 30 % de los bosques de Petén y al 13 % de los del país). Estos datos muestran que el bloque forestal más grande del país está resguardado bajo el régimen de gestión de las concesiones forestales. No hay otro de esa dimensión.
Conociendo la complejidad de las tensiones en Petén, es imposible negar la efectividad del mecanismo concesionario y regatear la contundente labor y el legado público de las comunidades organizadas y aglutinadas en el seno de la Asociación de Comunidades Forestales de Petén (Acofop). Durante las últimas dos décadas, estas comunidades han fortalecido sistemáticamente sus habilidades en la gestión diversificada de esos territorios biodiversos, han atendido los compromisos suscritos, han consolidado esquemas de organización que han mejorado sus vidas y, con el sano ejercicio de los derechos propios de los ciudadanos activos, han dado ejemplo de cómo dar contenido a la idea de democracia. La legitimidad formal de este esquema y la que se construye con el ejercicio han sido objeto de variados reconocimientos en el mundo. Han hecho realidad el sentido de largo plazo en la gestión de lo público y el poder de la praxis concreta en el fortalecimiento de la ciudadanía.
Y el legado comunitario es aún más meritorio porque se ha fraguado en medio de la hostilidad y la zozobra. Desde Portillo, todo gobierno se adhirió a una especie de pacto fatal para debilitar, por acción u omisión, los atributos de la RBM. Limitaron recursos y mantuvieron un aparato estatal debilitado y sin autoridad, evadieron soluciones sostenibles para los flujos migratorios internos, alentaron la contradicción constante de políticas en su seno… En fin, fomentaron la anarquía.
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Pero más allá de esta lectura de orden gerencial subyace el desprecio a los esfuerzos de conservación de muestras representativas de ecosistemas nacionales. Un desprecio consustancial a la posibilidad de usar el territorio para fines contrarios y en sintonía con la noción del modelo dominante de crecimiento económico, que, en el orden vigente, equivale a lucrar tanto cuanto sea posible.
Esta noción es contraria, claro está, al poder estatista sólido y prestigioso que resguarda el interés colectivo representado en una reserva natural de esa envergadura. También contradice la participación de comunidades rurales que, sin pretender una visión autárquica, reivindican relaciones bioculturales tradicionales, capaces de sostenerse en el tiempo.
Conservar lo que queda de la RBM solo será posible con un Estado fuerte y sano dotado de capacidades prestigiosas, forjador de alianzas virtuosas, promotor de la pluralidad, la inclusión, el cuidado de la casa común, el bienestar, la democracia verdadera: con demos, como dijo Sheldon Wolin [1].
En fin, el germen (o más bien el fruto) está ahí, en el modelo de las concesiones comunitarias. Es poco probable que estas organizaciones se abstengan de la acción política contundente para defender el recorrido, su territorio, su singular biodiversidad, sus medios de vida, la vida misma de más de 10,000 personas, la vida en todas sus formas… un patrimonio nacional.
Adelantados a la crisis del momento, las comunidades forestales de Petén representan una pieza insustituible de lo que deberá ser el rompecabezas de la nueva normalidad. O más bien de la nueva realidad.
[1] Roiz, J. (s. f.). La teoría política de Sheldon Wolin.
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