Pensar que todo lo que hacemos es impecable es mentirnos a nosotros mismos y desconocer que el error es esencial para vivir. Aprender a admitir el error es necesario para crecer y aprender, para seguir caminando. De ahí que parte de los grandes momentos de una persona sea reconocer que fallamos, hacernos responsables del error y seguir adelante intentando enmendar y mejorar.
Cuando se trata de política, el error cobra dimensiones más importantes: puede cobrarse la vida de alguien o ser la causa de mucho sufrimiento. De eso sabemos mucho en Guatemala. Existe error en la práctica y en el análisis, y a veces también hay un miedo a equivocarse que puede ser peor. El terror a la posibilidad de no tener razón siempre, o bien a la crítica, también puede inmovilizarnos o exigirnos una quietud dudosa. Pero, frente a la realidad de la pobreza, de la desigualdad, del racismo, de la violencia y de tantas otras problemáticas, el error no puede ser una limitante.
Las organizaciones sociales también deben estar dispuestas a que el error sea parte de su práctica. Los procesos colectivos no son inmejorables por ser bienintencionados o por defender valores progresistas. No bastan el compromiso y la voluntad de cambio. Ojalá con la reflexión y el análisis crítico estuviéramos salvos de equivocarnos. No es así en política. El error es una realidad con la que hay que convivir, un riesgo que hay que intentar aminorar a toda costa. Ser parte de procesos políticos participativos es también atreverse al fallo y, por lo tanto, a la crítica, que, bien dada y bien recibida, ayuda a avanzar.
Cuando preguntan adónde van las organizaciones sociales y qué es lo que van a hacer los colectivos, siempre me digo que no hay respuestas que puedan calificarse como las únicas, las verdaderas, las totalmente correctas. Pero hay posturas que se asumen colectivamente, que nacen de la discusión seria, de las posturas encontradas, de los argumentos que no siempre están de acuerdo —alabado sea el pensar diferente—, de la búsqueda de los acuerdos apropiados. Finalmente, por todo un colectivo.
Hay decisiones y opciones en política, no realmente verdades. Recupero las palabras de un Juan Carlos Monedero en una entrevista en El País: «Hemos dicho desde el comienzo que aquí hay discusiones. Cómo no va a haberlas si yo dimití por una discusión profunda. Claro que hay sensibilidades diferentes entre Pablo, Íñigo, Teresa, Echenique… A ver si salimos en España de la teología política; de que, si dos personas no piensan igual, uno de los dos tiene que ser quemado en la plaza pública. A ver si os acostumbráis a que Unidos Podemos es un partido del siglo XXI y a que no va a asumir esas concepciones propias del PP o del PSOE, donde quien discrepa está condenado al ostracismo». En la religión hay dogmas, credos y pecado. En política debería haber mucho análisis y discusión, seguidos de auténtica escucha dispuesta a construir postura crítica colectiva. Finalmente, hay que saber que se puede estar equivocado y, por lo tanto, que esta postura necesita de una modestia política honesta que permita rectificar y que no que intente a como dé lugar legitimar o justificar el error. Aceptar el error y nuestra imperfección no puede ser una mala idea si nos hace encontrar mejores caminos por los cuales transitar.
Así pues, reivindico mi derecho al error, mi soberano derecho a fallar. Me comprometo a responsabilizarme de lo que venga después, del error y de rectificar. Apuesto por las propuestas políticas que nazcan de la participación de muchos, imperfectos como yo y dispuestos a la discusión y a la reflexión colectiva. Disponibles a ceder y a creer que puede que el otro tenga parte de razón.
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