Casualmente estaremos en paro el «día de la Hispanidad». En esta fecha, en la mayor parte de países hispanoamericanos se suelen realizar actos de carácter oficial para conmemorar la llegada de Cristóbal Colón a América. Obviamente, como la historia fue escrita por los españoles, no se habla nada de la subyugación a la que fueron sometidos los pueblos originarios, ni de la inmigración forzada de personas de origen africano que eran traídos como esclavos. De esta cuenta se dio origen a una notable disparidad de géneros, dado que el número de hombres extranjeros superaba el total de las mujeres. Este tema fue la causa de que en la colonia surgieran distintos fenómenos sociales como el rapto y abuso de mujeres indígenas. Esto, a su vez, originó diversidad de divisiones y mezclas raciales, culturales, diferencia en prácticas espirituales e idiomas imprevistos, que hizo a los españoles sentir amenazada la organización política que habían impuesto.
Se estableció en ese tiempo un sistema de linaje asignado por nacimiento, que pretendía imponer y regular las prácticas de cualquier otro grupo que no fuera el de los españoles, quienes quedaron en la parte más alta de la jerarquía social, además de reservar para ellos el monopolio de riqueza y privilegio. Esta práctica prevaleció tanto que, en el imaginario social, persistió la idea de que los pueblos originarios debían permanecer subyugados y desprovistos de todo reconocimiento social. El resultado de cualquier mezcla genética de los criollos con indígenas o africanos era considerado como un demérito social.
Las cosas no han cambiado desde entonces. Vivimos en un sistema excluyente, una sociedad que se jacta de «mejorar la raza» cada vez que un nuevo miembro de la familia es de piel u ojos más claros, pero Dios nos libre de cuánto nos fastidia que alguien nos llame racistas. Desde esos sombríos tiempos la historia nos siguió enseñando a llamar «reformador» al sujeto que nos despojó de las tierras. Por eso reverenciamos a las personas que tienen ascendencia criolla y nos hacemos creer que los pueblos originarios no tienen derecho a pensar, organizarse o movilizarse por sí mismos.
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En este momento se escribe una nueva página en la historia de este convulso territorio al que llamamos país. Estamos presenciando un punto de inflexión, marcado por un movimiento popular, liderado meritoriamente por los más altos representantes de los pueblos indígenas y acuerpado por personas de todas clases, edades, de todos los puntos cardinales sin distingo de nada. Citadinos, comunitarios y campesinos, transportistas, pilotos, motoristas, trabajadores de la salud, amas de casa, pequeños empresarios, comerciantes, comunitarios, niños, jóvenes, ancianos, profesionales y obreros, todos felices de poder defender la democracia que se nos quiere arrebatar.
La organización comunitaria que han demostrado los pueblos indígenas es impresionante; han venido prácticamente a sacar el pecho en defensa de un sistema que les ha excluido sistemáticamente desde hace quinientos años. Al final del décimo día de digna resistencia, no hay acción más satisfactoria para quienes creemos que la movilización social es la última ruta que nos queda –luego de agotada la vía de la institucionalidad, que vendió la independencia de poderes– que ver cómo en cada calle, entrada, colonia o plaza el pueblo reclama pacíficamente por defender el poder popular demostrado en las urnas. La convicción de quienes acuerpamos es auténtica.
En este momento, histórico y oportuno para la reivindicación y el reconocimiento del invaluable caudal multiétnico y pluricultural que enriquece tan honrosamente nuestra sociedad, reciban nuestra gratitud todas aquellas personas que se han sumado a defender nuestra frágil democracia. Nuestros sentimientos están encontrados porque estamos constantemente intranquilos por la valiente exposición de su integridad física ante las constantes amenazas, atropellos y violaciones de los derechos humanos. Estamos también preocupados por las pérdidas económicas consecuentes de este paro, especialmente para las poblaciones más vulnerables.
Gracias, autoridades indígenas, por resistir, por enseñarnos dignidad; gracias por permitirnos vivir un momento único en la historia; gracias por poner con contundencia las cartas sobre la mesa y, sobre todo, mil gracias por permitirnos conservar la esperanza de que un mejor futuro es posible.
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