El foro se tornó interesante en relación con las tan diferentes perspectivas sobre cómo los medios de comunicación sitúan sus opiniones en la escena nacional. El representante del Cacif llamaba a los medios a expresar «la verdad» sobre los hechos, mientras que las dos panelistas, que sobre todo representan la mirada desde las realidades de la exclusión y las demandas sociales negadas, apelaban a la manera como la mayoría de los medios de comunicación representan los intereses de sus dueños, por lo que increparon su falta de «objetividad».
Mucho que argumentar sobre cómo desde una posición de poder, representada por la élite económica, se hace énfasis en la verdad y no se deja lugar a la duda de si existe más de una. Pero bien sabemos que no existe una verdad, sino diferentes, expresadas desde la posición de quien las presenta. Aquí evidentemente se trata de la verdad del Cacif, la que tiene mayores posibilidades de ser posicionada al disponer de todos los recursos para que así sea. Y dentro de esa verdad que se pretende instalar en el pensamiento de la sociedad está el discurso de trabajar por «aquello que nos une, no por lo que nos divide», frase predominante en la disertación del representante de la cúpula empresarial en dicho foro.
En este punto cabe preguntarle al Cacif qué es aquello que une a la sociedad y qué aquello que la divide. Obviamente es lo que no incomoda a sus intereses. Pongamos ejemplos. Según ellos, nos ha dividido la discusión sobre las reformas fiscales, que ponen énfasis en la renta y no en el consumo, sobre lo cual el Cacif se impone y cuyo abordaje obstaculiza. El código agrario, la ley de desarrollo rural y la no aprobación de proyectos extractivos son otros temas que dividen al país. ¿Por qué de nuevo esta afirmación? Porque probablemente la cúpula empresarial siente amenazados sus intereses al considerar intocable la imposición de las inversiones privadas sobre el derecho a la consulta y a la decisión informada de la población. Así, los representantes de dicho sector quieren que nada de esto se discuta, que todo siga su curso, porque al final siguen disfrutando de la ganancia que les dejan el acaparamiento de la tierra y las inversiones en hidroeléctricas y minería a sabiendas de que tienen la institucionalidad del Estado a su favor.
En el juicio por genocidio, ¿no escuchamos que este y su resolución también eran causa de división? Claro, el reconocimiento de que uno de los máximos representantes del Ejército de Guatemala y exjefe de Estado había cometido genocidio era una sentencia que temían porque podía alcanzar a cuadros del Cacif que habían sido cómplices de dicha política en tiempos de la guerra. Más recientemente, con la discusión sobre las reformas constitucionales y la inclusión del pluralismo jurídico, ¿no volvió a afirmarse que estas también nos dividen? Lo dijeron, por cierto, en 1999, cuando se desarrolló la consulta popular sobre los acuerdos de paz.
Pero aquí me surgen otras interrogantes. Cuando se habla de división, ¿puede haber más de dos partes en contienda? Y de ser así, ¿quiénes más forman parte de esta división? ¿O a quiénes más se quiere integrar en la ecuación? Puesto que no se explicita lo que es obvio, la división se da entre una élite con poder y una mayoría que ha carecido de este, como es el caso de los pueblos indígenas. En esta permanente batalla, dado que los segundos establecen mecanismos de poder por su propia existencia mayoritaria y por su movilización, interesa que el discurso sea retomado por otro segmento de la población: la clase media. Entonces interesa que el discurso de no discutir lo que nos divide cale y se legitime en la opinión pública, que finalmente es otro poder que no termina de permitir que la balanza se incline a favor de las mayorías. En el caso del pluralismo jurídico, se incluye el discurso del miedo como parte de la estrategia hegemónica y se apela al sentimiento y a la práctica del racismo, el cual, como se sabe, existe en una buena parte de la población guatemalteca.
Entonces lleguemos a las conclusiones. Todo lo que nos une como sociedad según la élite empresarial es aquello que beneficia a esta. Sin embargo, discutir aquello que nos divide es lo que podría permitir que se construya un mayor equilibrio del poder en un país donde es innegable que se ha gobernado siempre a favor de dichos grupos económicos. O de lo contrario solamente se quedará en dádivas y en filantropía, ya que, como aseveró el señor González Campo, «deberíamos estar hablando de educación, de salud, de oportunidades de empleo». Pero, claro, sin hablar de reforma fiscal progresiva y orientada a afectar el nivel de renta, tampoco de mejores salarios, de derechos laborales y mucho menos de los derechos de los pueblos indígenas y campesinos, ya que son temas que nos dividen.
Finalmente, esta es la verdad que se quiere hacer prevalecer: la verdad que se establece desde la posición de quien la presenta. Aunque sabemos que no existe una sola. Hasta que hablemos de verdades, de realidades constatadas (inequidad, exclusión y concentración de riqueza) y de objetivos por el bien común, solo hasta entonces, señores del Cacif, podremos construir la unidad a pesar de las diferencias.
Más de este autor