Asesinos que sonríen; balas que agujerean el cuerpo y salen por detrás; pilotos de bus con las cabezas rojas; armas sofisticadas y armas blancas; policías que intentan pero nunca logran atrapar a los criminales. Parecen escenas de películas de acción pero son dibujos de niños.
Alumnos de quinto y sexto primaria, del Centro Educativo Dr. Bloem en Sacoj Mixco y la escuela oficial del asentamiento La Paz en Villa Nueva, escribieron y dibujaron cómo les afecta la violencia circundante. El resultado alarma. No solo porque pone de manifiesto lo cerca que tienen la violencia, lo mucho que la conocen, y cómo están inmersos en un mundo de asesinatos, extorsiones y robos. También preocupa porque demuestra que la han normalizado, que para ellos es la única forma de vida posible: nacieron y crecieron en zonas con altos niveles de conflictividad y creen que “así es la vida”.
Participaron 89 niños de entre los 10 y los 13 años. A todos se les pidió simplemente que escribieran una composición llamada “Cómo me afecta la violencia” y que además hicieran un dibujo. A muchos de ellos les sirvió de espacio para confesar cosas que no suelen contar: un padre que golpea a la madre, un hermano drogadicto o el miedo que siente cada vez que tienen que salir de casa.
El 84% de los alumnos habló de violencia con detalles, solo un 16% aseguró que la violencia no les afecta y que no se sienten atemorizados. Pero para la mayoría vivir en zonas rojas es resignarse a pasar los días encerrados, escuchar disparos a diario o a toparse con cadáveres de camino a la escuela.
La violencia está presente en todos los ambientes en los que se mueven. La intrafamiliar es una constante en sus vidas. Doce de ellos contaron episodios de violencia dentro de casa, uno incluso dijo que teme que un día su padre asesine a su madre. En los últimos seis años se han registrado 42 asesinatos de menores a manos de sus propios padres.
La escuela, que tradicionalmente era considerada como un sitio para alejarse de la violencia, se ha convertido también en un escenario peligroso.
“Hay escuelas que han querido evitar problemas y han aceptados muchachos vinculados a maras –explica el experto en educación Bienvenido Argueta– pero como no tienen un conocimiento del abordaje y el tratamiento, de inmediato tienen problemas de violencia dentro de la misma escuela y esa extorsión que se daba en el exterior se da también en las aulas”.
Tampoco hay posibilidad de que jueguen la aire libre, de los 89 participantes 54 dijeron que se sienten asustados cada vez que salen a la calle.
Uno de los pequeños contó que cada vez que sale a jugar, su balón inevitablemente rueda hacía el barranco y ya no lo puede recuperar “porque allí siempre hay muertos tirados”.
Otros cuentan que sus padres simplemente no les permiten poner un pie fuera de casa.
Los expertos coinciden en que al crecer rodeados por tanta violencia, al haber crecido en zonas donde los asesinatos son cosa de todos los días, existen altas probabilidades de que se vinculen con algún grupo delictivo. Sobrevivir fuera de la violencia, siendo solo testigo y víctima, es casi un acto heroico. En las zonas rojas de la ciudad capital viven muchos héroes.