Doña Rome no puede leer. Compra planes por semana y elige a quién de los hijos le toca el turno de usar el teléfono para hacer tareas. Lleva al nene para que trabaje allá porque la hija de la señora le comparte un dispositivo e internet y lo ayuda con las dudas. Ahora sus demás hermanos disponen de más tiempo para repartirse la suerte.
Un día, Josué debía enviar sus tareas por WhatsApp a la seño antes de las 11 a. m. La nena —su hermana mayor— estaba en exámenes. Fue por eso que Josué, aunque terminó, no pudo enviar las tareas sino hasta las 12. Esa tarde su maestra llamó a doña Rome para decirle que su hijo había entregado las tareas fuera de tiempo y que no las iba a recibir. También sugirió que mejor lo sacaran de la escuela porque seguro iba a perder el grado. Doña Rome estaba triste y preocupada porque su esposo había dicho que, si el Josué no quería aprender, mejor lo iba a poner a trabajar.
Esta era otra pena para doña Rome. Antes estaba angustiada porque a la nena la estaban extorsionando. Mientas estudiaba, un supuesto sicario le envió audios aterradores informando que le habían encargado matarla. Dijo que, si ella no pagaba, la iban a secuestrar. La nena se asustó por las amenazas, aunque a mí me pareció que los datos que le daban eran aleatorios, pero, en medio de su estrés y su falta de conocimiento, ellas no lo notaron. Doña Rome pensó que podría ser represalia del sujeto que había violado y embarazado a la nena el año pasado. Él está muy enojado porque le pusieron demanda de alimentos.
Como puede, la nena va intentando salir. Trabaja de niñera, estudia y cuida a su bebé sin ser aún mayor de edad. Nadie sabe por qué a la nena le dan unos como ataques en los que le duele algo, pero no saben qué. La han llevado al médico y han gastado mucho dinero en medicamentos y exámenes. La nena, cuando está enferma, parece que estuviera muerta. Por eso no van a vacunarse: porque el pastor dice que se van a enfermar y ya no tienen más dinero. «No hay nada que hacer», dice doña Rome con melancolía. «¿Qué más queda? Solo seguir adelante».
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Yo los veo y no puedo evitar sentir su dolor, sus lágrimas, su angustia. Acompañarlas en temas de educación y explicarles que la maestra insensata no puede hacer lo que hizo. Aconsejarle que vayan a hablarle para pedirle, en nombre mío, que cumpla con su labor. Esa es la razón por la que a algunos maestros no les agrado. Hablo con oenegés para que acompañen a la nena en el proceso legal contra el violador, para que su bebé tenga alimento. Acompañamos a la nena a la Policía para poner una denuncia por la extorsión, pero esta no podía, así que la nena mejor compró un nuevo chip.
Menos mal podemos acompañar a doña Rome para que exija sus derechos. Menos mal que ella tiene un empleo que la ayuda. Menos mal que sus hijos pueden estudiar. Y es un alivio que su esposo no se haya ido porque puso luz para cargar el celular en casa. Ella está bien. Pertenece al 15 % de mis paisanos que no están tan jodidos como la mayoría acá, que no tiene ni la mitad de lo que tiene ella.
Me da tanta tristeza ver cómo los niños y las niñas tratan de acceder a una educación inconsciente y mediocre. Me apena y avergüenza el magisterio nacional, que parece estar muy cómodo sin buscar soluciones y propuestas. Me angustia ver que miles de familias no tienen acceso a equidad, a oportunidades, a educación de calidad, a seguridad, a justicia, a salud y a conocimiento. Cuando pienso que la situación es igual o peor en todo este remedo de país provida, libre y soberano, veo con agrado cómo el pueblo se organiza y exige justicia.
Vamos a cumplir 200 años de lo mismo.
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