En este mes, pero de 2020, Guatemala cambió radicalmente su rutina a causa de la pandemia que arrinconó al mundo. Y es que entró en una dinámica de incertidumbre y de polémicas en las que el dilema fue salud o economía. Al final se impuso un mediano consenso en cuanto a velar por la primera sin descuidar la segunda, de manera que de un repliegue general se fue pasando a un paulatino reacondicionamiento que hoy nos tiene sobrellevando el ya prolongado momento.
La radiografía nacional indica que el 13 de marzo de 2020 se registró el primer caso de covid-19, y desde aquel día hasta el actual las pruebas del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social superan las 800,000, control que ha propiciado la detección de unos 190,000 contagios, con más impacto en personas ubicadas en el rango de los 20 a los 29 años de edad, del 26 %, y en las de 30 a 39, del 25 %.
Para este año, la cartera de educación dispuso que las clases dejarían de llevarse a cabo de forma electrónica, como fue necesario hacerlo en un 100 % en 2020, e implantó un modelo híbrido o mixto. Con esa visión emitió el acuerdo 2762-2020, que pudo haber generado otra discusión de las típicas en esta sociedad, ¿salud o educación?, pues, por más desarrollado que sea un protocolo de bioseguridad, la realidad es que la infraestructura local ni siquiera da para pensar en el deber ser.
De su parte, el despacho de salud aprobó el acuerdo 24-2021, con directrices sobre la afluencia en puntos turísticos o de distracción, mercados, centros comerciales, bares, restaurantes y otros lugares de alta concurrencia, normativa que en esencia marca pautas de actuación para disminuir las posibilidades de contagio. Lo anterior ocurre mientras en diferentes zonas la gente pide o decide abrir accesos de concentración masiva. Por ejemplo, la comuna de la capital ha admitido que la presión ciudadana induce a habilitar áreas de nutrida presencia de familias.
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Todos sabemos que la covid-19 ha golpeado transversalmente a Guatemala. Y, desde mi punto de vista, la educación ha sido la más afectada. Un análisis de la Dirección General de Evaluación e Investigación Educativa (Digeduca) señala que solo uno de cada diez estudiantes alcanza fluidez lectora y comprende lo que lee al terminar su primer año de estudios, deficiencia agudizada por la crisis que padece el país.
Obviamente, las restricciones y los efectos también han alcanzado la enseñanza media, la diversificada y la superior, al margen de que en ellas, como en la primaria, tenga atribuciones el sector privado. Sobra apuntar que Guatemala no solo no estaba preparada para migrar de la presencialidad a la virtualidad, sino que la segunda crea espejismos o comodidades que, en resumen, terminan perjudicando al alumnado, ya que una fortaleza digital deriva en debilidad cognitiva.
Sin duda, la coyuntura generada por un flagelo que ha vulnerado las flacas defensas de la estructura ha significado el cierre de negocios, la pérdida de empleos, el cambio en las relaciones laborales, la modificación de hábitos en la interacción social y otros aspectos que implican atraso, pausa o lentitud. Serán muy pocos quienes sonrían por lo que ha traído la pandemia, tal vez los que cobran sin trabajar, los que han elevado sus ventas o los que en cada necesidad de la población encuentran un puente para dar vía a la corrupción.
Ahora la expectativa es la vacuna, de la cual no hay certeza ni ruta concreta. Sin embargo, el receso de la temporada conlleva riesgos, además de que los espectáculos de diversa índole hacen cola para que se les permita reanudar actividades. Por todos lados, entonces, se levanta la mano, aunque el brazo no haya recibido la inyección, para cumplir con actos comerciales, sociales, deportivos, etcétera. La verdad es que en la familia van y vienen en tanto que se insiste en una educación por pantalla que difícilmente saldrá aprobada.
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