Cinco breves meses han sido tiempo más que suficiente para constatar la volatilidad de aquellas palabras que ya se terminó de llevar el viento. Qué tiempo récord, vaya, para comprobar que algunos trozos de aquel discurso, como algunas de sus promesas de campaña, se revertirían más temprano que tarde por contradecir de frente su conocido pensamiento conservador y de mano dura.
No ha sido necesario explicitar que cuando el militar habló de “sustentar los cambios fundamentales…: la verdadera paz, la justicia ágil y eficaz y la seguridad integral que todos ansiamos…” se refería a una versión reaccionaria de legalidad y estado de derecho. Una versión represiva de imperio de la ley que no tardaría en brindar respuestas como el estado de sitio en Barillas, ante la conflictividad por la falta de consulta previa por la instalación de una hidroeléctrica en el lugar; o respuestas brutales como el garrotazo directo contra las protestas estudiantiles de esta semana por la modificación del sistema formal docente. Señales que anuncian el restablecimiento de una lógica militar y autoritaria del Estado; una lógica que supuestamente estábamos buscando superar, a partir de los Acuerdos de Paz que el mismo Presidente se jacta de haber firmado. Pero ¿cómo iba a ser posible que “mano dura” conviviera con “verdadera paz” o con “la seguridad integral que todos ansiamos”?
No era descabellado leer entrelíneas cuando se refería a “el desarrollo social y el desarrollo integral para los que verdaderamente más lo necesitan, y el desarrollo económico para todos”… ya que este hombre hablaba en realidad de concesiones extractivas inconsultas, regalías pírricas para las multinacionales y concesiones fiscales a los que más impuestos deberían pagar. Hablaba en realidad de acuerdos agrarios incumplidos en un proceso de “diálogo” que puso a los campesinos en la posición de convencerlo de que hablan en serio cuando se refieren a verdades históricas: que viven miserablemente, que sus derechos más básicos se incumplen sistemáticamente, y que la gente en este país muere de hambre todos los días a causa de una estructura económica cínicamente injusta.
Pérez Molina habló tan solo hace cinco meses de “plena inclusión de los pueblos indígenas”, mientras su gobierno sigue negándoles la ciudadanía al invisibilizar su clara y contundente voz en los más de 60 procesos de consultas comunitarias de buena fe. ¿Cómo iba a ser posible que “mano dura” conviviera con “cabeza y corazón”?
Cuando pidió “a Dios que nos conceda la sabiduría de promover con ahincó (sic) la reconciliación verdadera, que nos de (sic) las fuerzas para atender los rezagos y las injusticias, reparar el tejido social”… como si la sabiduría fuera una cuestión de fe y no de razonamiento crítico y coherente con la realidad, este hombre se refería en realidad a promover, no solo un “borrón y cuenta nueva” como su conveniente versión de la justicia y la reconciliación, sino una tergiversación perversa de la historia reciente del país. Se refería a negar abiertamente el genocidio desde el discurso oficial y a desmantelar de tajo, con el cierre de los Archivos de la Paz, la posibilidad de esa urgente e indispensable reconstrucción de nuestra historia como pueblo. ¿Quién se creyó que “mano dura” y “reconciliación verdadera” podrían convivir en un mismo plan de gobierno?
Y finalmente, cuando el Presidente habló de “cambiar el modelo de administración clientelar y corrupto que ha existido”, se refería sencillamente a reemplazarlo por el propio.
Más vale que nos vayamos preguntando, entonces, a qué se refería este hombre cuando dijo que debíamos “recordar que este esfuerzo del cambio está inscrito en una dimensión superior y más profunda de un cambio de épocas a nivel mundial, de un cambio civilizatorio”…
Con semejante telón de fondo en estos precisos días, la expresión de “reforma constitucional” en boca de este presidente, sus amigos y socios, por muy necesaria que sea, chirría muy agudamente. Espeluznante.
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