El círculo rojo (II)
El círculo rojo (II)
Él es un ex presidente. Ellos, empresarios y finqueros. Para ellos, él tendría que ser nada menos que el diablo. Para él, ellos sus enemigos naturales. Pero la vida, que disfruta gastando esa clase de bromas, los reunió en prisión. Él es Alfonso Portillo Cabrera. Ellos, los hermanos Francisco y Estuardo Valdés Paiz. Desde hace casi tres años comparten las cuatro paredes de una celda. Esta es la segunda parte de tres, de la historia de cada uno y la historia de su amistad, basada en conversaciones sostenidas con ellos entre octubre y diciembre de 2012.
30 años tenía Alfonso Portillo la primera vez que escapó de la justicia. Su alegato ha sido que el tribunal que habría de juzgarlo por el asesinato de dos personas, en Chilpancingo, estaba conformado por enemigos suyos. Lo mismo, dice, le ocurrió cuando, en 2004, poco tiempo después de haber entregado la presidencia a Óscar Berger, volvió a huir. Solo que esta vez sus enemigos eran más poderosos. El actual Presidente de la República, Otto Pérez Molina ganó en 2004 una curul en el Congreso con el Partido Patriota como miembro de la alianza que llevó a Óscar Berger al poder. Pero Berger lo sacó del Congreso y lo convirtió en su Comisionado Presidencial de Seguridad. Desde ese cargo, Pérez fue el primero en denunciar el desfalco de Q.120 millones del Ministerio de la Defensa. Portillo había visto a varios de los funcionarios de su gobierno esposados y vestidos con overol naranja, y decidió que él no correría la misma suerte. Huyó a El Salvador y luego a México, en donde consiguió permanecer durante cuatro años. A principios de octubre de 2008 volvió a Guatemala en un avión de la Procuraduría General de la República de México. Portillo dice que él se entregó y solicitó a la PGR su traslado a Guatemala. La fiscalía en Guatemala, que aquello fue el resultado de un largo proceso que incluía la solicitud de extradición al gobierno de México. El juez Julio Jerónimo Xitumul le impuso a Portillo una fianza de Q. 1 millón. Portillo pagó y salió libre. 15 meses después, el ex presidente huiría de nuevo. Sobre su cabeza ya no pendía solamente la acusación de la fiscalía guatemalteca. EE.UU solicitaba su extradición por haber utilizado el sistema bancario estadounidense para lavar cerca de USD 70 millones. Detrás de la solicitud había un hombre, Preet Bharara, fiscal federal del Distrito Sur de Nueva York, una de las 100 personas más influyentes del mundo en 2012, según la revista TIME. La orden de captura fue emitida el viernes 22 de enero de 2010. Portillo desapareció casi de inmediato. Soldados, policías y miembros de la fiscalía especial de la Cicig consiguieron, sin embargo, capturarlo tres días después, el lunes 25 por la noche, en Punta de Palma, Izabal. Guarda prisión desde entonces. El 9 de mayo de 2011, ante la sorpresa de los investigadores del MP y la Cicig, el Tribunal Undécimo de Sentencia Penal lo absolvió de peculado. A él y a sus ex ministros de Defensa, Eduardo Arévalo Lacs, y de Finanzas, Manuel Maza Castellanos. Pero la libertad no estaba a la vuelta de la esquina. En principio, para que proceda la extradición, se debe contar con una sentencia firme en el caso abierto en Guatemala. Para ello, la Cicig y el MP agotarán los recursos que la ley les permite hasta conseguir una sentencia favorable. La defensa de Portillo hará exactamente lo mismo, pero en sentido contrario. Al final de esa sinuosa carretera se encuentra Estados Unidos, la fiscalía federal del distrito sur de Nueva York. Y mientras tanto, según el tratado de extradición, Portillo debe permanecer en la cárcel.
— El primer proceso que se abrió aquí fue el de peculado – retoma Portillo – que por cierto lo promovió el actual presidente (Otto Pérez Monlina). Él era el Comisionado de Seguridad de Berger, puesto allí por los Gutiérrez para perseguirme a mí. Él montó el caso de peculado, que poco a poco se ha ido cayendo. Falta la apelación. No se va a quedar contento el Ministerio Público. De ahí va a ir a casación. De ahí nos vamos a la CC. Pero lo importante es que no pudieron demostrar que los Q.30 millones que malversó Llort eran míos, o que yo se los había dado. Esa es la mayor catástrofe que han tenido. Y todo está basado en el testimonio de José Armando Llort y Salomón Molina. Y los dos mintieron y se contradijeron. Por eso se les cayó el caso. Nunca lo pudieron armar bien. Y José Armando Llort, de tan listo que se las quiso llevar, aceptó que las empresas eran de él, de cartón, para lavar dinero, pero que no tienen que ver conmigo. El problema se les complica cuando miran que van a perder el de peculado y lo que les interesa a los Gutiérrez es como sacarme del país, porque matarme era muy costoso para ellos. Calcularon mal, ellos nunca esperaron la respuesta de la gente. No se imaginaron que con las giras que yo empecé a hacer al interior del país, la respuesta de la gente iba a ser multitudinaria. Y entonces dijeron: este es un peligro, este va a definir la próxima elección. Por eso se reúnen Stephen McFarland, Dionisio Gutiérrez, Castresana, Colom y su esposa cuando revienta el caso Rosenberg. El caso Rosenberg está vinculado con el mío en ese sentido. Se reúnen en Casa Presidencial un jueves a las 4 de la tarde para decirle a Colom: te salvamos del caso Rosenberg, pero comprometéte que a Portillo nos lo entregás. Lo queremos extraditar. Denle viaje, les dice Colom. Él ya estaba comprometido de antemano, tan comprometido que firmó la extradición, no cumpliendo con la sentencia de la CC, de una manera descarada.
Es cuando lanza afirmaciones semejantes, que la mirada de Portillo se petrifica en uno, que las venas de sus sienes se inflaman, que su dedo índice golpea con más insistencia la superficie de la mesa. ¿Me está diciendo la verdad? ¿Me está engañando? ¿O está solamente utilizándome para enviar mensajes a quienes tengan oídos? La frase de Marco Aurelio vuelve de pronto: todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad.
— ¿Cuáles son sus fuentes sobre esa reunión?
Es gente de la SAAS que trabajó conmigo, que sigue siendo leal a mí y me advirtió de esa reunión desde el 31 de mayo de 2009. ¿Por qué me acuerdo la fecha? Porque es el cumpleaños de mi mamá, y cuando yo estaba en la casa con ella, llegó el oficial a contarme: hubo una reunión para sacarlo del país. Yo sabía perfectamente que venía eso contra mí. Entonces empiezan a hacer el trámite y contratan a Otto Reich para que convenciera a Preet Bharara de que pidiera mi extradición, sabiendo la debilidad del caso. Habíamos llegado a la conclusión de que teníamos dos enemigos muy fuertes: por un lado, la oligarquía y, por otro, el gobierno de los Estados Unidos, que fue lo que le pasó a Árbenz. Pero los métodos cambian: ¿cómo desaparecerme? La extradición. Pero resulta que un caso está amarrado al otro, porque los mismos hechos por los que me acusan en el caso de peculado, son los que usan para llenar la solicitud de extradición: el Ministerio de la Defensa, los mismos testigos, que el dinero fue tanto, Q?30 millones, que fueron 3 entregas de 10 cada una… Todo igual, los mismos hechos. Mirá la primera propuesta que hace Castresana, a través de Eunice Mendizábal (fiscal del MP, ahora zarina antidrogas del Gobierno) en el momento en que me capturan. Eunice Mendizábal me hace el ofrecimiento: mire Licenciado, usted sabe que lo quieren matar. Ah sí, le dije yo, ¿quiénes? Su propia gente. ¿Qué propia gente?, le dije yo. La estructura, me dijo. Mire, licenciada, le dije, yo a usted la respeto. Yo a usted también, Licenciado. No parece, le dije, si me respeta no me trate de decir cosas que se le dicen a un niño, usted sabe que no hay ninguna estructura, la estructura que me quiere matar es la estructura que la utiliza a usted de pelele, la estructura de los Gutiérrez, es la estructura más criminal, y sus hijos y sus nietos lo van a pagar. Ellos tenían preparado el fast track: sacarme del país. Si Portillo sigue aquí puede influir en las próximas elecciones. De hecho, Arnoldo, no participé en la segunda vuelta, con ningún mensaje, porque llegué a un acuerdo con Otto, que lógicamente yo sabía que no iba a cumplir. Otto me pide de favor de que si yo no apoyo a Baldizón, él ve cómo me ayuda…
— ¿Por qué hizo eso?
— Lo hice en primer lugar porque no creo en Baldizón. Y segundo, vos ves la posibilidad de ayudarte en tu caso, siendo honesto. Hasta el momento no me ha ayudado, pero tampoco me ha jodido, fue más desgraciado conmigo Álvaro Colom, que el presidente Otto. Uno quería salvar su pellejo, y el otro tiene compromiso con los Gutiérrez.
— ¿Usted lo conoce bien, a Otto Pérez Molina?
— Otto iba a ser mi Ministro de la Defensa. Cuando estaba a punto de ganar la segunda vuelta, me reúno en Washington con Otto -y es que con Otto éramos amigos de parranda, mi primera pistola que yo tuve aquí para protegerme me la regaló Otto, el primer carro usado que yo compré me lo vendió Otto, nos hicimos amigos porque Alejandro Gramajo nos pone a los dos a exponer en el Centro de Estudios Estratégicos para la Estabilidad Nacional, ahí nos conocimos- y me dice Otto: puta, yo quiero de su equipo. Pues a mí me gustaría también Otto, le dije. Pero hay una cosa que nos va a separar, me dice, el General Ríos Montt. Entonces yo le contesto: el General Ríos Montt y los Gutiérrez, Otto, porque usted no es independiente de los Gutiérrez. Y por eso es que después no lo nombro Ministro de la Defensa. Primero se me iba a rebelar el Congreso y, segundo, el General me dijo: va a poner a un hombre que le obedece más a sus enemigos que a usted. Y Roxana iba de Secretaria de Comunicación Social de mi gobierno, pero en un problema que hubo por su carácter, tan intempestivo, la quito de encargada de comunicaciones de mi campaña.
En ese momento, detrás de nosotros, asomó la cabeza plateada de Salvador Gándara, el ex ministro de Gobernación de Álvaro Colom que durante una temporada estuvo recluido también en la Brigada Militar Mariscal Zabala. Se acercó a saludar. Estaba de visita.
— ¿Cuándo vas a venir a almorzar con nosotros? —dijo Portillo—avisáme, tal vez el viernes, y así pedimos un almuerzo más.
Gándara se despidió sonriente y desapareció escaleras abajo.
— Pues volviendo al tema de la situación jurídica actual mía —continuó Portillo— este caso lo debí de haber ganado ya pero el CACIF abiertamente ha intervenido en las grandes decisiones de la Corte. Las dos veces que la Corte de Constitucionalidad ha visto mi caso, las dos veces las ponencias originales van positivas hacia mí y a última hora las cambian por medio de Roberto Molina Barreto, que es el hombre del CACIF en la CC. Un descaro total. Es más, casi aseguraría yo, solo me falta afinar unos detalles, que la última resolución de la CC en la que sí dicen que es correcta la extradición mía, la hicieron en asociaciones de abogados del CACIF. Toda esta información, fidedigna también, de gente del MP: el embajador le dice a la Fiscal, Portillo no conviene en Guatemala, Portillo es un peligro en Guatemala, y usted nos puede ayudar, desista de la apelación. El MP apeló la absolución mía en peculado, si desiste, se acabó el caso. Pero la Fiscal les contesta, porque tonta no es: pero si desisto, queda firme la absolución de Portillo, y con esa absolución ya es cosa juzgada, y con esa absolución va a llegar a EEUU. O sea que nos podemos llevar un año más en el peculado. Y aquí viene el Non bis in ídem (que en español quiere decir?): resulta que dice el famoso código de Bustamante, el código de Derecho Internacional Privado, que la extradición no puede otorgarse cuando los hechos son los mismos del proceso que llevé adentro del país. Artículo 358. Como que me lo hicieron a mí… Hay diferencias, claro, en el caso de peculado no está Taiwan. Pero la acusación fundamental es que yo lavé 70 millones de dólares robados del Ministerio de la Defensa. ¡Y ellos no pudieron ni siquiera demostrar los 30 millones de quetzales!
Para contrastar las declaraciones del ex presidente con relación a su situación jurídica, entrevisté a los abogados de Cicig que llevan su caso. Me recibieron en la sede de la Comisión y en poco más de una hora, revisamos los puntos principales del caso.
— No es cierto que se le esté juzgando aquí por los mismos motivos por los que se solicitó su extradición — me explican los abogados de Cicig — EEUU lo sindica de conspiración para el lavado de dinero. EEUU hace una investigación por todo el tiempo que estuvo él fungiendo como presidente hasta la fecha en que presentó la solicitud de extradición, determinan todas las transacciones que se realizaron y esas transacciones, para ellos, son anómalas e irregulares e ilegales porque no se corresponden con lo que él, como presidente, pudo haber aquí percibido. Son una serie de transacciones hacia EEUU y que de EEUU se remiten a Francia y Luxemburgo, que es lo que todo el mundo conoce. Entonces no es que se le esté juzgando por el mismo delito. Aquí cometió el delito de peculado y es por la sustracción.
— Es decir, son dos delitos distintos, pero es el mismo dinero...
— Los millones que EEUU le imputa son muchos más. El MP, en su momento, le aperturó causas por lo que se le denominaba Taiwán I y Taiwán II, los cheques para las bibliotecas y cheques para maestros, se le abrieron investigaciones por el dinero del EMP. En fin, hay una serie de denuncias y acusaciones que en su momento se aperturaron en contra de él y todas tienen que ver con fondos públicos. Es decir, lo que pudo haberse lavado en EEUU puede provenir de muchas fuentes.
— ¿Por qué la debilidad de ellos? — continúa Portillo— Porque lo de Taiwán no es lavado, porque lavado, para empezar, tiene que tener una premisa: dinero de origen ilícito. ¿Cuál ilícito si es de la oficina de negocios de Taiwán en Nueva York? Con lo único que pueden demostrar que es ilícito es si a mí me sentencian de peculado, entonces sí se demuestra que obtuve dinero del Estado y que lo fui a lavar a Estados Unidos. Lo de Taiwán fue un cheque antes de la Presidencia y los demás durante esta, a mí nombre. Solo yo los podía cambiar. Taiwán me ayudó a mí siempre, eso lo sabe todo el mundo, desde que era diputado…
— El que haya cobrado el dinero y no lo haya dado a Guatemala a las bibliotecas, lo hace ilícito — responden los abogados de Cicig—. Hay tres cheques que fueron dados en agosto de 2000 y él ya era presidente.
Aunque todos los actores hablan ahora de cómo Portillo se robó los fondos de Taiwán, es conocido por todo el mundo, con investigaciones y sentencias en Panamá o Costa Rica u otros países latinoamericanos, que Taiwán ha sobornado a presidentes, ministros, periodistas y diplomáticos para que mantengan relaciones con su país y no con China. “La diplomacia del dólar” es como ha sido bautizada esa política exterior.
— ¿Cómo hicieron para determinar que el testimonio de Llort no era falso?— le pregunto a los abogados de la Cicig
— La situación de los depósitos ocurrió, y lo sabemos porque están las boletas. Tenemos como probarlo. Los cajeros que trabajaban en la bóveda central fueron las personas que recibieron el dinero en efectivo, que llevaba los precintos del Banco de Guatemala, por eso podemos establecer que ese mismo dinero es el que provenía de los Q?120 millones. Se hicieron análisis comparativos entre cuanto tiempo duraba poder realizar una transferencia en condiciones normales, dos o tres semanas, y cuánto les tomó a ellos luego de publicado el acuerdo gubernativo, dos días. A las 5:30 de la mañana entra un fax al Ministerio de Finanzas en donde Enrique Ríos Sosa dice: queremos la transferencia al renglon 285. Entonces la declaración de Llort la vemos soportada a través de mucha información que documentalmente nos evidencia que él nos está diciendo la verdad.
— ¿Obtuvo Llort algún beneficio por el testimonio?
— No, no, no ha tenido ningún beneficio.
— ¿Y por qué lo dio?
— Por colaborar con las investigaciones. (Llort se encuentra como testigo protegido en Estados Unidos.)
— ¿Qué pruebas hay para demostrar que los Q?30 millones se los dio Portillo a Llort?
— Hay pruebas para demostrar que los Q?120 millones provenían del Ministerio de la Defensa Nacional, que esos 120 millones fueron registrados en la contabilidad del ministerio como gastos secretos, y que esos gastos secretos no tienen ninguna justificación contable, y las fechas en las que fueron cobrados los 120 millones y posteriormente trasladados los 30 millones hacia el CHN son cronológicamente consecutivas. Entonces hay una línea muy fuerte para poder decir que esos 30 millones provienen de esos 120 millones que en el Ministerio de la Defensa no tienen ninguna justificación. Hay peritajes respecto a eso, en donde se establece que hubo una sustracción de dinero de 900 millones de quetzales, aproximadamente, de 2001, 2002 y 2003, y luego hay otro peritaje realizado por un perito del MP en donde se establece la relación que hay entre los depósitos realizados por las transferencias incluida esta de los 120, el cobro de los cheques y el registro en la contabilidad como gasto secreto. Al CHN le hicieron una auditoría y establecieron que había faltantes de dinero. A pesar de los 30 millones que le dio Portillo a Llort para tapar los agujeros. Acuérdese que Portillo asumió en el 2000 y durante ese año no podía hacer nada con el presupuesto porque ya lo había aprobado Arzú. No podía hacer absolutamente nada, solo jalar de donde podía y ¿de dónde podía?: del CHN y de otras instituciones.
Portillo recuerda entre silencios su periplo carcelario. En medio de cada frase una pausa, cada palabra es una imagen: “la humillación que quiso hacerme Colom para que yo me fuera de Guatemala, hasta mandarme a Fraijanes II, la cárcel de hombres de alta peligrosidad, para que yo me quebrara: cuatro, cinco días aislado, encerrado en una bartolina con luz artificial, sin comunicación con nadie. No te imaginás qué cárcel. Todos andan encapuchados ahí, con pasamontañas, los guardias, todos, incluido el jefe. Hasta las secretarias están en capucha. Horrible eso. A los cinco días de regreso otra vez a la zona 18 y, a los dos meses, Matamoros”. Esa noche, mientras el ex presidente era trasladado al cuartel Matamoros, Francisco Valdés, con el radio de transistores en la mano, interrumpió la conversación entre su hermano y Diego Moreno Botrán:
— ¡Portillo viene para acá!
Los hermanos que sabían demasiado poco
El 13 de enero de 2010, un día antes de que el presidente de la República, Álvaro Colom, rindiera el informe anual luego de dos años de gobierno, el abogado español Carlos Castresana, entonces cabeza de la Cicig, ofreció una conferencia de prensa en donde hizo pública, con lujo de elocuencia, algo de dramatismo y abundantes pruebas científicas, la investigación realizada por la comisión internacional para esclarecer el asesinato de Rodrigo Rosenberg. No existen muchas imágenes de las expresiones de quienes atestiguaron en directo la presentación de Castresana, pero no sería extraño encontrarse en ellas con bocas abiertas y ojos desorbitados que, por un elemental principio de sobrevivencia, se resistían a creer lo que estaban viendo: a Rodrigo Rosenberg no lo había mandado a matar Álvaro Colom, ni Sandra Torres, ni Gustavo Alejos, ni Gregorio Valdés, ni Gerardo de León, ni José Ángel López, ni Fernando Peña. A Rodrigo Rosenberg lo había mandado a matar Rodrigo Rosenberg.
Para hacer realidad su retorcido, laberíntico e inimaginable plan, el abogado debía contratar una banda de sicarios. Pero no sabía cómo. Desconocía qué pasos hay que dar para llevar a cabo semejante transacción. De manera que hizo partícipe de su desamparo a un hombre de su entera confianza y cariño: Francisco Valdés Paiz, quien, según la investigación y acusación de Castresana y la Cicig, sí que sabía cómo contratar sicarios, sí que sabía qué pasos hay que dar para que alguien, cualquiera, sea asesinado a cambio de dinero. Tengo un extorsionador que me está amenazando y lo quiero matar yo, dice Castresana que Rosenberg le dijo a Francisco Valdés y Francisco Valdés, que tampoco es que tuviera asesinos a la mano, le habló a su hermano Estuardo y entre los dos convinieron pedirle a su jefe de seguridad que consiguiera a alguien que llevara a “feliz” término el asesinato. “Así pues, el estudio objetivo de la escena del crimen, nos lleva desde Rodrigo Rosenberg a los hermanos Valdés Paiz; el estudio objetivo del entorno de la víctima nos lleva de Rodrigo Rosenberg a los hermanos Valdés Paiz; y cuando les preguntamos a los diez detenidos unánimemente nos confirman que les encargaron el trabajo los hermanos Valdés Paiz y nadie más: ningún político, ningún ministro, ningún jefe de policía, ningún comisario, nadie, solo estos hermanos (…) Entonces, ¿quiénes son los autores intelectuales del crimen? Los hermanos Valdés Paiz y nadie más. Son autores intelectuales sui generis porque no tienen ninguna relación de enemistad con Rodrigo Rosenberg, son casi parientes, son amigos íntimos, no tienen ninguna razón para matarlo, pero es que ellos no saben que el que se va a morir es Rodrigo Rosenberg. No hay ayuda o inducción al suicidio porque ellos no tienen la menor idea de que estén colaborando en un suicidio, ellos reciben la información de que se necesita que sean partícipes en un asesinato y prestan su consentimiento para matar a un señor que supuestamente es extorsionador, ellos no saben ni quién es, pero en cualquier código penal el homicidio mediante precio es un delito de asesinato”.
Con esas palabras, el comisionado Carlos Castresana sacaba del anonimato a los hermanos Valdés Paiz y les confería un privilegio que nadie ambiciona: el de la celebridad de los más buscados por la justicia. Antes de eso, sus vidas trascurrían entre el quehacer de sus fincas y el negocio farmacéutico: hasta antes de la cárcel, los Valdés Paiz eran, a una considerable distancia de Agencias J.I. Cohen, los segundos proveedores de medicamentos al Seguro Social. De hecho, fueron financistas de la campaña de Álvaro Colom con el objetivo de que ello los fortaleciera frente a la influencia todopoderosa de Alberto Cohen y Gustavo Alejos.
Mientras ellos se escondían, sus fotografías eran reproducidas por medios de comunicación de todo el mundo y los guatemaltecos, a pesar de la incredulidad de muchos, conseguían al fin cerrar la boca. El caso del abogado que grabó un video responsabilizando de su muerte al Presidente de la República, a la Primera Dama, al secretario Privado de la Presidencia, a un financista del partido oficial y a funcionarios de un banco y una cooperativa, había sido resuelto. Seis meses después, los hermanos Valdés Paiz se entregaron en la sede de la Cicig y casi de inmediato fueron trasladados al cuartel Matamoros, una medida amparada por el acuerdo ministerial 126-2010, que había entrado en vigencia el día anterior.
La mayor parte de las conversaciones en torno al caso Rosenberg y la situación jurídica de los hermanos Valdés Paiz, las sostuve con Francisco, el mayor. Llegaba yo casi siempre entre las diez y las once de la mañana a la base militar y me marchaba hacia las cuatro de la tarde. Francisco, vestido invariablemente con ropa deportiva, salía a recibirme sonriendo, hasta dónde la línea de seguridad del Sistema Penitenciario se lo permitía, y, a continuación, ocupábamos una de las mesas y bancos de plástico que, he dicho, abundan en Mariscal Zabala. Comenzábamos entonces a conversar, casi siempre sobre el caso, algunos de cuyos puntos tuve que pedirle con insistencia que me repitiera, varias veces, dado su particular enredo.
Pero también hablábamos sobre otros asuntos: su vida antes de la cárcel, por ejemplo, su familia, sus hijos y su esposa, su pasión por el softbol, el negocio farmacéutico, muchas veces sobre su madre, sobre el asesinato de su padre, sobre el secuestro de su hermano y, principalmente, sobre su vida en prisión: la lenta cotidianidad y la amistad con Alfonso Portillo. El hablar de Francisco Valdés es tranquilo, a veces titubeante. No es víctima de ninguna clase de exabruptos, y solo cuando bordeábamos los filos más peligrosos de su caso, levantaba o se le quebraba la voz. El primer día que conversé a solas con él, me contó, de un tirón y casi sin pausas, la versión suya y de su hermano sobre el caso Rosenberg. Una buena porción de la verdad que ellos defienden, coincide con la versión de Cicig. Sin embargo, explica Francisco, al llegar a la parte en que ellos se ven involucrados con el asesinato, la investigación se encontró con grietas, ángulos ciegos, espacios vacíos que la comisión completó, dice Francisco Valdés, con información falsa.
Esta la versión de los hermanos Valdés Paiz, una versión que, en esencia, no contradice ni niega los elementos más perturbadores de la historia de Rodrigo Rosenberg, la historia de un hombre que planifica su propio asesinato y deja un vídeo, un macabro testamento, una venganza perfecta, en donde responsabiliza de su muerte a otro. Poco después del asesinato de Khalil y Marjorie Musa, Rodrigo Rosenberg le pidió a Francisco que se reunieran en su apartamento. Una solicitud extraña, fuera de norma.
— Nosotros nos queríamos como hermanos, pero no nos veíamos casi nunca. Esa reunión que tuvimos habrá sido como el 3 de mayo de 2009, y yo no lo veía desde la muerte de mi mamá, el 7 de septiembre de 2008. Y si lo vi fue porque murió mi mamá, porque corrientemente no nos veíamos, ni nos juntábamos. Nos queríamos como hermanos, pero sin vernos. A veces nos hablábamos por teléfono porque yo le mandaba a él viagra y cialis. Y cuando necesitaba otras medicinas, ya no las pedía él directamente sino su secretaria, esta Evelyn Matheu.
Rosenberg, dice Francisco, estaba visiblemente devastado: desde hacía tres años, le confesó, era amante de Marjorie Musa. Se iban a casar.
— ¿Devastado, cómo? ¿Distinto a como usted lo había conocido?
— Triste, sobre todo, y con deseos de investigar, como en el video, que era creíble y que nos engañó a todos. Sí me pareció extraño que haya llorado, nunca lo había visto llorar.
Rosenberg le dijo a Francisco que está investigando el asesinato, que sabía que el asesinato había sido ordenado por las mismas personas que él más tarde acusaría públicamente a través del video, y que estaba reuniendo las pruebas. “Mirá”, le dijo, “me siento amenazado, necesito seguridad”. La primera reacción de Francisco Valdés fue ofrecerle la propia, es decir, su guardaespaldas y su carro blindado. “Yo no quiero que ustedes se metan en esto”, respondió Rosenberg, “ustedes han sufrido mucho y esto puede causar muchos problemas (Rodrigo Rosenberg, me explica Francisco, se estaba refiriendo allí a los asesinatos de su padre y su cuñado y al secuestro de su hermano), no quiero que tengan absolutamente nada que ver, lo único que yo necesito es que me consigás, que me recomendés un guardaespaldas”.
— ¿Usted conocía a la familia Musa?
— A Marjorie. La conocí cuando estudié medicina. La facultad de medicina de la (Universidad Francisco) Marroquín no tenía laboratorios y entonces los primeros dos años de medicina se hacían en la (Universidad) Del Valle. Las instalaciones estaban prácticamente unidas con el Colegio Americano y a nosotros nos gustaba pasarnos a ver patojas. Allí conocí yo a las que eran de primero básico, y había un grupo de amigas de primero básico, dentro de las cuales iba Marjorie, que se volvieron amigas de nosotros, que éramos de primero de medicina. Mi papá muere en 1982 y yo la dejé de ver porque me salí de estudiar medicina. No la volví a ver en todos esos años. En 2009, en Semana Santa, yo voy a Marina del Sur con mis hijos. Nosotros no teníamos casa en Marina del Sur, mi mamá tenía una casa en Liquín, pero había un concierto de Fanny Lu en Marina del Sur y nos fuimos con mi familia, con excepción de los hijos hombres, solo iban puras mujeres: mi esposa, mis tres hijas, una prima de mi esposa y dos amigas de mis hijas. Vimos el concierto de Fanny Lu y regresamos. Nuestra mesa nos la compró Gustavo Alejos (uno de los fuertes del negocio farmaceútico, socio de las agencias J.I Cohen, principale proveedora de medicamentos al Estado de Guatemala), porque las vendían solo a la gente que tenía casa en Marina del Sur. Gustavo Alejos era conocido, era del gremio, y no nos llevábamos mal, al contrario, nos llevábamos bien, a veces con el que me costaba más trabajo era con el jefe de Gustavo que era Alberto Cohen. Gustavo me consigue entonces la mesa y cuando me voy bajando en el parqueo para ir al lugar donde iba a ser el concierto, allí estaba Marjorie. No la veía desde el 82. Y es que Gustavo Alejos y Marjorie eran vecinos en el puerto. Yo en ese momento no sabía que ella andaba con Rodrigo. Y a la semana siguiente de la Semana Santa, la matan. Para mí fue impresionante porque sí la había conocido. Es hasta mayo cuando Rodrigo me habla y me cuenta que él tenía esa relación con ella.
Francisco insiste en decir que Rodrigo Rosenberg no tenía manera de conseguir seguridad, sobre todo con tanta premura. El recurrió a gente, dice, que lo podía ayudar inmediatamente.
— ¿Alguien como Rodrigo Rosenberg no tenía acceso a un guardaespaldas?
— Pues tenía uno, que era este López Florián. Pero todavía hay la duda de si era guardaespaldas o era chofer.
— ¿Pero a usted no le causó extrañeza la solicitud, no se preguntó por qué me está pidiendo a mí, como si él no pudiera conseguirlo por sí mismo?
— No, porque él sí no tenía cómo, Rodrigo siempre fue un hombre que no tenía como conseguir seguridad, sobre todo inmediatamente. Cuando él me dice: “necesito a alguien de seguridad”, si consideré que él estaba recurriendo a la gente que le podía ayudar de forma inmediata.
Francisco Valdés insiste: Rosenberg nunca le habló de ningún extorsionador, sino de exactamente lo mismo que argumenta en el vídeo. Le recomienda entonces que se vaya de Guatemala: “Rodri, andáte a la mierda”. Pero Rosenberg le responde que no se irá a ningún lado, tiene que arreglar ese asunto, terminar de reunir las pruebas para acusar a los asesinos de Marjorie Musa. “Y yo conocí a Rodrigo, era el hombre más necio, no hacía caso a nada”. Francisco Valdés le prometió entonces que hablaría con su hermano, a ver si él podía conseguir al guardaespaldas con la urgencia con que Rosenberg lo requería.
Estuardo, argumenta Francisco, es quien manejaba “más” el tema de los guardaespaldas y la seguridad: “él tenía más seguridad que yo, por la cuestión de que él manejaba la finca y es más peligroso el tema de las fincas. De hecho, el carro de él, el blindaje, era mucho más fuerte que el mío. Entonces por las fincas y porque a él ya lo habían secuestrado una vez, era más vulnerable. Además, hay una situación que es evidente: la esposa de él es una mujer con plata”. Estuardo le respondió que, así tan rápido como Rodrigo parecía necesitarlo, no sabía si podría hacerlo. “Pero dejáme ver mañana, voy a consultar con mis muchachos”. Francisco explica que “todos los guardaespaldas habían llegado recomendados unos por otros, o sea, las mismas seguridades se recomiendan, como las muchachas de las casas”. El lunes 4 de mayo, Francisco salió de viaje y volvió dos días después. Se sentía culpable por no haberle dado seguimiento a la solicitud de Rosenberg.
“Cuando regreso me siento con un cargo de conciencia de película, porque digo: yo en una convención de ventas y mi amigo, mi hermano, ¿en qué estará?” Tomó entonces el teléfono. “¿Me conseguiste lo que te pedí?”, le dijo Rosenberg al otro lado de la línea. “Fijáte vos que la verdad es que he estado fuera y no sé si Estuardo hizo algo, déjame llamarlo”. Su hermano menor tenía la respuesta: uno de sus guardaespaldas (Nelson Wilfredo Santos Estrada) le había dicho que conocía a alguien que estaba buscando trabajo (Manuel de Jesús Cardona Medina alias “Memín”). “Déjeme hacer unas llamadas”, dijo Estuardo, “y si puedo se lo mando para allá”. Francisco se reunió de nuevo con Rosenberg, ahora en el despacho de este, y le dijo que Estuardo iba a enviarle a alguien. Rodrigo respondió que le iba a hacer llegar un teléfono “porque a mí me tienen controlado y yo no quiero que venga aquí a la oficina, le voy a decir a él donde vamos a juntarnos para platicar y qué vamos a hacer, pero por ese teléfono, porque los míos están intervenidos y yo no quiero que él sepa ni mi número ni a dónde me tiene que llamar. Yo lo voy a llamar a él para ponernos de acuerdo”. Al día siguiente Francisco Valdés recibió de parte de Rosenberg un paquete en cuyo interior había un teléfono celular. Ese mismo día, Santos Estrada y Cardona Medina se presentaron en la oficina de Francisco Valdés y éste les entregó el paquete.
Francisco Valdés dice haberse desligado en ese momento de todo el asunto. Hasta la muerte de Rodrigo Rosenberg, tres días después.
Luego de enterarse de la noticia, Francisco y Estuardo Valdés Paiz se encontraban en casa de Rosa María Paiz, su prima y ex esposa de Rosenberg, cuando comenzaron a recibir llamadas de Santos Estrada. “Entonces le dije a mi hermano ‘mirá me está llamando este pizado’; pero nosotros sí nos imaginamos que algo había salido mal y que estos estaban como escondidos o saber qué, de repente no habían podido defenderlo o alguna cosa así nos querían decir”. Francisco contestó. Santos Estrada quería reunirse con ellos, era urgente. Quedaron de verse en Villanueva, en una de las bodegas de la farmacéutica propiedad de los Valdés. La primera sorpresa que se llevaron fue que quien entró a reunirse con ellos no fue Santos Estrada, sino Cardona Medina. Decía que Rosenberg les había dicho que, después de cometer el crimen, si él no les contestaba, llamaran a los que le habían entregado el celular. “¿Cómo les va a contestar?”, dijo Francisco, “si está muerto”. “Pero eso fue lo que él pidió”, respondió Cardona. A través de ese sucinto cruce de información, los asesinos descubrían que habían matado al mismo que los contrató y los Valdés, entre lágrimas, que estaban delante de uno de los asesinos de Rosenberg. Cardona les exigió que pagaran. “Esta es gente gruesa”, les advirtió, y luego les hizo saber que tenían retenido a Santos Estrada, que si no pagaban lo iban matar. Los Valdés pagaron 300 mil, que es lo que los sicarios exigieron. Antes de irse, Cardona los amenazó: “cuidadito dicen algo. Nosotros tampoco vamos a decir nada”.
Francisco recibió poco después la visita de un investigador de la Cicig a quien le narró la historia completa. El investigador le dijo que debía declarar y que no hacía falta siquiera que se acercara él a la fiscalía, que él mismo podía llegar a su oficina con el fiscal. Poco después comenzaron a caer los primeros miembros de la banda de sicarios. Los Valdés no se alarmaron todavía porque no conocían a ninguno de ellos. El guardaespaldas, Santos Estrada, que había continuado trabajando con ellos, desapareció en ese lapso. A la fecha continúa prófugo. En octubre cayó Cardona. Francisco pensó: “éste nos amenazó, nos dijo que no dijéramos nada y que él tampoco iba a decir nada”. Sin embargo y de cualquier modo, contrata a un abogado.
— No me queda claro esto: si ustedes contaron esta historia, ¿por qué les está ocurriendo lo que les está ocurriendo?
— Cuando hablamos con ellos no se sabía nada. No habían ni siquiera capturado a los primeros sicarios.
— ¿Pero por qué huyeron?
— Porque a mí me avisa el abogado que el 26 de octubre tres de ellos habían rendido declaración en contra de nosotros, incluso habían ya reconocido fotos.
— Y sabiéndose inocentes ¿por qué no se entregaron y contaron su versión?
— Lo que pasa es que nosotros teníamos miedo de lo que estaba pasando, porque nosotros de alguna manera habíamos visto que los tribunales en Guatemala no se ceñían a las pruebas, sino que lo que iba a venir era una persecución. Lo que me dice el abogado, de acuerdo a lo que ellos declaran, es que nos van a capturar. Entonces vengo yo y le digo: “presénteme”, y esa es la primera intención mía, presentarme. Pero el abogado me dice: “mire Francisco yo lo defiendo a usted si usted no hace locuras”. “¿Entonces usted me está diciendo es que me vaya, que me esconda?”, le pregunté. “Yo no le estoy diciendo nada, usted interprételo como usted quiera, yo lo que le digo es que la presión de la familia hacia las personas, cuando están detenidas, es muy grande y nosotros podemos trabajar mucho mejor de otro modo, usted interprete lo que quiera, yo no le estoy diciendo nada”, y yo lo que interpreto que me está diciendo el abogado es “mire, vaya a esconderse”.
— ¿Cómo así “la presión de la familia”? ¿A qué se refería el abogado?
— Como que la familia presionaba para que ellos, los abogados, lo sacaran a uno rápido de la cárcel. Entonces, por esa presión, terminaban tomando decisiones que eran contraproducentes para el proceso. Eso fue lo que yo le entendí. Era más cómodo para ellos trabajar si uno estaba en libertad. En teoría, él así había trabajado algunos casos. Después me dijo: “usted tiene como unos quince días para que le salga la orden de captura y los van a capturar a los dos”. En ese momento yo dije: “mi obligación es decírselo a mi hermano, pero no se lo puedo decir por teléfono”. Entonces lo llamo y me dice que está en la finca. Agarro camino y me voy para la finca y es ahí donde nosotros ya nos desaparecemos. Ahí comienza la historia complicada, difícil: esos meses que vivimos prófugos. Yo, un capitalino escondido entre la montaña. Mi hermano, más acostumbrado a todo eso, pero con una enfermedad que no se cura y que se llama colitis ulcerativa, con medicamentos de por vida… Era una cosa… En un momento de la fuga se me puso malo y no sabía yo qué hacer.
— ¿Estaban en la montaña, en Guatemala?
— Sí, si por eso es que a nosotros no nos hubieran encontrado nunca, nosotros estábamos viviendo en campamentos, en hamacas, lo único que hacíamos era movernos de lugares. Nos movíamos entre las fincas de nosotros porque no queríamos comprometer a nadie. Dormíamos en campamentos de nylon cuando llovía, cuando no llovía en hamacas. Yo no hablaba más que con mi esposa y Estuardo con Alejandra y a través de ellas era toda la comunicación. Fue muy duro.
Cuenta Francisco que, en febrero de 2010, poco antes de la entrevista que le realizara Haroldo Sánchez, Lorena, su esposa, y Alejandra, la esposa de Estuardo, se reunieron con Castresana para averiguar si se podía, en palabras de Francisco, “arreglar algo”. Castresana les respondió que no y que, de cualquier forma, “yo a sus esposos en un mes lo agarro”. Es al momento de relatar situaciones semejantes cuando la expresión de Francisco se torna áspera y su voz deja de ser titubeante: “yo no soy un matón, no soy un ladrón, no soy un criminal, pero soy hombre, y cuando él le contestó así a mi mujer, me encendió y dije: ‘vamos a ver si es cierto, si este hijo de la gran puta de veras hace lo que dice’. Yo sabía que no nos iban a encontrar: éramos gente de dinero, habrán pensado ellos, seguro pensaron que estaríamos en el extranjero o en un chalet con piscina y todas las comodidades. Y aunque no era fácil estar ahí, ya era el orgullo el que me habían tocado. Entonces siguen ellos con las babosadas que venían haciendo: publicar fotos, irlas a poner en el colegio de mis hijos, enfrente del colegio de los hijos de Estuardo. Y así nos fueron sacando el orgullo. Ahí es cuando nos plantean la posibilidad de que se dé una versión nuestra y convenimos que Haroldo nos hiciera la entrevista.
— ¿Quién les plantea la posibilidad de la entrevista?
— Los abogados arreglaron la entrevista.
— ¿Por qué creían que era bueno salir en televisión, que eso les iba a ayudar, si tampoco allí contaron la versión completa?
— Había opiniones encontradas, había unos que decían que sí era bueno, había otros que decían que no era bueno. Nosotros al principio íbamos a dar esta versión. Nosotros jugábamos con la idea de que la gente no le creía a Castresana y si nosotros salíamos confirmando que efectivamente Rodrigo Rosenberg se había mandado a matar era como darle la razón a Castresana. Por eso no queríamos decir las cosas. Eso fue además un conflicto entre mi esposa y Alejandra. Lorena, mi esposa, no quería que yo saliera. Yo no soy un hombre que esté acostumbrado a hablar delante de cámaras, nunca lo he hecho, pero también sentía esa responsabilidad con mi hermano, no veía por qué mi hermano debía de estar involucrado en esto, y pensaba que eso también lo podía sentir la familia de Alejandra. Entonces, si decía que no, me sentía como traidor, y dije: “la hago”. Fíjese que yo, para contarle, no tenía pelo. Me puse una peluca que era de mi mamá, de las que ella usó cuando le hicieron la quimioterapia, y eso me revolvía un montón de recuerdos. Además, tenía que hablar de la muerte de mi papá, tenía que hablarle a mis hijos, y decir las cosas que me decían que dijera: “tenés que ponerte como lo que has sido, tenés que transmitir lo que sos”. En buena medida, actué como hubiera actuado mi mamá: hice la entrevista para no entrar en conflicto, prefería cualquier cosa, pero yo quería mantener un equipo, a la familia unida. Traté de aprenderme las cosas que tenía qué decir, que me habían dicho mis abogados: que el colaborador eficaz había mentido y, efectivamente, las cosas que dijo eran mentira. El problema era que Castresana estaba como todos los diablos porque supuestamente no se debía de haber sabido que el caso estaba basado en el testimonio de Cardona, porque estaba en reserva.
— ¿Había un interés de ustedes de pelear esa guerra también por otros medios? Se lo pregunto por las anotaciones encontradas en casa de su hermano, por ejemplo, pero también por las acusaciones de la Cicig y posteriores capturas en contra de Rodolfo Ibarra, Juan Miguel Fuxet y Diego Moreno Botrán.
— No, mire, eso siempre pasa por la mente, pero eso que salió es una cuestión que Estuardo, mi hermano, le escribe como ideas en una comunicación que tiene con Alejandra: “hay que ver las novias de gachu” y ella lo anota en una agenda. Rodolfo Ibarra estuvo trabajando en el gobierno de Berger y José Manuel Moreno, el hermano de Alejandra, era el director de Aeronáutica Civil. Entonces se conocen y se hacen muy amigos. La recomendación que nos hacen es que hay que tener a alguien que ayude en la parte mediática y se contrata a Rodolfo para que empiece a hacer el trabajo: si hay que dar una declaración, si hay que dar un comunicado, que asesore a la familia en ese tema. Rodolfo Ibarra ayudaba entonces en la parte de los medios. Por ejemplo, cuando fueron los allanamientos, él llamaba a Juan Miguel Fuxet: “Juan Miguel mirá, están allanando, cero declaraciones, no vayás a dar declaraciones, ni vos ni nadie de la empresa”.
Después de la persecución a Rodolfo Ibarra, Juan Miguel Fuxet y Diego Moreno Botrán, que Francisco Valdés juzga como una medida de presión para que se entregaran, la esposa y la hermana de Francisco Valdés visitaron de nuevo la sede de la Cicig. Pedro Díaz, entonces jefe de investigación de la Cicig, le dijo al fiscal Rubén Herrera, enfrente de ellas, “voy a hablarles, pero antes averígüeme si ya tienen orden de captura, si es así, aquí mismo las detenemos”. Francisco cuenta esta historia y guarda silencio unos segundos antes de decir que esa fue la amenaza definitiva, que no podían aceptar que terminaran “metiéndose con sus esposas”. Por eso decidieron entregarse. Pero antes de hacerlo, explica, hicieron un arreglo. Los abogados de los Valdés y los fiscales convinieron una serie de condiciones a cambio de la entrega. Los Valdés, aseguran los Valdés, debían mentir sobre algunos puntos de modo que la investigación presentada en enero por el comisionado Castresana, no se contradijera con la declaración que darían ellos al momento de entregarse. En la negociación intervinieron, como testigos de honor, Adela de Torrebiarte y Pedro Trujillo. Los puntos negociados, según los Valdés, fueron los siguientes:
- Los Valdés debían aceptar haberle facilitado sicarios a Rosenberg. Pero los Valdés se niegan y modifican ese punto: ellos le proveyeron a Rosenberg seguridad, con el conocimiento de que esa sola acción podía desembocar en un asesinato.
- Los Valdés aceptan que el pick up en que viajaban Santos Estrada y Cardona era de ellos. La verdad, argumentan, es que ellos le vendieron el pick up en 2006 a un administrador de una de las fincas que a su vez se lo vendió a Santos Estrada, y que por eso, incluso, la póliza de seguro continuaba a nombre de la madre de los Valdés Paiz, pero que el dueño era Santos Estrada.
- Los Valdés aceptaban haber recibido el cheque de US$ 40 mil a nombre de la financiera Summa. Francisco argumenta que él nunca vio el cheque, que no conocía a la financiera, que incluso existe un documento en poder de la fiscalía en donde la propia financiera explica que era imposible para Francisco Valdés o su hermano cambiar ese cheque, que ellos no tenían ninguna relación con la financiera.
A cambio de lo anterior, la Cicig y el MP se comprometían a lo siguiente:
- Trasladar a los Valdés a una de las prisiones habilitadas al interior de bases militares (el acuerdo ministerial había entrado en vigencia dos días antes de la entrega de los Valdés en la sede de la Cicig), que allí les iban a poner “una casita” y que iban a poder salir a correr en el campo.
- Los mantendrían privados de libertad cerca de tres meses, tiempo durante el cual se les cambiaría de delito y ya no serían ligados a proceso por asesinato sino por ayuda o inducción al suicidio, luego de que estos declararan la versión que habían convenido para no contradecir la de la Cicig.
- Les darían un procedimiento abreviado al final del cual se les condenaba a cinco años de presión conmutables en concepto de Q100 diarios.
Los hermanos Valdés Paiz se entregaron el 28 de junio confiando, dicen, en lo que habían negociado. De hecho, esa es la versión que ofrecen en su primera declaración, una semana después de haberse entregado. Con ello cumplían, dicen, con su parte del acuerdo. El 7 de junio de 2010, dos semanas antes, Carlos Castresana había hecho pública su renuncia al frente de la Cicig: “grupos criminales que están enfrentados entre sí han cerrado filas contra la Comisión (...) y la forma que encontraron para detener la acción de la Cicig fue destruir mi imagen, recuperar los espacios perdidos y la filtración de estructuras criminales en las instituciones de justicia”. Además de las campañas de desprestigio personal que se vertieron en su contra, Castresana se estaba refiriendo también a la designación, como Fiscal General, de Conrado Reyes, a quien no solo vinculó con el narcotráfico, también dijo que detrás de esa designación se encontraban los hermanos Valdés, mediante el tráfico de influencias puesto en marcha oportunamente por los detenidos Fuxet, Ibarra y Moreno Botrán. Castresana dejó la Cicig a principios de agosto, cuando Francisco Dall’Anesse, fiscal costarricense, fue nombrado por el Secretario General de las Naciones Unidas como nuevo comisionado. El supuesto convenio con la Cicig, por el cual los hermanos Valdés Paiz accedieron entregarse, nunca se convirtió en realidad.
— ¿Por qué?
— Porque Castresana se va, pero nunca he tenido certeza. En esos días en los que nosotros nos entregamos, nos dijeron que iban a cambiarnos el delito. Unos días antes de que diéramos la primera declaración, llama Pedro Díaz (de la Cicig) a Berta Julia Morales y le dice, “Mirá, en la primera declaración vamos a tener que aportar algunos otros testimonios”, entre los cuales iba el de mi hermana, “y entonces, en 15 días les cambiamos el delito y en 15 días ya pueden pedir medida sustitutiva”. Una semana después de que nos entregamos, vamos a rendir nuestra primera declaración y la juez nos liga a proceso no por asesinato, sino por homicidio en grado de complicidad. Cuando se despide Pedro Díaz de nosotros, estaban las cosas negociadas, y cuando nos despedimos de la juez, nos dijo: “yo pensé que ustedes eran otro tipo de personas, pidan un procedimiento abreviado que esto ya se va a solucionar”. El problema es que, cómplices de homicidio no fuimos, y si en ese momento pedíamos un procedimiento abreviado, estábamos aceptando que cometimos el ilícito. Tampoco sabíamos qué era lo que el MP iba a hacer, hasta donde nosotros sabíamos, iban a pedir el cambio de delito a ayuda o inducción al suicidio. Entonces ahí sí podíamos pedir el procedimiento abreviado. Pero nunca lo hicieron y cuando nos llaman al cambio del auto de procesamiento piden el cambio, pero no a ayuda o inducción al suicidio sino a asesinato, y presentan la póliza de seguros en donde aparecemos nosotros como dueños del carro, incluso la póliza está a nombre de mi mamá, mi mamá ya estaba muerta, presentan el cheque, pero no las copias de ley del cheque.
Entonces viene la jueza y dice: “miren, para mí no hay ningún cambio, para mí, voy a hacer el análisis”, agarra su código penal y dice, “para mí no hay asesinato aquí, sigo insistiendo que lo que hay es complicidad”. Pero uno para ser cómplice de algo tiene que tener conocimiento de qué es lo que va a hacer, tendría que haber tenido yo todo el conocimiento. Eso fue el 20 de septiembre, el 22 se vencía la investigación y ellos tenían que dar su acto conclusivo. Entonces nos vuelven a llevar a otra audiencia para pedir una prórroga del tiempo de investigación, y a los dos días de esa audiencia, piden una babosada que se llama “actividad procesal defectuosa”, en donde dicen que la juez lo hizo mal. Entonces viene ella y nos liga a proceso por asesinato. Nos vemos en la obligación nosotros de meter unos amparos porque eso es incorrecto, ilegal. Metemos los amparos, cinco, y solo nos dan uno, en amparo provisional, ya después la CC nos da el amparo provisional de los cinco y después nos dan el amparo en definitiva. Por eso es que tuvieron que regresarnos el delito a homicidio en grado de complicidad. Para que se dé cuenta del poder que tenían.
— ¿Cuál es la historia de ese acuerdo, cómo ocurrió?
— A través de intermediarios, empieza hablando Pedro Trujillo, a través de Rodolfo Ibarra. Rodolfo siempre nos aconsejó que no se podía solucionar nada ni se podía cambiar casi nada a nivel mediático si no nos entregábamos, o sea, la propuesta de Rodolfo Ibarra toda la vida fue: entréguense, sin condiciones. Nosotros no aceptábamos esa parte. Cuando estábamos escondidos Estuardo y yo, viene la Cicig acusa a los tres ellos (Fuxet, Ibarra y Moreno) y mete tres, porque necesitaban a tres para formar una estructura criminal, pero la amenaza era meter presa hasta a Berta Julia Morales, que era la abogada, meter presa a mi esposa, a mi hermana y a Alejandra. Y nosotros decimos: “bueno, ahí si nos está obligando, como sea, lo que sea, tenemos que aceptar”. Entonces empiezan a hacer la negociación y ahí es donde interviene Adelita de Torrebiarte.
— ¿Y cómo se garantizaban ustedes que se iba a poder cumplir ese acuerdo?
— Nosotros sí estuvimos como pensando en que ellos tenían todo el poder y efectivamente lo tenían, porque cuando se crean estas prisiones era ilegal, y Castresana dice en la conferencia de prensa, esas prisiones las pedí yo, y ahí se termina el asunto, y como nos habían vendido la idea de que nos iban a matar, pues nos tenían que poner en una prisión en donde nos podían proteger.
— ¿Lo que no entiendo es cuál es, según usted, el objetivo de la Comisión de tenerlos a ustedes personalmente así?
— Ellos necesitan que nosotros resultemos siendo los autores intelectuales del asesinato de Rodrigo Rosenberg. Pero no tienen pruebas. ¿Por qué es nuestra lucha? Nos quieren poner el delito de asesinato y nos quieren llevar a juzgarnos al tribunal de Jazmín Barrios, al tribunal ese que armaron ellos, de mayor riesgo, porque en un tribunal normal no lograrían hacer nada. Para mientras, ellos no tienen prisa porque nos tienen encerrados. El problema es que esta gente está empecinada, y el nuestro es el caso emblemático, igual que el de Alfonso Portillo, son los únicos casos que ha ganado la Cicig.
Más de este autor