Cuando dispuso pagar a los trabajadores de su incipiente fábrica de carros lo que para ese tiempo era una locura: nada más y nada menos que cinco dólares diarios, salario exorbitante para la época.
Ford lo advirtió, no es simplemente una cuestión de justicia social, sino un movimiento empresarial astuto porque con ello convertía a sus propios trabajadores en consumidores de su Ford Modelo T, el primer vehículo producido en serie.
En otras palabras, la idea de Fo...
Cuando dispuso pagar a los trabajadores de su incipiente fábrica de carros lo que para ese tiempo era una locura: nada más y nada menos que cinco dólares diarios, salario exorbitante para la época.
Ford lo advirtió, no es simplemente una cuestión de justicia social, sino un movimiento empresarial astuto porque con ello convertía a sus propios trabajadores en consumidores de su Ford Modelo T, el primer vehículo producido en serie.
En otras palabras, la idea de Ford era que para triunfar como fabricante necesitaba tener un mercado de compradores y el mismo no podría surgir sin que los trabajadores estuvieran bien pagados. Hoy en día algunos dicen que las empresas norteamericanas han perdido competitividad porque gastan demasiado en salarios, y los empresarios piden libertad para declararse en quiebra y renegociar los planes salariales de sus compañías, mientras los socios y sobre todo los ejecutivos se disparan utilidades y bonos multimillonarios.
Cita el columnista a Frank W. Abrams, presidente de la Standard Oil de New Jersey, una de las compañías estandartes del éxito capitalista de Estados Unidos, quien dijo que es papel de los administradores mantener un equitativo y productivo balance entre lo que pretenden los socios y poseedores de acciones, los empleados, los clientes y el público en general. Y con esas mentalidades fue que la productividad de todos los trabajadores no agrícolas de Estados Unidos casi se dobló de 1948 a 1973, ritmo que también se mostró en el salario. A partir de los años 70 todo cambió y si bien la productividad aumentó 80.1 por ciento de 1973 a 2011, el promedio de los salarios subió apenas 4.2 por ciento y el salario más beneficioso apenas si llegó a crecer un 10% en el período.
En cambio, las utilidades corporativas explotaron y, en 2006, último año antes de la recesión, las ganancias cosecharon la mayor parte del producto nacional desde 1942, mientras la parte destinada a los salarios se hundió a su peor nivel desde 1929. Aun así, en estos días de recuperación las utilidades han vuelto a incrementarse mientras el ingreso de la clase media ha decrecido.
Henry Ford no creía que para triunfar económicamente tenía que depender de exoneraciones de impuestos que permitieran invertir en la generación de empleo como predican los teóricos de la nueva economía capitalista, sino que basó en la expansión del mercado la generación de ese círculo virtuoso en el que a mayores salarios pagados a los trabajadores, mayor demanda de productos de todo tipo y, en consecuencia, mejor economía y más necesidad de generar empleos.
En Guatemala tenemos un problema gravísimo, porque no expandimos el mercado, tanto que el día en que los guatemaltecos en el extranjero dejaran de enviar sus remesas a los parientes en nuestro país, habría un colapso de muchísimas empresas manufactureras y de comercio, porque lo que mantiene el ritmo de nuestra economía no es el salario que devengan nuestros trabajadores, sino el que devengan los migrantes que se fueron del país en busca de un mejor futuro. Y nuestros empresarios se han acomodado a vivir de ese mercado, del que se nutre de las remesas, sin preocuparse para nada de buscar la fórmula para que internamente podamos generar más demanda gracias a mejores salarios.
Año con año vemos las agrias disputas por el salario mínimo y la forma en que se torpedea cualquier propuesta para incrementarlo bajo argumentos que han de hacer que Ford dé vueltas en su tumba. No sería malo que nuestros empresarios meditaran sobre esta otra perspectiva.
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