Un chico que trabaja conmigo me contó que por su casa no hay buses. Que esta semana han muerto tres ayudantes de la ruta que lo trae todos los días al trabajo. Tiene que pagar taxi y eso nunca es bueno para su economía. Por un viaje en taxi colectivo se gasta diez quetzales.
–Con eso me alcanza para mi pasaje de tres días… Ya me estoy quedando corto de dinero y aún quedan un par de días para que llegue la quincena –me dice.
Yo arreglaba mi bici porque por la mañana al venir a la oficina pasé por un bache y mi llanta no lo soportó. Maldije al Alcalde como es natural. En el transcurso del día lo olvidé por completo. Recordé el pinchazo porque debía subirme de nuevo a mi pequeña burbuja e irme a casa. Volví a maldecir. Saqué mi kit de herramientas y me puse a arreglarla. El chico se sentó a mi lado, digamos que me acompañó. Platicamos un buen rato.
Después de contarle las maravillas de ir y venir en bici, le pregunto por cómo es que viene al trabajo. Entonces me cuenta eso de los costos y La Extorsión (sí, con mayúsculas). A veces me parece que por un lado están los que llaman, y que los que contestan, o sea los dueños, están del otro lado junto a los choferes y a los ayudantes. Pero a veces son los dueños de un lado y los choferes y ayudantes del otro. Y a veces toca volver a revolver para tratar de establecer quiénes son los buenos y quiénes los malos. Como si de eso se tratara. Lo único cierto es que el estado (sí, hasta ahora con minúscula) no está ni aparece por esos lados.
Quiero saber cómo se enteró de que es más barato pagar un funeral que La Extorsión. Se lo pregunto y me dice que escuchó la historia la noche anterior mientras volvía a casa en el último autobús. Iba en uno azul, de esos que pertenecen al sistema del transurbano. Me cuenta que por las noches sí logra encontrarlo vacío, y tiene tiempo para ir con la cabeza recostada en el vidrio mientras escucha lo que esta ciudad murmura.
Era el chofer quien contaba la historia a unas señoras curiosas. Él escuchaba justo en el asiento de atrás. Lo contaba así bien tranquilo, me dijo, mientras hacía un gesto con las manos. Pero luego de una semana, decía el chofer, el costo de tener los buses parados ya es más alto que el funeral o que La Extorsión, entonces los dueños la pagan. Es cuando todo parece volver a la normalidad y él se ahorra lo del taxi por algunos días. Hasta que la grotesca rueda vuelve a girar. A veces la calma apenas dura unas horas.
Imaginé al chofer contando la historia sin el drama del que hablaba el chico. Él también la contaba con la misma tranquilidad. Es que esta ciudad está repleta de personas que ya ni siquiera tiene fuerzas para eso. Y tampoco lo necesitan. El drama claro, porque sospecho que sí necesitan hablar, o por lo menos que el estado los escuche y que algo de todas esas llamadas las investigue y actúe… pero eso sería revolverse en una perenne frustración.
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Ir en el bus y escuchar esas cosas, para el chico debe ser como escuchar las noticias. Pero real, en primera persona, sin que medien periodistas con sus preguntas. El chico ni siquiera tiene 20 años y sin duda ha visto y escuchado más horror que el que cualquier “reportaje valiente” nos pudiera traer a este lado del confort. A este lado de los problemas con las burbujas bicicleteras.
Finalmente terminé de arreglar mi llanta. Eran ya casi las siete de la noche. A él le faltaban algunos minutos para salir y un largo recorrido para llegar a la suya. A veces yo me voy silbando de vuelta a casa, esa noche me fui pensando en este poema:
El ruido que produce una lámina
bajo la lluvia
Ella vive en un hoyo (metafórico y literal)
un lugar donde la vida se consume deprisa
y el currículum se escribe con tatuajes.
Donde el cansancio sustituye a la inocencia desde muy
temprano
Su único sentimentalismo
era ver el atardecer
en espera de su esposo,
el pequeño lunar que formaba ante un sol
multiplicado mil veces por las láminas de zinc.
Llegó el día en que el esposo no regresó.
Un periodista le preguntó si tenía enemigos,
y ella dijo que no creía.
No aclaró si en los enemigos o en el esposo.
La única forma de ser imparcial
es viviendo en la cuerda floja
Alfonso Huerta
La libertad que se nos permite
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