Son universales porque todo individuo, sin excepción, los tiene en razón de su dignidad. Son normas jurídicas que deben ser practicadas por los Estados. Son indivisibles porque cada uno se interrelaciona con el resto. Son irrenunciables e inalienables, no se pueden violar y hacen igual y libre a la persona desde que nace. Esta secuencia abraza y representa a los derechos humanos.
Desde 1950, por disposición de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cada 10 de diciembre es identificado como el Día de los Derechos Humanos. Dicha acción fue precedida por la suscripción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en 1948 en París por 48 países, entre ellos Guatemala, de los 58 que en aquel tiempo formaban el máximo foro. Ocho se abstuvieron, dos se ausentaron y no hubo votos en contra.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es un pronunciamiento que proclama las garantías que protegen a todo ser humano independientemente de su etnia, color, religión, sexo, idioma, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición. En ese sentido, los 30 artículos que la orientan son el ideal por el que los pueblos y las naciones deben esforzarse.
Para la instancia, que ahora alberga a 193 Estados, la ciudadanía y las instituciones deben inspirarse constantemente en esa declaración y de ese modo promover, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a los derechos y a las libertades, así como el cumplimiento de las obligaciones, y a su vez, con base en medidas progresivas de carácter nacional e internacional, asegurar su reconocimiento y aplicación.
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Velar por los derechos humanos y protegerlos implica que el Estado haga valer el ordenamiento y propicie los recursos para alcanzar ese propósito. En lo individual, un derecho trae una responsabilidad, por lo cual no podemos pretender mejoras si discriminamos, ofendemos, abusamos, agredimos o incumplimos las atribuciones que nos competen. Hablar de derechos humanos es, entonces, tocar aspectos sociales, políticos, económicos, jurídicos, culturales y otros que han ido modificando y ampliando su clasificación.
Hoy, con el auge del internet y de la inteligencia artificial, se buscan regulaciones para frenar los vejámenes que se perpetran en el ámbito de las tecnologías de la información y de la comunicación. Es oportuno indicar que los primeros considerandos de la declaración apuntan que la libertad, la justicia y la paz tienen por punto de apoyo el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana, aunado a que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad.
Obviamente, descalificar el espíritu de los derechos humanos y la aspiración a respetarlos confundiéndolos o tergiversándolos en circunstancias cotidianas no solo impide que su cumplimiento sea pleno, sino que propicia que la corrupción, el racismo, la exclusión y la injusticia crezcan, se consoliden cual nuevos jinetes del Apocalipsis y generen desatención en salud, educación, trabajo, techo y seguridad para la mayoría, además de enriquecimiento ilícito en círculos reducidos que aprovechan el drama humano para lucrar con él.
Gracias a las luchas y a las reivindicaciones sociales, el tema de los derechos humanos pasó de ser ajeno al interés general a constituirse en un factor de cambio. Para lograr lo citado debió recorrerse un largo trecho en el que hubo voces apagadas por la violencia y la represión. Sin embargo, la respuesta de la intolerancia no detuvo ese andar, de modo que el presente permite exigir la vigencia de las libertades fundamentales. Por eso, el 10 de diciembre debe servir para reflexionar en torno de que los derechos humanos son unos y de que su esencia rebasa posturas sectarias. Según lo expuesto, si cada parte del andamiaje social va por su lado, el respeto de los derechos humanos continuará como la gran materia pendiente en Guatemala.
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