Tenía 14 años y lamentablemente no pude dimensionar ni comprender la gran responsabilidad histórica heredada a mi generación de velar por el cumplimiento de los acuerdos de paz, que consideraban, entre otras grandes líneas, lo siguiente: «La finalización del enfrentamiento armado ofrece la oportunidad histórica de reconstruir las instituciones para que, en forma articulada, puedan garantizar a los habitantes de la república la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona».
¿Qué ocurrió? Me parece que confiamos demasiado en personajes pseudodemocráticos y que estos nos traicionaron. Nos obligaron a vivir en un ambiente de inseguridad y de violencia desproporcionada mientras ellos, corruptos de profesión, se dedicaron a debilitar nuestras instituciones para que fueran corruptibles. Es evidente que en Guatemala desaprovechamos aquella oportunidad histórica de reconstruir nuestra sociedad.
Pero la culpa no es únicamente de los ladrones. Considero que es también mía. Es culpa de mi generación, que posiblemente consideró que tras la firma de la paz todo cambiaría automáticamente, que bastaba con callar los fusiles y elegir servidores públicos en sufragio universal para que nuestros derechos fueran respetados.
¿Qué nos faltó?
Nos faltaron intelectuales y dirigentes que nos ayudaran a entender nuestro papel como país en plena era posconflicto. Lamentablemente, a Oliverio Castañeda de León, de 23 años, joven dirigente universitario, lo asesinaron un 20 de octubre de 1978. Y a Manuel Colom Argueta, líder de las nuevas generaciones, de 46 años, le arrebataron la vida un 22 de marzo de 1979.
Se antojaba necesario que los firmantes de la paz continuaran su compromiso como servidores públicos. Y precisamente eso escuché del expresidente Otto Pérez Molina en plena campaña, pero ahora este guarda prisión y está siendo investigado por defraudación aduanera y otros delitos.
En tiempo de paz posiblemente nos hizo falta escuchar la voz de una autoridad social o religiosa que exigiera la recuperación de la memoria histórica como condición para la reconciliación. Y de hecho la escuchamos de labios de monseñor Juan Gerardi, de 75 años, obispo, a quien asesinaron cobardemente un 26 de abril de 1998. Dicho lo anterior, daría vergüenza preguntar por qué los acuerdos de paz no han sido efectivos y no se les ha dado cumplimiento.
Pero, como bien dicen que la esperanza es lo último que se pierde, lanzo el desafío a mi generación a repensarnos como país a 20 años de los acuerdos, a que dediquemos nuestro tiempo a debatir y analizar nuestra realidad política y económica para evitar que nos engañen nuevamente. Ya sabemos que, si un político nos dice que no es «ni corrupto ni ladrón», no podemos ni debemos creerle hasta que demuestre lo contrario.
Todo lo anterior me ayuda a referirme desde Guatemala al proceso de paz en Colombia.
Como sabemos, el próximo 2 de octubre se realizará el plebiscito vinculante en el cual los colombianos responderán sí o no a la pregunta: «¿Apoya usted el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera?».
Tras haber vivido tres años en Bogotá, respetando circunstancias propias, desearía que los jóvenes de Colombia no cometan el mismo error nuestro durante el posconflicto. Si se callan las armas, es para que ustedes, nueva generación, lideren una lucha valiente y sin tregua en la cual prime el diálogo razonable y se respeten las leyes. Ojalá eviten, si es el caso, que el país sea secuestrado por dirigentes corruptos que se beneficien de la pobreza y la inseguridad generalizadas.
En conversación informal le pedí a Antonio Acosta, sociólogo colombiano, que dedicara unas palabras a sus paisanos. Acosta dijo:
El sí no cambiará este país si nosotros mismos no cambiamos las prácticas inequitativas y excluyentes que se encuentran en la base de esta injusta guerra. Con el sí estamos más cerca del comienzo de la paz que del final del conflicto. Sin embargo, el triunfo del plebiscito es una nueva oportunidad para iniciar la construcción de la sociedad que necesitamos para convivir dignamente como auténticos seres humanos. El perdón y la reconciliación nacional llegarán con el paso de los años, trabajando juntos (víctimas y victimarios) para garantizar principios de justicia, conocimiento de la verdad, mecanismos de reparación y pactos de no repetición de los hechos de violencia.
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