Como toda disciplina, la filosofía requiere de infatigables atletas del pensar, de criaturas que gocen con el ejercicio de la reflexión teórico-cordial en los inclementes gimnasios de la lectura, la escritura, el silencio y la soledad. Una soledad, eso sí, habitada por una generosa comunidad neumática de ingeniosos pares teleafectantes. Estar y mantenerse en forma filosófica implica invertir las horas y los días de la finita existencia en arduas rutinas de conversación con intrigantes, delirantes y fascinantes personajes milenarios que se resisten a envejecer y a fenecer.
El fitness filosófico no tiene una, sino plurales finalidades, en ocasiones contradictorias y de suyo lábiles. Si hubiera alguna medalla de oro en las olimpiadas del filosofar, se trataría sin duda del amor a la existencia. Por eso, si la filosofía aún sigue siendo cultivada incansablemente por atletas de alto rendimiento, no se debe a la utilidad derivada de ella, sino a la insistente vocación de nuestra especie a la exploración de lo posible. ¿No es acaso cierto que la filosofía abre la existencia a sus posibilidades, entrena la sensibilidad para la acogida de epifanías intempestivas y dispone los ánimos para las fiestas de la memoria? Cual invernadero etéreo, la filosofía es capaz de aclimatar casi cualquiera de nuestras pasiones noético-afectivas.
Aunque fatigosa, la filosofía es también fascinante y sexi. En el antiguo e intercultural gabinete de los vigorosos amantes del saber yace la memoria de formas alternas de organizar la sociedad, el recuerdo de múltiples tonalidades del ejercicio del poder y la sexualidad, el registro de abundantes senderos de vidas virtuosas y el archivo de variadas estrategias de puesta entre paréntesis de los prejuicios histórico-destinales que impiden imaginar una coexistencia más leve. Y, claro, en esa ancestral tradición es posible dar con no pocos argumentos que legitiman inimaginables y crueles mundos infernales. En el inventario de las aventuras del pensar yacen también catástrofes colectivas. ¿No es la filosofía, sino la ekklesía de seculares santos, demonios y humanos demasiado humanos?
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El vetusto ejercicio filosófico requiere de amantes promiscuos que estén dispuestos a nupcias plurales y a infidelidades teórico-afectivas en tanto que elementos del exclusivo método para el resguardo, la recreación y la problematización de la milenaria y polilógica tradición amorosa. Esos seres sapiorientados son criaturas centáuricas que cultivan en sus corazones la vibración de mundos otros, monstruos anfibios atormentados por la beatífica sospecha de que nuestras efímeras maneras de habitar el mundo no son ni únicas ni laudables. Esos centauros anfibios engendran quimeras filosóficas que pervierten la indolente imaginación de la cotidianidad y proclaman evangelios de mundos livianos y hospitalarios.
Sin duda, la filosofía es un rito amoroso. Las y los amantes del saber tienen como gemelo espiritual al veterotestamentario profeta que sintetizó el sino de su vocación exclamando: ¡puse resistencia y fuiste más fuerte! La seducción de la filosofía es un don imposible de retornar. Más de alguno estaría dispuesto a decir que se trata de una maldición inconjurable. Como fruto de la praxis amorosa, del vientre de la filosofía nacen seres hermosos, aunque inútiles. Si el saber es poder, según el delirio de los filósofos modernos, se trata generalmente de un saber instrumental y rastrero. En contraste, el añejado saber recogido en las vasijas filosóficas es siempre uno fermentado por el amor. ¿Y qué utilidad puede tener una amorosa embriaguez filosófica? La índole nobjetual del amor invita a comprender este como una sutil atmósfera en la que somos, nos movemos y nos entretejemos. Podría afirmarse que la filosofía es una situación atmosférica capaz no solo de crear tempestades, sino también de apurar auroras de una humanidad más amable, jovial y ociosa.
Atléticas quimeras sapiocordiales entrenan en el agonal gimnasio guatemalteco del filosofar. Entre las ilustres criaturas que acompañaron de diversas maneras el tramo inaugural de mi training cardionoético se encuentran Agustín Maté (+), Abel García, Ernesto Loukota, Rolando Alvarado, Eleonora Meneghetti, Antonio Gallo, Amílcar Dávila, Marlon Urízar, Walter Hernández, Rodolfo Arévalo, Bienvenido Argueta, Francisco Jiménez, Marcia Vásquez, Gutberto Chocón, Leonel Padilla y Carlos Seijas. A ustedes, discipulado de la sabiduría, ¡feliz día de las filosofías!
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