Un peritaje ontológico del crimen señalaría como autores intelectuales a los partidarios del culto a la verdad. Esta ensoberbece a sus adeptos al contagiarlos con la inhumana ilusión de ser partícipes privilegiados de un orden universal dado de una vez por todas. Para defender este orden prestablecido, jerárquico e intemporal, la verdad entrena a sus devotos en las artes de la exclusión y el exterminio. Todo lo que ella toca termina convertido en verdadero y, con ello, en pretexto para el crimen. La religión verdadera mata a los brujos. El saber verdadero comete epistemicidios en primer grado. La biblia verdadera justifica golpes de Estado y la aniquilación de los enemigos del orden eterno. La raza verdadera asfixia con su rodilla los cuerpos impuros. La orientación sexual verdadera golpea hasta la muerte a los individuos con vocaciones afectivas sospechosas. Podría decirse que la verdad es el antónimo ontológico del amor.
El mundo verdadero guatemalteco fue fundado en el siglo XVI por el ego conquiro —como lo llama Enrique Dussel— sobre la base de la verdad encomendada por el rey verdadero, quien a su vez era médium del vicario in situ del dios verdadero, fuente última de la verdad. El ángel imperial-colonial trajo consigo obsequios de la verdad sin fecha de caducidad: la cosmología verdadera, la teopolítica verdadera, el sistema de conocimientos verdadero, el patrón de organización comunitaria verdadero, etc. Esta empresa angelical, sin embargo, careció siempre de buenas nuevas de cohesión. Y es que los médiums de la verdad imperial-colonial son incapaces de salutaciones salvíficas del tipo: «¡Alégrate! El Señor está contigo» (Lucas 1, 28). Sus mensajes verdaderos son cualquier cosa, menos eu-angélicos, pues el cariz de su quehacer mediático es más bien el de las malas nuevas interminables. Cuando el colonizador y sus descendientes hablan de la «luz de la verdad», es difícil no pensar en la combustión que hace arder libros diabólicos, en el fuego que quema líderes comunitarios insumisos o en la hoguera que lincha los cuerpos de los anatemas. La comunidad fundada sobre la verdad es mortífera.
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El peritaje ontológico mostraría también que los autores materiales del asesinato de Domingo Choc son miembros del pueblo verdadero. El mismo que ha mantenido encendido el fuego del infierno colonial, elige gobernantes obtusos, viola y embaraza niñas, llena iglesias y resguarda la moral verdadera. Este pueblo verdadero es incapaz de salvar al pueblo.
El aforismo 125 de La gaya ciencia ofrece algunas pistas para entender el sentido ontológico del caso Domingo Choc. Como en el relato nietzscheano, el abuelo Choc llega a la plaza abarrotada de miembros del pueblo verdadero. Arriba al mediodía. Su cuerpo ardiente es la lámpara con la que se auxilia para llevar a cabo su misión: «Busco a Dios», dice. Después de un rato en la plaza, confía a los transeúntes el resultado de sus pesquisas: «¡Dios ha muerto!». Este es el mensaje de un arcángel pos-verdadero en llamas. Es una buena nueva para la que el pueblo verdadero no tiene oídos. Este anuncio, además, barrunta ya una comunidad neumática desembarazada de la verdad imperial-colonial. En esta comunidad otra, el dios verdadero retorna al lugar en el que Pablo confiesa a los atenienses haberlo encontrado (Hechos 17, 22-24). El «dios desconocido» del que habla el apóstol en el Areópago está aún desprovisto de los rasgos imperiales y antikenóticos del que traerá consigo el ego conquiro. El dios paulino es y será siempre uno desconocido para todos aquellos acostumbrados a los tonos castrenses de la divinidad y para quienes resulta inaudito concebirlo como participante en el concierto de las divinidades. Solo un dios apto para existir entre muchos otros podría aún tener carta de ciudadanía en la comunidad polifónica que el abuelo Choc ya construía.
El holocausto de Domingo Choc es la ocasión para reanimar el deseo de configurar una comunidad neumática trans-verdadera, posiblemente como aquella inaugurada alguna vez por un espíritu capaz de hacer «hablar en otras lenguas» a sus teleafectados (Hechos 2, 4). Esta comunidad es plural, polilógica y amorosa. Los cristianos verdaderos la han sepultado en el olvido e imposibilitan su instauración en nombre de la verdad.
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