Muchos y respetados académicos de la comunicación y experimentados periodistas han promovido lo perentorio que se hace el trabajo ético en esta profesión. Quienes son ajenos a esta área quizá no logran ver los alcances que tiene el hecho de ejercer la profesión de comunicador o periodista en la actualidad. Tener la capacidad de generar mensajes comunicativos que tienen el poder de provocar corrientes de opinión, de generar y promover formas de pensamiento, así como de esconder o apoyar hechos que afectan la vida de muchas personas, no es algo de menor valía.
Cada día somos testigos de que la realidad mediática se reconfigura, hay otros caminos, otros formatos, otros soportes, otros receptores, otras formas de hacer comunicación. Los comunicadores y periodistas no solo estamos inmersos en una vorágine de hechos, mensajes y situaciones, sino también nos aqueja una nueva forma de comunicar que está amarrada al desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. La realidad a la que nos enfrentamos no es sencilla. Es compleja, es laberíntica.
Ante esto, las antañonas discusiones de que si es malo recibir dinero (“fafa”), regalos, o participar en fiestas por distintas efemérides ya no cubren la totalidad de la realidad mediática. Los puntos en donde se pueden cometer actos que riñen con la ética son ahora mucho más amplios e incluso complejos. El desarrollo de la democracia liberal ha hecho crecer una desmesurada creencia de que la libertad de expresión es sinónimo de la libertad de empresa. El derecho a la información incluye esos dos ámbitos, pero es mucho más que eso.
La “fafa” no es el único hecho con que se riñe con la ética. Pensar así es un tanto decimonónico. Bueno, mi respeto para quienes tienen esa firme creencia. Pero entonces hay que introducirse en deliberaciones más modernas, que se alejen de la falsa creencia de que el periodista es el guardián de la democracia, pues será muy doloroso descubrir que en muchas ocasiones el periodista es el principal cómplice de lo autoritario y conservador.
Conflicto de interés, tráfico de influencias, venta de publicidad disfrazada, inequidad en el uso de recursos públicos en detrimento de la pluralidad de voces, de la apertura informativa y de un flujo comunicacional más democrático también ponen en aprietos el trabajo de comunicadores y periodistas en la actualidad. La democracia no es sólo el proceso electoral, incluye también el ejercicio del poder en donde entran en juego intereses de diversos sectores, especialmente el de los medios de comunicación.
Creo firmemente y suscribo la máxima de que el tema de la ética de la comunicación y el periodismo está amarrado por completo a la técnica. Es decir, para que haya un ejercicio periodístico ético este debe cumplir con todos los requerimientos técnicos en la elaboración de los mensajes. No se puede pensar que una noticia sea ética, si la misma no llena las características que requiere un hecho para ser noticioso. Mucho menos pensar que existe un periodismo responsable cuando se re presentan historias basadas en denuncias sin contraste e investigación y se publican como reportajes presentando un solo lado de la realidad. No se puede pensar que se hace un trabajo de comunicación institucional pertinente si hay una partida presupuestaria para pagar “fafa” a periodistas y editores.
Este tema ha sido y es altamente debatido, pero es muy difícil tener pruebas para exponer públicamente una situación de esta naturaleza. Los caminos ahora se han vuelto más difíciles de seguir y de comprobar, especialmente si se entra al ámbito de lo privado. Lo público ahora tiene algunos senderos que pueden facilitar la tarea. Ante la falta de mecanismos de autorregulación, la exposición pública parece ser el único camino para evidenciar esta mala práctica y ver si el estigma que genera la publicidad se convierte en un disuasivo para esa mala práctica profesional.
Más de este autor