La coyuntura política y su inmediatismo son difíciles de comprender en estos tiempos. Todo cambia muy rápido. No tenemos tiempo de respirar. Mientras tanto, seguimos caminando entre muertos y desaparecidos, entre niños que tienen hambre y mujeres golpeadas y torturadas. Así vamos, en medio de cultivos enormes de palma africana que se han dado a la tarea de desaparecer bosques tropicales, que bordean ríos secos o sucios. Sostenemos una economía a base de expulsar a miles hacia el norte, ya sea por violencia o por pobreza.
Al parecer, ha ganado terreno el discurso de que nada ha cambiado en este país. Ni nueva clase política ni reformas ni (a ojo de buen cubero) una cultura política diferente. Tampoco hemos logrado converger en un proyecto amplio en el cual podamos articular una propuesta política alternativa para construir horizontes posibles y dignos a corto plazo. Nomás hemos cambiado de ser rosados a ser lilas.
Son tiempos de desesperanza y me remito al día que se impuso la mía. Después del 8 de marzo he debatido internamente la posibilidad de lograr que se respete la dignidad en este país. Razones para la desesperanza hay muchas. Se cultivan a diario y se cosechan a diario. ¿Qué podemos decir en tiempos de desesperanza? ¿Sobre qué podemos opinar aquellos que tenemos espacios en medios de comunicación? ¿Cómo pensar la política del día a día después del horror?
Debemos escribir como una manera de escribirnos, como parte de un ejercicio imperativo de pensarnos, de reflexionar sobre nuestra manera de hacer política, de hacer organización. Escribir, en principio, para salirnos del guacal. De ahí que sea tan importante la crítica, que siempre es incómoda pero esencialmente necesaria. ¿Cuál es nuestra responsabilidad histórica de cara a estos tiempos? ¿Junto a quién estamos? ¿En dónde nuestros esfuerzos organizativos? Las preguntas nos las han hecho y vale la pena responderlas.
También en las experiencias colectivas (que conllevan muchas discusiones de por medio) debemos encontrar respuestas para definirnos. Debemos compartir nuestras ideas, contrastarlas a partir del trabajo y de un nuevo sentido del servicio en lo político. La práctica política debe ir de la mano de la reflexión. Y la reflexión, que traza caminos, va junto con la palabra.
Escribir en tiempos de desesperanza es un signo íntimo de resistencia, tal vez menos optimista que hace un tiempo, pero definitivamente más importante. Cuando la realidad logre arrebatarnos la voz y la palabra, nos habremos entregado al silencio y a la desmemoria. Habré engavetado mis ideales y daré paso a la resignación de un futuro más cruel que el presente que tenemos. En esa necedad de no soltar la organización ni la letra, ojalá encontremos de nuevo la esperanza.
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Posdata. Para no olvidarlas, para hacerlas presentes cada vez que escriba, esta y mis próximas columnas llevarán al final el número de las que fallecieron en ese cuarto del Hogar Seguro Virgen de la Asunción:
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