Lo que llamamos Estado no es más que un conjunto de enclaves bien articulados, jerarquizados en varios niveles, cuyo enclave hegemónico busca mantener las condiciones coloniales, con sus élites blancas, de ascendencia europea, y sus privilegios económicos, políticos y culturales. De ahí se desprenden otros minienclaves para dominar y, por otro lado, otros enclaves ya dominados. La conexión de estos espacios materiales e inmateriales se consolida con el sistema jurídico y político construido por y para los dominadores. Lo que los vuelve un bloque de poder granítico es la mezcla de racismo y de corrupción cuya génesis tiene lugar hace 500 años: nada nuevo.
Estos espacios, incrustados en realidades ajenas, mantienen relaciones de exclusión e integración de manera simultánea. Cada enclave excluye al que considera diferente, inferior o peligroso para sus intereses colonizadores y al mismo tiempo incluye al que considera permitido en relaciones de servidumbre, funcional para mantener el sistema.
Para situarnos en el presente, recordemos que en la época colonial los cargos burocráticos más importantes para ejercer el poder se daban como premio o se subastaban y se heredaban dentro de la élite dominante. Además, los pueblos con más tributarios eran cotizados por los curas doctrineros, quienes pagaban más por aquellos pueblos grandes para beneficiarse de las limosnas, de los servicios gratuitos de los indígenas y de la venta de actos litúrgicos. Hoy se siguen comprando y heredando los espacios de ejercicio del poder.
Personas que se asumen de linaje colonial, así como sus hijos, nietos o familiares, ocupan ministerios, dirigen grandes corporaciones, llegan a cualquiera de los tres poderes del Estado y desde allí tienden sus redes de influencia para colocar en otras entidades públicas a sus allegados, eso sí, practicando siempre el racismo y la corrupción. Acisclo Valladares viene de antepasados diplomáticos y sus hijos han sido colocados en lugares prominentes: uno fue personero de una gran telefónica, luego fue ministro y ahora está acusado de corrupción en Estados Unidos. Y como este ejemplo, los casos se repiten en otros linajes que saltan de puesto en puesto, pero no en cualquiera, sino en los más importantes.
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Magistrados del Organismo Judicial que saltan a la Corte de Constitucionalidad y que al mismo tiempo trabajan en las universidades aceptando títulos falsos y devengando salarios en diversas instituciones. Consuelo Porras, su esposo en el Ministerio Público y sus hijos en otros cargos, mantenidos por el pueblo. La meritocracia se la pasan por el arco del triunfo.
Así, dentro de esa red de privilegios y herencias nobiliarias a costa del Estado, hoy asistimos a una relación perversa entre las instituciones del Estado. Diputados frenando antejuicios y protegiendo a otras autoridades. Jueces favoreciendo a grandes empresarios corruptos y deteniendo procesos judiciales contra sus allegados. Comisiones de postulación vendiendo sus votos al mejor postor. Colegios profesionales haciendo lo mismo. Rectores solapando la venta de títulos académicos para hacer a un lado a profesionales capaces.
Todos esos enclaves de corrupción y de clientelismo actúan al unísono cuando el sistema se ve en riesgo por demandas democráticas, legítimas y justas. Incluso las dirigencias religiosas se unen en un solo bloque para mediatizarlas.
La independencia de los poderes del Estado es un mito. El Congreso de la República, la Presidencia, el Organismo Judicial, la Corte de Constitucionalidad y los partidos políticos conservadores trabajaron al unísono para expulsar a la Cicig y descabezar a la FECI.
Su autonomía es para garantizar sus intereses y privilegiar su enriquecimiento, para lo cual oscilan sutilmente entre la legalidad y la ilegalidad para concentrar poder político y económico y distribuirlo discrecionalmente entre sus clanes familiares o entre sus iguales racialmente. Estos enclaves tienen llave especial para los elegidos a quienes se les encomienda.
La clase política y las élites no cambiarán de inmediato ni dialogarán por voluntad propia. Entender cómo se han apropiado de nuestra voluntad a través de los enclaves es el secreto para defenestrarlos del poder: luchas sociales en las calles, acción política para asaltar el poder y pluridemocracia para garantizar la descolonización a través de sentir, pensar, crear, hacer y ser.
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