Tal vez usted no ha sido entrevistado/a para conocer su intención de voto de cara a los comicios generales que Guatemala celebrará en un mes. Sin embargo, se ha dado cuenta de que las encuestas abundan. Unas ofrecen aceptable o buen nivel de diseño y, por ello, muestran cierta confiabilidad; otras son una vergüenza, pero logran permear tanto como las primeras en segmentos poblacionales que se limitan a observar los resultados.
Desde un enfoque técnico-profesional, una encuesta electoral es un instrumento de utilidad, pues se enmarca en los recursos de la investigación científica para identificar características, percepciones, intereses, preferencias, etcétera, de quienes figuran en el padrón, en este caso del Tribunal Supremo Electoral que suma 9.3 millones.
Como reza el aforismo, «información es poder» y, en ese sentido, igual que con los sondeos que la gente contesta en parques y centros comerciales donde desnuda sus inclinaciones en compras o gustos, cuando se trata del ámbito electoral las respuestas sirven para que los partidos sepan cómo los ven y qué deben mantener o modificar. Aquí podría suponerse que la sociedad reclama espectáculo, ya que la mayoría de aspirantes se ocupa de protagonizar números chuscos.
[frasepzp1]
También puede suscitarse que la medición se orqueste desde parte interesada y se acomoden los resultados, incluso que ni se realice la encuesta, sino que simplemente se inventen los datos. Esta práctica es para generar una burda manipulación y colocar al candidato/a en el lugar que más convenga y dar la falsa impresión de estar muy arriba o en franca escalada, según las circunstancias.
Por supuesto, hay sondeos independientes, esa definición tan relativa, en los que en esencia el propósito es determinar qué candidato/a acapara simpatías, antipatías, popularidad y, el quid del asunto, por quién votará la persona entrevistada. A esta arista se añade referencias como qué demanda la ciudadanía, lo cual, por cierto, ya se sabe: seguridad, trabajo, servicios, etcétera.
Vale apuntar que una encuesta refleja una tendencia, es decir, se levanta para indagar sobre por quién votaría la persona en el momento de la entrevista. Y es que en política se registra «voto duro» y «voto oscilante» o «inestable». El primero está decidido desde siempre, el otro variará una o más veces. Por eso, la tendencia puede sostenerse, decaer, lo que siempre pasa y quien va en la punta debe ir midiendo para que cuando ocurra ya no tenga incidencia, o cambiar radicalmente.
En la efectividad de una encuesta pesan la cobertura, el universo, la estructura del cuestionario, que sea cara-cara y, claro está, que no se manipule. Tanto en Guatemala, como en otros países, los sondeos son cuestionados, pero mientras se desarrolla la época de campaña es común que la gente exprese: «La encuesta dice que equis va primero/a».
Sin duda, como herramienta científica es valiosa y necesaria; lamentablemente, al ser alterada, una encuesta pierde credibilidad. Ahora bien, al final del camino, lo que el/la votante debería hacer es recopilar la mayor cantidad de encuestas, cruzar datos y establecer si han sido rigurosas. Esto para llevar la temperatura del proceso, no para votar en función de ellas, pues el sufragio debe ser consecuencia de la acción de un sujeto social, no de un objeto.
Más de este autor