Es el primer viernes de diciembre y la gente está agitada. Me aburre hablar del tráfico pero últimamente es una circunstancia invasiva. Parece que todos van tarde a todo. Hay muchísima gente borracha manejando. Estos días he visto más accidentes de autos que de costumbre.
Son casi las seis de la tarde, ya he dicho que es viernes, anochece y estoy en la oficina terminando un escrito para evacuar una audiencia que recién notificaron. En el edificio desierto, sin teléfonos que suenen ni gente que transite por los pasillos, la calma contrasta con lo que hay afuera.
La luz blanca cae sobre las copias que salen lentas de una máquina con la que mantengo una relación de amor odio. Un árbol navideño con las luces apagadas, es el testigo de mis últimos pasos en esta oficina.
Estos cielos finales e inmaculados me recuerdan las ciudades donde he vacacionado. Como usualmente lo hago a fin de año, del mundo conozco en su mayoría las noches largas, salvo un viaje que hice al verano europeo.
Pienso en ello, mientras tomo el auto para ir a dejar el escrito al Juzgado de Turno, en el sótano de la Torre de Tribunales. Sorpresa: sobre la avenida del Estadio Nacional, se yergue un nuevo monumento: al Espíritu Vencedor.
El trópico: justo frente al estadio donde juega la selección centroamericana que jamás ha ido al mundial. La que tiene tres jugadores sancionados por amañar partidos. Alegría tropical.
Subo hacia la séptima avenida de la zona cuatro, para pasar bajo los puentes por donde alguna vez circuló el ferrocarril. Cuánto me gustaba mirar la máquina como una ráfaga de hierro, con hombres colgándole como si trataran de domarla.
Al lado de los puentes, la obra de Mérida. Google lo celebra, mientras aquí es parte del paisaje gris, que a esta hora contrasta con las luces navideñas de la municipalidad, brillando con todo, cuando paso rumbo a Tribunales.
Es una noche agitada aquí también. Hay decenas de patrullas y vehículos del sistema penitenciario. Me estaciono y camino hacia la entrada del sótano del edificio. Ahí están los Juzgados Penales de Turno, a donde van a parar los detenidos en las horas inhábiles.
En la calle, varias mujeres ven angustiadas el paso de los camiones de reos. Algunas saludan brevemente, como acostumbradas. Otras miran irse los vehículos como si a ellas se les dejara en una inmensa noche.
Hay una venta de comida, donde un hombre lucha contra un asador que ahuma todo alrededor. Atravieso la nube de especias y carbón y me identifico con los agentes de seguridad que me permiten el descenso por la rampa hacia el sótano.
Manchas de grasa recorriendo el suelo. Al lado izquierdo dos jaulas llenas de hombres, que gritan mientras paso: lic, lic, lic…
Solo veo sombras, manos saliendo entre los barrotes, rostros a penas alumbrados por la luz artificial, sentados en bancas, entre el tumulto. Solo veo derrota.
Una mujer está siendo fichada por la policía unos metros más adelante. Tiene ojeras, hay un peso oculto en su rostro que se empieza a mostrar. Los policías la circulan. Ella me mira, como si fuese el camión de los presos.
Entro al juzgado, me encuentro con el Juez, un viejo conocido al que le tengo estima. Pasé mucho tiempo en este juzgado cuando estuve en otras fiscalías. Bajo tierra, pidiendo allanamientos, llevando detenidos, era una especie de barquero hacia el Hades.
Las luces navideñas adornan la entrada al juzgado. Bajo ellas, una mujer que arrastra una pierna, habla por una ventanilla con la voz quebrada. Tiene la cara golpeada. Escucho que el autor fue su pareja. Otras dos esperan tras ella para hacer el mismo trámite: solicitar medidas de protección.
Hay tanta vida aquí abajo. Tanto que se desborda. Hay tanta gente cuya vida se hundió en un hoyo cuando bajaron a este sótano. Lo cierto es que en este descenso, nadie sale incólume. Tampoco nosotros.
¿Han visto alguna vez una fiesta de abogados criminalistas? Sentados como si el suelo les halara, hablando del hierro y el fuego, descargando historias como ráfagas de metralletas, bebiendo, sin risas inocentes.
La gente que se dedica al derecho penal es así. En el trabajo te enteras del horror, porque te toca resolver una mínima porción. Uno sabe cosas que los otros no. Uno sabe del mal. No importa si defiende o acusa. No importa si juzga. Uno está hundido en este sótano. Y después sale, ¿sale realmente? y trata de llevar una vida razonablemente normal, sonreír, borrar, eliminar, fingir, impostar. Sentarse a la mesa a escuchar villancicos en la televisión.
Uno es un psicópata. Uno tiene que mantener la sangre fría. Seguir a pesar de todo. Porque el peso se termina dejando. Se aprende a soltarlo. Se aprende a mirar el mundo como es: siempre al filo de lo feroz y lo hermoso.
Uno ya no se indigna. La humanidad es una bestia obligándose a la santidad. Esto es lo que somos. Seremos algo mejor, pero no ahora, cuando somos esto.
Entrego el escrito, esta noche no me quedaré más. Saludo a los amigos. La mujer a la que tomaban las huellas ya está en la carceleta, los hombres siguen fingiendo ser rudos, gritando como animales enjaulados y yo, asciendo por la rampa para encontrarme otra vez con la noche y con el lado dulce de mi vida.
Esto es lo que escogí ser. Una especie de Virgilio que está dispuesto a contarte del infierno o darte un paseo ida y vuelta por él, si los dioses no lo quieran, te llamas Dante y necesitas ese viaje.
Esto es lo que quiero ser. Esto es lo que soy. Esto es lo que puedo ser.
Yo puedo atravesar el fuego y salir ileso.
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