De pequeño desfilé en las calles de mi pueblo y en ocasiones toqué redoblante y cargué la bandera. Con tan solo siete años, el paso militar se nos imponía como demostración de libertad. He de confesar que marchábamos con gusto ilógico e infantil, pues nos alegraba vestir el esperado estreno del 15 de septiembre.
Los lunes cívicos eran entretenidos porque, además de comer ensalada de frutas, aprendíamos de memoria estrofas alusivas a la independencia.
Pasaron algunos años y aún recuerdo cuando llegó la orden de cambiar el paso militar y los redoblantes por una antorcha que recorría nuestros barrios pasando de mano en mano de vivaces estudiantes vestidos con camisa y calzoneta blancas. Nos dijeron que era por el proceso de paz y que, al cumplir tales acuerdos, tendríamos un país en paz, próspero y seguro.
Y así fue como poco a poco me di cuenta de la farsa independentista. Decir «feliz Día de la Independencia» no puedo. No es así. No es verdad. Prefiero pedir explicaciones y tratar de entender las razones que han hecho que sigamos siendo un país violento y con pobreza extrema sabiendo que somos gente pacífica y trabajadora.
La independencia seguirá siendo una mentira nacional si nuestro único anhelo es tomarnos una fotografía en los espectáculos ridículos de los políticos que nos necesitan para posar en la propaganda oficial. Prefiero decir que la inmortalidad del nombre de Guatemala se hace creíble cuando los padres de la patria trabajan con honestidad y se ganan el pan con el sudor de su frente.
Anhelo el día en que los dueños de la tienda de la esquina canten el himno nacional sin temor a la extorsión.
No quiero escuchar discursos ni actos oficiales que demuestren simple hipocresía, pues los millones de quetzales derrochados en la fiesta cívica tendrían que ser invertidos en las personas, en los ciudadanos, y no en conceptos abstractos que sirven para elevar la autoestima de los dirigentes.
¡Libre al viento tu hermosa bandera! Ya no se trata de invasiones extranjeras, sino de evitar que nos sigamos traicionando, mintiendo y matando entre hermanos bajo órdenes de tiranos corruptos que escupen tu faz.
Ya no quiero que me enseñen a respetar los símbolos patrios, pues ni la monja blanca ni el quetzal, por más hermosos que sean, sufren la desesperanza de un salario mínimo que obstaculiza florecer y volar en libertad. Con seguridad, si Tecún Umán viviera, le comprarían el voto por una bolsa de arroz e Incaparina, sería analfabeto y posiblemente sería extorsionado. Y si fuera a protestar, con seguridad le dispararían a matar.
Y si de celebrar la independencia se trata, yo elijo hacerlo enorgulleciéndome de la Guatemala viva en los rostros de chapines valientes y altivos que entregan todo día a día sin pedirle nada a nadie, que viven sin robar ni agredir y que intentan ser recordados por el noble ideal de ser dignos representantes de nuestra querida tierra Guatemala.
Para vos, ¿qué chapín valiente y altivo ha remontado su vuelo más que el cóndor y el águila real?
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